Ay ay ay, qué cuesta arriba se me
va a hacer esto. Durante mucho tiempo se me ha acusado de ser proamericano, en
este país tan antiyanqui pero que de manera instantánea e intensa copia las
modas que llegan del otro lado del charco. Querámoslo o no EEUU es el país más
poderoso del mundo y el líder del imperio en el tiempo en el que nos ha tocado
vivir. Otros países lo fueron en otros siglos y, probablemente, otros lo serán
en el futuro. Ha habido presidencias, especialmente las de Bush hijo, que han
cometido errores enormes, tanto en las formas como en el fondo, que han dañado
la imagen de aquella nación y sus intereses, pero parecían episodios aislados.
Trump es otra cosa, y no es que
no sea un político al uso, sino que reniega de la política en sí y enarbolado
en la bandera populista, acusa a todos de estar en su contra y de ser él la
encarnación del país, en una actitud que en Europa conocemos muy bien, para la
desgracia de los países que hemos sufrido discursos semejantes en el pasado.
Pero es que en las cosas del comer, en la política técnica, Trump es también un
personaje que va por libre. Con
la firma de ayer, retirando a EEUU del TPP, el tratado comercial con el Pacífico,
la zona económica más importante del mundo, el ya presidente lanzó un misil
contra la línea de flotación del comercio mundial, destrozó gran parte de las
ilusiones empresariales de miles de negocios y entidades de ambos lados del
inmenso océano, puso en bandeja un regalo a las autoridades chinas, el dejarles
la oportunidad de ser las que lideren el desarrollo comercial en su zona de
influencia, y de una tacada hizo aplaudir a todos los antiglobalización del
mundo, en general grupos de una ideología de extrema izquierda que se han
manifestado contra el comercio desde hace décadas sin ser conscientes de que
esos intercambios son una de nuestras principales fuentes de riqueza. Un
millonario adusto y prepotente, un miembro de lo que para muchos de esos
izquierdistas es lo más detestable que existe en la sociedad, ha sido el que
les ha dado el regalo con el que soñaban desde hace tanto tiempo. Es asombroso.
Y muy doloroso. Mucho. No sólo por la imagen que se ofrece al declarar a EEUU,
el líder del mundo libre como pomposamente se la ha bautizado, con algo de
acierto, como el abanderado del nuevo proteccionismo nacionalista que envenena
las relaciones internacionales y amenaza con descomponerlas poco a poco, sino
también por las consecuencias económicas de esta acción. Empresas de todo el
mundo comercian en esa zona, la más importante del planeta, y todas las
naciones de la Tierra, de una u otra manera, tienen industrias que, de manera
directa o auxiliar, producen, exportan o importan con esos destinos en mente.
Las cadenas de producción de la mayoría de los bienes que consumimos en el día
a día se han establecido como una red global en la que todos dependemos de
todos, y cada producto es la suma de trabajo, piezas, diseños y montajes
repartidos a lo largo y ancho de los continentes. Destruir esa estructura que tanto
ha costado crear y que tantísimos beneficios ofrece a productores y
consumidores es suicida, desde todos los puntos de vista posibles. Las consecuencias
económicas de la ruptura de estos acuerdos serán malas, muy malas, para todos.
También, desde luego, para los EEUU, que sufrirán en sus propias carnes
decisiones erróneas de este u otro tipo.
Trump es un personaje potencialmente muy
peligroso al mando del barco global. Cada día que pasa parece más claro que su
actitud y decisiones presidenciales van a ser tal y como es él, y no como la
moderación del cargo debiera aconsejar. Su acción perjudicará a todos,
empezando por sus propios conciudadanos, que quizás no sean conscientes de ello
hasta que sea demasiado tarde. Enarbolando banderas arcaicas, fracasadas,
falsas y destructivas, Trump es ya el principal enemigo del orden liberal, de
la economía de mercado, de la seguridad jurídica y de la prosperidad económica.
¿Cuánto daño nos provocarán sus errores? Me temo que más del que podamos imaginar.
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