Este fin de semana he tenido
visita por parte de un buen amigo de Elorrio (¡gracias, DAG!) y por tal motivo
no he podido seguir en directo los actos de la coronación de Trump y las
primeras barbaridades que han salido de la boca de su equipo, que ya llena la administración
norteamericana con su estilo personal, formas adustas y fondo basado en la
arrogancia, el desconocimiento y el populismo salvaje. Quizás el no haber
podido verlo en detalle me ha ahorrado algunos momentos adicionales de melancolía,
otro motivo por el que debo agradecer la estancia de mi amigo.
La cuestión es que, el sábado por
la noche acabamos juntándonos con otro matrimonio amigo y dos amigas más y, los
seis, encontrándonos en una zona céntrica, nos preguntamos dónde ir a cenar,
asunto que siempre suele traer algo de miga en toda reunión de amigos por los
distintos pareceres, opiniones y gustos. Empezamos a callejear viendo locales
que en principio no alcanzaban el cuórum deseado y, poco a poco, en nuestro
caminar, nos acercamos al centro, donde ya era evidente que una multitud lo había
asaltado. Los dos primeros lugares en los que preguntamos nos dieron, a grandes
rasgos, el guion de lo que se nos venía encima: “¿tienen reserva? ¿no? Pues
entones no hay sitio”. Tras dos intentos infructuosos empezamos a preocuparnos,
y yo, que apenas se de restauración y lugares para comer, recordaba un sitio
cercano en el que había estado con anterioridad, y hacia allí fuimos, en medio
de la marabunta que cada vez era más intensa. Aceras atestadas, coches
atascados por todas partes, un ambiente que no envidiaba nada a una noche
festiva de verano, con muchísimos menos grados, desde luego, y una sensación de
bullicio que lo impregnaba todo. Llegamos a la zona donde estaba el restaurante
que recordaba, que no logré ubicar con precisión, pero al menos esa plaza y
calle tenía otros muchos locales. Empezamos a tocar las puertas de casi todo lo
que se encontraba abierto, y al respuesta, con variaciones, era muy similar a
la que antes les he comentado. Era evidente que habíamos cometido un enorme
error de organización al no haber reservado sitio previamente y dejarlo todo a
la improvisación, de la que tan enemigo soy. El tiempo pasaba y, aunque no era
muy tarde, era evidente que habíamos perdido muchos minutos a lo tonto y el
cansancio físico de tanto paseo sin sentido empezaba a dejar huella. Finalmente
acabamos en un restaurante de cadena fuera del más profundo centro urbano,
elección que para algunos de los presentes hubiera sido descartada al inicio de
la noche pero que, tras lo sucedido, se había convertido en una tabla de
salvación y lugar donde poder descansar tras el improvisado peregrinaje. Por así
decirlo, vivimos en nuestras carnes esas historias graciosas que se cuentan
sobre cómo, a medida que avanza la noche y la ingesta de copas, la belleza de
las chicas y chicos que nos rodean empieza a ser cada vez más relativa, y su
exigencia menor, si lo que queremos es llegar a casa con algo parecido a un
triunfo y no una nueva decepción que ocultar a las amistades con nuevas y
absurdas excusas. Eso de “no hay chica fea sino copas de menos” también se
puede aplicar a los restaurantes cuando la necesidad crece y las fuerzas empiezan
a caer, casi tanto como las temperaturas de la noche de invierno.
Lección práctica del asunto, no relacionada con
los ligues, es la de reservar si uno desea cenar el fin de semana en Madrid. Y
deducción de lo que iba viendo a lo largo de las puertas cerradas, opciones vacías
y locales repletos. La crisis de la restauración se ha terminado por completo,
el llenazo de una noche fría de sábado a un fin de semana del final de mes, con
muchas nóminas ya exhaustas, era reflejo de que el tirón del consumo sigue
fuerte y que, para algunos sectores, la nueva normalidad de la economía es tan
pujante como lo fue la gloriosa época de antes de la crisis. Viendo y sufriendo
el centro de Madrid este sábado a uno le daba la sensación de que eran muchos
los que podían salir a cenar, demasiados. Casi los que se puede esperar si se
crece al 3% que reflejan las estadísticas del PIB.
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