jueves, enero 26, 2017

Muros en la frontera

En España sabemos lo que es tener un muro en la frontera para impedir la entrada masiva de inmigrantes. Ceuta y Melilla están rodeadas por una valla de seguridad de grandes dimensiones y moderna tecnología que establece un perímetro en torno a ambas ciudades en su franja terrestre, siendo el mar otra barrera difícil de franquear, la que las rodea por el lado no vallado. Ambos territorios son minúsculos y su frontera divide dos datos de renta per cápita de una desigualdad aplastante, una de las más altas del mundo. Si esa valla no existiera las dos ciudades se verían colapsadas por marroquíes en busca de futuro.

¿Hace esto más comprensible y justificable la promesa cumplida, ya van demasiadas, de levantar el muro que ha firmado Trump? No. La situación de ambas fronteras, su extensión y los flujos que se realizan a ambos lados son de naturaleza completamente distinta. Cierto es que de los más de tres mil kilómetros de frontera, sí, sí, tres mil kilómetros, un tercio ya tiene una valla más o menos compleja y estable, custodiada en algunos puntos por puestos de frontera que impiden el paso de quienes pretenden hacerlo que, recordemos, no sólo son mejicanos. La idea de Trump no sólo es absurda, porque la realidad demuestra que los muros son franqueables (y Ceuta y Melilla saben mucho de eso) y que las fronteras naturales pueden ser atacadas en caso de necesidad, como vemos todos los días en ese cementerio marino en el que se ha convertido el sur del Mediterráneo. Lo peor de la idea de Trump es el mensaje que lanza, mensaje racista, discriminatorio y basado en la idea de lo mejores que somos “nosotros” frente a la chusma que son “ellos”, y en esos pronombres puede usted, querido lector, situar no solo la coyuntura norteamericana sino muchas otras, actuales y pasadas. La gestión de la inmigración es un tema muy complicado, que requiere una combinación de medidas duras y blandas, organización, cohesión social y visión de largo plazo, y sobre todo didáctica, mucha didáctica. Las envejecidas sociedades occidentales, de las que formamos parte, somos cada vez más reducidas en la suma total de población mundial, vamos a menos. Hace un siglo Europa era la cuarta parte de la población mundial, hoy apenas representamos el 5%, y nuestras empresas, ciudades y pueblos necesitan personas jóvenes, que posean ideas, iniciativa y ganas de trabajar. Dado que no tenemos niños la inmigración es la solución más sencilla, pero es algo instintivo en toda población el sentir rechazo por aquellos que vienen de fuera, y en ese miedo es donde cala el discurso nacionalista y xenófobo que tan bien conocemos en todas partes. En la España del boom de los sesenta era charnego el término despectivo que se utilizaba sobre los que, llegados desde el resto del país, acudían a Cataluña a trabajar en sus empresas. En el País Vasco la palabra usada era maketo, que algunos todavía mencionan, y que posee una carga de racismo, desprecio y abuso de superioridad de tales dimensiones que podría ser introducida en alguno de los simplistas discursos de Trump. Miles, millones de personas se movieron en España de sus lugares de origen a donde había trabajo, igual que millones de españoles abandonaron el país en busca de un futuro que les era vedado en su nación de origen. De entre todas esas personas habría de todo, como entre las poblaciones que las acogieron, porque no hay pueblos ni naciones ni orígenes mejores o peores que otros. La bondad, inteligencia, estupidez, destreza con el baile, gusto culinario o ansia delictiva están igualmente repartidas por toda la población humana, y normalmente es la diferencia de renta y los sistemas legales y políticos imperantes en un territorio los que alientan o aplacan la maldad que reside en nosotros. Es así, aunque sea más fácil pensar que “nosotros” somos los buenos y “ellos” los malos. Eso es mentira, aunque siempre es más cómodo recurrir a una gran mentira que a una pequeña verdad.

Tenemos la desgracia de que Trump sea el único que ha ganado unas elecciones y esté cumpliendo lo que prometió en campaña. El panorama es desolador y, para México, alarmante. Los mejicanos cuentan con toda mi solidaridad y apoyo frente a las desgraciadas declaraciones que cada día provienen de una vejada, insultada, humillada Casa Blanca. Está por ver que el Congreso de EEUU dote de fondos a la idea del muro, y sin dinero no se podrá construir, pero las intenciones de quien ocupa ahora mismo el despacho oval son firmes. Con esta medida Trump vuelve a insultar a todo hispanohablante… bueno, lo cierto es que insulta a todo aquel que no “piense” como él. México, país hermano. Estamos, estoy con vosotros.

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