En España sabemos lo que es tener
un muro en la frontera para impedir la entrada masiva de inmigrantes. Ceuta y Melilla
están rodeadas por una valla de seguridad de grandes dimensiones y moderna
tecnología que establece un perímetro en torno a ambas ciudades en su franja
terrestre, siendo el mar otra barrera difícil de franquear, la que las rodea
por el lado no vallado. Ambos territorios son minúsculos y su frontera divide
dos datos de renta per cápita de una desigualdad aplastante, una de las más
altas del mundo. Si esa valla no existiera las dos ciudades se verían
colapsadas por marroquíes en busca de futuro.
¿Hace
esto más comprensible y justificable la promesa cumplida, ya van demasiadas, de
levantar el muro que ha firmado Trump? No. La situación de ambas fronteras,
su extensión y los flujos que se realizan a ambos lados son de naturaleza
completamente distinta. Cierto es que de los más de tres mil kilómetros de
frontera, sí, sí, tres mil kilómetros, un tercio ya tiene una valla más o menos
compleja y estable, custodiada en algunos puntos por puestos de frontera que
impiden el paso de quienes pretenden hacerlo que, recordemos, no sólo son
mejicanos. La idea de Trump no sólo es absurda, porque la realidad demuestra
que los muros son franqueables (y Ceuta y Melilla saben mucho de eso) y que las
fronteras naturales pueden ser atacadas en caso de necesidad, como vemos todos
los días en ese cementerio marino en el que se ha convertido el sur del
Mediterráneo. Lo peor de la idea de Trump es el mensaje que lanza, mensaje
racista, discriminatorio y basado en la idea de lo mejores que somos “nosotros”
frente a la chusma que son “ellos”, y en esos pronombres puede usted, querido
lector, situar no solo la coyuntura norteamericana sino muchas otras, actuales
y pasadas. La gestión de la inmigración es un tema muy complicado, que requiere
una combinación de medidas duras y blandas, organización, cohesión social y
visión de largo plazo, y sobre todo didáctica, mucha didáctica. Las envejecidas
sociedades occidentales, de las que formamos parte, somos cada vez más reducidas
en la suma total de población mundial, vamos a menos. Hace un siglo Europa era
la cuarta parte de la población mundial, hoy apenas representamos el 5%, y nuestras
empresas, ciudades y pueblos necesitan personas jóvenes, que posean ideas,
iniciativa y ganas de trabajar. Dado que no tenemos niños la inmigración es la solución
más sencilla, pero es algo instintivo en toda población el sentir rechazo por
aquellos que vienen de fuera, y en ese miedo es donde cala el discurso
nacionalista y xenófobo que tan bien conocemos en todas partes. En la España
del boom de los sesenta era charnego el término despectivo que se utilizaba
sobre los que, llegados desde el resto del país, acudían a Cataluña a trabajar
en sus empresas. En el País Vasco la palabra usada era maketo, que algunos
todavía mencionan, y que posee una carga de racismo, desprecio y abuso de
superioridad de tales dimensiones que podría ser introducida en alguno de los
simplistas discursos de Trump. Miles, millones de personas se movieron en
España de sus lugares de origen a donde había trabajo, igual que millones de
españoles abandonaron el país en busca de un futuro que les era vedado en su
nación de origen. De entre todas esas personas habría de todo, como entre las
poblaciones que las acogieron, porque no hay pueblos ni naciones ni orígenes
mejores o peores que otros. La bondad, inteligencia, estupidez, destreza con el
baile, gusto culinario o ansia delictiva están igualmente repartidas por toda
la población humana, y normalmente es la diferencia de renta y los sistemas legales
y políticos imperantes en un territorio los que alientan o aplacan la maldad
que reside en nosotros. Es así, aunque sea más fácil pensar que “nosotros”
somos los buenos y “ellos” los malos. Eso es mentira, aunque siempre es más cómodo
recurrir a una gran mentira que a una pequeña verdad.
Tenemos la desgracia de que Trump sea el único
que ha ganado unas elecciones y esté cumpliendo lo que prometió en campaña. El panorama
es desolador y, para México, alarmante. Los mejicanos cuentan con toda mi
solidaridad y apoyo frente a las desgraciadas declaraciones que cada día
provienen de una vejada, insultada, humillada Casa Blanca. Está por ver que el
Congreso de EEUU dote de fondos a la idea del muro, y sin dinero no se podrá
construir, pero las intenciones de quien ocupa ahora mismo el despacho oval son
firmes. Con esta medida Trump vuelve a insultar a todo hispanohablante… bueno,
lo cierto es que insulta a todo aquel que no “piense” como él. México, país
hermano. Estamos, estoy con vosotros.
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