Llueve en Madrid, de una manera
mansa, suave, relajada. Desde el puente de la Constitución, si no me equivoco,
no caía una gota en la ciudad, tras un otoño en el que llovió con ganas. El fío
intenso ha permitido que los jardines que viven de lo que cae del cielo, como
los de mi barrio, aún luzcan verdes, pero la ciudad en su conjunto necesitaba
un baño que lavase su cara, limpiara el aire y alimentase a parterres y demás
zonas verdes, que sólo han visto un pálido Sol y unas largas y frías noches,
sucedidas una tras de otra sin remisión, como una condena mitológica.
Aún es muy pronto para poder
decir algo, pero el invierno de 2017 está siendo más intenso que el pasado,
cosa poco meritoria, dado que aquel apenas duró unas semanas de febrero, y
puede que también más duro que los de años anteriores. También lo que llevamos
de invierno está teniendo sus características peculiares, especialmente por los
duros temporales que han azotado a la fachada mediterránea, tanto de mar como
de lluvia y nieve. Los registros alcanzados en Valencia, Murcia, Baleares y
gran parte de Cataluña son históricos, tanto por la cantidad de lluvia caída
como por las nevadas que, en zonas interiores y costeras de esas comunidades, lo
han cubierto todo de un blanco como no se veía desde hace décadas. Esas imágenes
de las playas de Torrevieja o Denia blancas como si se tratase una estampa del
mar Báltico son tan sugerentes como poco habituales. De mientras en esa zona
del país se producía mucha actividad meteorológica, el resto ha estado sumido
en un tedio bastante extenso. Frío, sí, mucho frío, pero días estables y
soleados. Los valles del centro peninsular han estado semanas enterrados bajo
espesas capas de niebla que los han sometido a condiciones muy duras, sin
apenas amplitud térmica entre el día y la noche, y con una alta sensación de
humedad. En el norte el comportamiento ha sido muy dispar, con una Galicia y
Asturias sometidas al dictado del Sol y la ausencia de precipitaciones, con
amenaza de sequía y pantanos descendentes, frente a una Cantabria y, sobre
todo, País Vasco y Navarra que, tras unas semanas navideñas estables y
aburridas, tuvieron a mediados de mes intensos temporales de lluvia y viento,
que paliaron algo la sequedad que arrastraban esas comunidades tras un
diciembre de lluvias muy ausentes. Nieve hemos visto mucha en la tele, fruto de
los comentados temporales de levante, pero muy concentrada en pocas zonas.
Sistema ibérico, Pirineos y Sierra Nevada, y pare usted de contar. El sistema
Cantábrico o Central lucía hasta ayer apenas unas motas nevadas en sus cumbres,
recuerdo de las primeras nieves que cayeron hace un mes, pero que no eran sino
una mera mota en la frente de la montaña. Es de esperar que las precipitaciones
que están cayendo ahora mismo lo sean de nieve en cotas altas, por lo que
muchas de esas montañas que lucen peladas, y en las que residen estaciones de
esquí convertidas en zonas de pastoreo de hierba, vuelvan a vestirse de un
radiante blanco. Lugareños, hosteleros y las reservas de agua de sus zonas
colindantes lo demandan y necesitan, y parece que este frente que nos está
visitando, el primero de una serie que aportará inestabilidad durante parte de
la semana que viene, lograra blanquear esas cimas.
Aún queda febrero, el mes del frío
y de la nieve por excelencia en el norte, el “agosto” del invierno, que tiene
ganada fama de loco, por inestable y cambiante. Es por tanto imposible hacer ningún
balance, pero parece apuntar a que 2017 va a tener invierno, queda por saber su
rigurosidad, pero frente a los descafeinados sucedáneos que hemos vivido en los
últimos ejercicios, este sí que parece que es un invierno normal. Queda por ver
si acabará nevando en las grandes ciudades, que suele ser la estampa visual que
corona al invierno como tal, sus “cuarenta grados de rigor” y ya saben que Madrid
y otras capitales son muy esquivas con la nieve. Ojalá caiga, tiempo queda por
delante, pero difícil es. Lo iremos viendo.
Subo el fin de semana a Elorrio y
me cojo dos días de ocio. Si no pasa nada raro, el siguiente artículo será el
miércoles 1 de febrero. Abríguense y que Trump esté quieto al menos un día sin
romper nada.
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