El lanzamiento de misiles
norteamericanos contra posiciones de Asad en la infinita guerra de Siria y las
amenazas cruzadas entre EEUU y Rusia, la orden de enviar portaaviones de la
marina americana hacia las costas de Corea del Norte, el ataque islamista que
ha causado varios muertos y sembrado el terror en las calles de la hasta ahora
infinitamente apacible Estocolmo, atentados yihadistas en cadena en iglesias
cristianas coptas en Egipto, causando decenas de muertos en el Domingo de
Ramos, y a dos semanas de la visita del Papa a aquel país, la repentina muerte,
a una edad demasiado temprana, de una exministra socialista, y la orfandad
repentina de su hijo de nueve años…..
Y Bach, Bach como refugio,
consuelo y bálsamo. Como manta que, en una noche fría, guarece de la
intemperie, como puerto seguro al que poder acudir cuando las olas se encrespan
y el mar enseña su cara más agreste. Bach como espacio de serenidad, de huida
de la realidad, como zona segura, tranquila, acogedora. Acudir al Auditorio a
escuchar a Bach es darse no sólo un regalo al cuerpo, que también, sino sobre
todo sentirse arropado, seguro, a resguardo de toda inclemencia. Durante el
tiempo en el que uno permanece ahí, cobijado en su interior, se sabe confortado
y protegido. Fuera sigue el ruido y la furia de una actualidad que no cesa y
que tantas veces resulta incomprensible e insoportable. Pero en la sala, cuando
las notas empiezan a sonar, la música se convierte en la medicina necesaria
para paliar el dolor, la angustia y el pesar. Para el propio Bach la música era
una vía para atenuar sus dolores, producidos por una vida dura, propia de su
época, en la que vio morir muy tempranamente a la mayoría de sus muchos hijos,
y que no sintió como reconocido su trabajo ante aquellos que, fueran miembros
de la nobleza, potentados o concejos municipales, contaron con su servicio.
Para un hombre religioso como Bach la Semana Santa era el culmen de su vida, el
momento en el que su fe tenía que ser más certera para soportar la segura
muerte de Jesús pero confiar en la narrada resurrección de su alma. Bach
compone varias pasiones, oratorios en los que arias, recitativos y corales se
suceden, expresando en música el relato de los días de Semana Santa, desde la
institución de la Eucaristía hasta la muerte en la cruz, pasando por el
prendimiento, el juicio ante los sumos sacerdotes y Pilatos, la tortura y el
calvario. Se han conservado dos de ellas completas, la de San Juan y San Mateo,
y retazos de una tercera, la de San Marcos. En estas obras, de enorme duración
y complejidad, Bach pone a funcionar toda su capacidad como orquestador,
compositor y creador. Elabora corales que puedan ser cantados por el pueblo
llano que en su época, principios del siglo XVIII, acudía a los oficios, para
que forme parte de la representación litúrgica, otorga al narrador y los
personajes líneas melódicas para que puedan expresar las frases del evangelio y
de otras fuentes de manera musical, y crea arias de belleza sobrecogedora en
las que, en determinados puntos de la historia, los que considera más
relevantes, el personaje canta un poema o texto que aluce a la vicisitud que
padece. En su conjunto las pasiones son una especie de teatro musicalizado, que
no alcanza el rango de ópera, ni lo hubiera pretendido el maestro, dado que no
estamos ante una representación en un escenario, sino ante un acto religioso
que se desarrolla en una iglesia. Y ante el dolor de la historia que se narra,
la angustia y crueldad que en ella se escribe, Bach crea una música de una
belleza, lirismo y, también, fuerza, como pocas veces se ha desarrollado a lo
largo de la historia. En su conjunto, sus pasiones son un monumento, pero no sólo
en el sentido de roca firme, segura y que resalta, que también, sino sobre todo
como expresión de grandeza, de pura belleza, de arte supremo consagrado, que
conmueve tanto al creyente como al que no lo es. Que le llega, arropa, cuida,
mima y llena.
Ayer, ante un Auditorio
entregado, el Colegium Vocale de Gante, dirigido por un Philippe Herreweghe entrado en años, construyó una excelente versión de la Pasión según San Mateo, que
fue de más a mucho más, que llegó a excitar a todos los que allí estábamos y a
hacer llorar de emoción no sólo a mi, sino a muchos que, desconocidos entre
nosotros, compartíamos la sensación de estar en comunión con la grandeza, al
menos durante unos instantes, encarnada en instrumentistas y cantantes que ponían
su cuerpo para que la creación de Bach volviera a la vida, de manera efímera,
como es el arte musical, pero arrebatadora en el momento de su concepción. Hoy
la actualidad y el día a día volverá a arrollarnos con sus luces y sombras.
Pero ayer, durante unas horas, la Pasión nos dejó a muchos el corazón
apasionado, lleno de vida, cálido, ausente por unos momentos de dolor.
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