Parece que no tenemos ya semana
en la que no haya un atentado en alguna ciudad europea y, como no, en el resto
del mundo. El ataque islamista contra las iglesias coptas de Egipto perpetrado
el pasado Domingo de Ramos costó la vida a casi cincuenta personas, pero ha
tenido muy poca cobertura entre nosotros. La cercanía emocional y social de lo
que les sucede a nuestros vecinos opaca todo lo que pasa más allá, y es tan
injusta como entendible. Pero no debemos olvidar que, aunque nos dé la
sensación de que el terrorismo sólo golpea Europa, la diferencia de estos
tiempos es que también golpea a Europa, ya que no cesa donde siempre ha
actuado.
El viernes, poco más de una
semana después del atentado en el puente de Westminster de Londres, fue en
Estocolmo, en otro atentado de esos en los que basta una voluntad criminal para
perpetrar un acto que cause muertes, miedo y confusión. Estremece pensar que
todo puede ser utilizado para el mal cuando el mal pretende conseguir sus
objetivos, lo que podría servirnos de lección para todos nosotros, inmersos
muchas veces en quejas constantes sobre los impedimentos que no permiten hacer
lo que deseamos cuando, la verdad, estamos llenos de posibilidades y objetos
que pueden ayudarnos, pero ese es otro debate. El terrorista robó un camión de
reparto de cervezas por la mañana y por la tarde lo lanzó por la principal
calle peatonal y comercial de Estocolmo, algo parecido a Preciados, para los
que conozcan Madrid. El balance del ataque fue de cuatro muertos y varios
detenidos, entre ellos el conductor del camión, que sobrevivió al impacto final
del vehículo contra unos grandes almacenes. En la apacible y tranquila Suecia,
la mano del terror propinó un sopapo a sus habitantes, en un acto que, como el
de Londres, no tuvo demasiadas bajas (si los comparamos con ataques como los de
Madrid o París) pero fue igualmente efectivo a la hora de inocular el miedo
entre la población. Ayer,
cuatro días después, un ataque con explosivos contra el autobús del equipo
alemán del Borussia provocó heridas a uno de los jugadores, el aplazamiento
del partido y la confusión, y el miedo, en Alemania. No están claros la mayor
parte de los hechos que sucedieron ayer, más allá de la intencionalidad, la
existencia de explosivos y de una carta que parece reivindicar el acto. La
autoría no ha sido desvelada, y a esta hora puede ser tanto un ataque islamista
como producto de la infinita violencia que rodea a eso del fútbol, pero en todo
caso es una acción terroristas, y tiempo habrá para saber quiénes son sus
autores concretos y sus filiaciones. Lo que es evidente es que la secuencia de
ataques no deja de aumentar en frecuencia y alcance espacial. Cualquier ciudad
europea se encuentra ahora mismo bajo el foco del terror y sus habitantes se
saben más vulnerables. También es cierto que la intensidad de los atentados es
menor, sus consecuencias mortales más leves, y que la actuación de las policías
y cuerpos de investigación de los distintos países están logrando impedir que
los terroristas se hagan con armamento que haría mucho más letales sus actos.
Por ese motivo recurren a coches y otros vehículos para atacar, porque su
voluntad no se puede frenar, pero sí la letalidad de los ataque. Pese a ello,
la sensación de cierta psicosis en la población es comprensible, y las alertas,
reales o falsas, se sucederán sin cesar en los próximos días. Mi consejo es el
de siempre. Mantener la cabeza fría, las rutinas diarias y no dejarse intimidar
por unos infames que pretenden, sobre todo, eso, amedrentar y alterar nuestras
formas de vida. Máxima colaboración y apoyo a los cuerpos y fuerzas de seguridad
de todas las naciones y no dejar nunca de batallar contra este mal, que va para
largo, muy largo.
Y todo esto se produce en un
contexto internacional volátil, oscuro y cada vez más tenso, en el que las
amenazas entre EEU y Rusia no dejan de crecer a cuenta del papel de cada uno en
la miniguerra mundial que se vive en Siria. Creo que hay muchas claves
ocultas en el enfrentamiento a cara de perro que viven ahora mismo los dos países,
de la mano de gobernantes que se conocen y, se está investigando, apoyan uno a
otro, pero en todo caso la subida de las agresiones verbales entre ambos países
empieza a ser motivo de preocupación global y, al menos para mi, hace tiempo
que superaron los límites soportables como para no mirar de reojo a lo que
pueda pasar en el futuro cercano. Mucho cuidado con el escenario sirio, el de
Corea del Norte y todos los puntos del globo en los que se puedan dar roces
entre Putin y Trump, dos jugadores de órdagos demasiado aficionados a los
puñetazos en la mesa.
Subo a Elorrio para pasar la
Semana Santa y me cojo el Lunes festivo. Descansen y, si todo va bien, nos
leemos nuevamente el martes 18
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