En la noche de ayer crecía, como
un rumor incesante, la inminencia de una posible acción militar de EEUU sobre
territorio sirio, como respuesta al ataque lanzado por el régimen de Asad con
armamento químico. Los corresponsales de los medios en EEUU hablaban de
generales en televisión explicando escenarios y, en general, daba la sensación
de que había que estar alerta a lo largo de este fin de semana por lo que
pudiera pasar. Finalmente los hechos se han precipitado, y hace
apenas tres horas la marina norteamericana ha lanzado más de cincuenta misiles
Tomahawak, de largo alcance, sobre territorio sirio, destruyendo una base
aérea del régimen, desde la que se cree despegaron los vuelos que utilizaron el
mortífero armamento.
Dos eran los escenarios de los
que se hablaba ayer. Uno, al parecer el empleado, consistía en un ataque de
castigo a distancia, con intenciones quirúrgicas y queriendo enviar el mensaje
de que acciones del tipo de las denunciadas a lo largo de la semana no salen
gratis. Era en principio una operación sencilla, no invasiva y útil como señal
de advertencia. Requeriría, como así parece haber sucedido, conversaciones
previas con Rusia, para advertirle del momento y lugar del ataque para, sobre
todo, evitar la muerte de soldados de Putin, lo que sería como mínimo
peligroso. El otro escenario debatido, más duro y peligroso, era el de una
intervención aérea en la que aviones norteamericanos atacasen objetivos en
tierra. Sería una operación a mayor escala, más invasiva, y con mayores
riesgos, empezando por el de los propios pilotos estadounidenses. La sola idea
de que alguno de los aparatos fuera derribado, o que se produjera un error y
aviones rusos que no cesan de volar sobre Siria fueran objeto de ataques
empezaba a poner nerviosos a los comentaristas. Finalmente ha sido la primera
de las opciones la escogida por el alto mando de Trump, en una acción que, por
su naturaleza, no necesita de continuidad y, sobre todo, sirve como señal de
advertencia. En 2013, tras el primer uso certificado por la comunidad
internacional de armas químicas en esta guerra, que en aquella ocasión causó
más de mil muertos, Obama tuvo sobre su mesa un plan muy similar al ejecutado
esta noche, una vez que anunciara públicamente que su línea roja para
intervenir en la guerra era el uso de armamento no convencional. En aquel
momento Obama no actuó, no está claro si le pudo el miedo, la responsabilidad,
la incertidumbre del después o lo que fuera, pero el caso es que no lanzó
ataque alguno. Eso debilitó notablemente la posición norteamericana en el
avispero sirio y dio, en la práctica, pista libre a la acción decidida a favor
del régimen de Asad por parte de Rusia. En aquel momento la mayor parte de las
voces respaldaron la no acción de Obama, o al menos no criticaron su inacción.
Había un enérgico tuitero llamado Donald Trump, que entonces no soñaba con ser
presidente, y el resto menos con verle convertido como tal, que gritaba con
fuerza desde la red social contra la intervención de la Casa Blanca en aquella
guerra. Cuatro años después, la guerra sigue, se enreda sin fin, y es Trump el
que, desde su despacho oval, ha dado la orden de ejecución de lo que en su momento
hubiera negado para Obama. Cuántas vueltas da la vida. ¿Ha actuado Trump
correctamente? Me inclino a pensar que sí, y doy por sentado, lo cual es mucho,
que este ataque cuenta con el beneplácito de Putin, oficialmente consta que se
le informó del mismo, y de Xi Jinping, presidente chino, con el que Trump se
reunió ayer en su paraíso de Florida. El ataque es, también, una señal de
fuerza de Trump, que en su primera crisis internacional muestra que está
dispuesto a utilizar todas las opciones, fuerza inclusive. En Corea del Norte
habrán seguido lo sucedido esta noche con mucho interés.
Lo que no tengo claro, ni yo ni
nadie, es cuáles pueden ser las consecuencias futuras del ataque, tanto en lo
que hace a la infinita guerra siria como al papel de EEUU y Rusia en ella y a
sus propias relaciones. Desde hace tiempo Siria juega el papel de mini guerra
mundial en la que se enfrentan potencias, religiones, e ideologías globales,
con una saña, violencia y destrucción difíciles de concebir. El conflicto no se
acaba nunca y sigue teniendo la capacidad de extenderse más allá de sus vecinos
y convertirse en una peligrosa crisis global. Si EEUU y Rusia acaban chocando
en el escenario sirio, bien sea por intención o por accidente, las
consecuencias pueden ser muy peligrosas. Si tenían esa guerra fuera de sus
radares, vuelvan a fijarse en ella, no sólo por una cuestión de justicia, que
es la mayor, sino porque lo que allí suceda puede acabar influyéndonos de muchas
maneras. Cuidado.
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