Hoy
empieza, y casi termina, la visita del Papa Francisco a Egipto, una peligrosa
estancia en uno de los países más convulsos del mundo. Más allá de los actos
previstos y de las ceremonias oficiales que puedan darse, preocupa sobre todo
la seguridad del pontífice y de la comunidad copta que le va a acoger,
comunidad sometida a crueles e inmensos atentados desde hace años, que han
causado un balance enorme de muertos y heridos, y que amenazan con colapsar la
historia de esa rama del cristianismo en un país mayoritariamente islámico.
Varios ataques han sido perpetrados en el interior de las iglesias, con el
mensaje de que nada hay seguro para los coptos, ningún espacio les protege.
De los cerca de noventa millones
de habitantes que tiene Egipto, sí, sí, noventa millones, y creciendo, en torno
al 10% son coptos. Habitualmente han sido o marginados o, mejor para ellos,
obviados, por el resto de la población musulmana, pero en estos últimos años su
situación se ha complicado sobremanera. La llegada al poder del islamista Mursi
tras la caída de Mubarak los puso en el ojo de la ira radical islámica, y
fueron frecuentes los atentados y atraques tanto a los fieles como a las
instituciones y propiedades coptas. De una manera no disimulada, empezó un
proceso de persecución y hostigamiento desde el poder contra esa comunidad. Por
ello no es de extrañar que los coptos recibieran con los brazos abiertos las
manifestaciones y sentadas de El Cairo en la mal llamada primavera árabe, y el
posterior golpe militar que derrumbó al régimen islamista. La caída de Mursi
supuso el fin de las acciones represivas del gobierno, pero trajo también la
intensificación de los ataques, en los que Al Queda y DAESH empezaron a
estampar su firma. Varias matanzas después, los coptos se sienten acorralados
en un país tradicionalmente moderado, poseedor de uno de los centros de
pensamiento islámico de mayor prestigio y moderación del mundo, la Universidad
de Al Azhar, desde el que se ha proclamado varias veces la necesidad de
convivir entre culturas y religiones. Pero también es Egipto el país que vio
nacer la organización de los Hermanos Musulmanes, a la que pertenecía el
expresidente Morsi, una de las ramas integristas más importantes del islamismo
militante, que ya desde hace décadas proclama la necesidad de actuaciones
internacionales coordinadas y contundentes para expulsar a los infieles del
sagrado territorio del islam. A este ambiente convulso de enfrentamiento
religioso, se le debe unir la desastrosa situación que vive desde hace años la
economía egipcia. Muy dependiente del turismo para casi todo, la violencia
islamista y el golpe de estado fueron letales para las visitas extranjeras.
Cruceros, viajes por el Nilo, estancias en las zonas más conocidas del país,
todo el negocio alrededor del impresionante patrimonio e historia que atesora
el país se fue al traste y no se ha vuelto a recuperar. Una de las prioridades
del actual régimen encabezado por Al Sisi, militar que cada día se parece más a
Mubarak, es el de imponer una seguridad que permita retomar el turismo como
fuente de crecimiento económico, pero la verdad es que lo lleva muy difícil. El
Sinaí sigue siendo una tierra de nadie en la que cada dos por tres se producen
ataques de islamistas a los militares egipcios, El Cairo y Alejandría no aparecen
en las noticias si no es por atentados, contra los coptos últimamente, y las
visitas no se recuperan, y con ellas los ingresos. Con una enorme proporción de
población joven, en paro y desesperada, la sociedad egipcia corre riesgo de
involución, de que tendencias islamistas o no, pero de corte radical, aniden en
ella, en el caldo de cultivo que supone la miseria y falta de expectativas.
Este es el país que hoy visita
Francisco. Su mensaje estará basado en la necesidad de restaurar la convivencia
entre coptos y el resto de la nación, en la búsqueda de la paz y la condena de
los atentados, y en el pecado máximo, y absurdo, que supone emplear la
violencia en nombre de cualquier religión. Es poco probable que sus palabras
capten la atención debida, y casi todos nos daremos por satisfechos si, tras
estas horas de visita, no tenemos que lamentar desgracias de ningún tipo. Ojalá
Egipto pueda remontar desde su actual situación, es un país con enormes
recursos, y llamado a jugar un papel determinante en la geopolítica local y la
internacional. Que pudiera actuar como contrapeso moderado frente al islamismo
radical sería una de las mejores noticias que nos podríamos encontrar en esa
castigada zona del mundo.
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