No es un titular alarmista el que
he escogido hoy, sino uno de los escenarios posibles a los que nos aboca la
actual tensión en la península asiática. Creo que es el menos probable, pero no
es descartable, y sólo el hecho de que lo veamos como posible indica la
gravedad de los acontecimientos que allí se están desarrollando, los golpes
sobre la mesa, y bajo ella, que se suceden cada día, y la tensión creciente
entre un grupo de actores principales y secundarios que tienen un papel
determinante. El problema es que estos actores no cuentan con guion y son
sumamente impredecibles. Kim Jong Un y Donald Trump no responden a la lógica, y
eso hace todo mucho más peligroso.
El régimen norcoreano es el más
hermético y secreto del mundo, no está nada claro qué es lo que pasa ahí ni
cuáles son sus intenciones reales de cara a la relación con sus vecinos, más
allá del supuesto objetivo básico de la perpetuación del régimen y de los
sátrapas que sobre él reinan la nación. Sí parece obvio que los norcoreanos han
aprendido las lecciones de Irak y Libia, lecciones que se basan en el amargo
trago que supone para un dictador regional alardear de poseer armas de
destrucción masiva cuando realmente no las tiene. Jugar de farol con estas
cosas hace que puedas acabar colgado de una horca como Sadam o violado y
despellejado en una cañería como Gadafi. Por lo tanto, si quieres garantizar tu
éxito, no presumas de tener armas superiores. Tenlas y muéstralas. Los ensayos
nucleares norcoreanos de hace unos años elevaron mucho la tensión, sí, pero
sobre todo otorgaron a Pyongyang un aura de respetabilidad, la que se asocia al
miedo. La pasada política de EEUU frente al régimen de los Kim ha sido muy bien
descrita por el vicepresidente actual Mike Pende, estos días de visita en Corea
del Sur, al afirma que “se ha terminado la época de la paciencia estratégica”. EEUU
muestra músculos, y el ataque con Tomahawk a las posiciones sirias y el uso de
“la madre de todas las bombas” en el desierto de Afganistán, más allá de las
implicaciones en la política interna y la búsqueda de reforzar la imagen
presidencial de un alocado Trump, que mucho hay de eso, son un mensaje a la
cúpula norcoreana, algo así como “andaros con ojo, que a mi no me da miedo
disparar”. Pudiera parecer, por este cruce de acusaciones y bravatas, que el
juego sólo se desarrolla entre estos dos países, pero no nos engañemos, hay un
tercero, China, que es tan importante como ambos. No sólo porque sea el único
que posee frontera con la dictadura norcoreana y, por tanto, puede verse
asaltado por una avalancha de refugiados en caso de que se desate una guerra, y
no sólo por ser el tradicional aliado del régimen comunista (es una forma de
llamarlo) que reina en la zona oscura de la península. China es, económica,
política y militarmente, el líder en la zona, y no ve con agrado, siendo
comedidos, que tropas norteamericanas se acerquen a sus aguas con la excusa
norcoreana, o que sistemas de radares instalados por Washington en Corea del
Sur, que sirven para el guiado de los misiles defensivos que ha instalado EEUU
en su aliado amenazado, puedan ser utilizados para espiar comunicaciones
internas de Pekín. En este sentido la situación recuerda un poco a la ira que
le entra a Rusia cada vez que los países fronterizos con ella reclaman la
presencia de militares e instalaciones norteamericanas, consiguiendo de esta
manera que el enemigo histórico se encuentre justo a las puertas de casa. No es
nada probable que EEUU actúe unilateralmente en Corea del Norte sin el acuerdo
de China, pero no es descartable, al menos con Trump en el poder. Las últimas
declaraciones tuiteras del Presidente sobre el tema incidían mucho en eso, en
que las cosas se harán, mejor con el acuerdo de China, pero sin que sea
imprescindible. Eso hace aumentar aún más la volatilidad del escenario y sus
riesgos.
Y todo esto sucede con Corea del
Sur en un estado de nerviosismo que no quiero imaginar. Cerca de cincuenta
millones de personas viven en ese país, en torno a una veintena de ellos en el
área del gran Seúl, una de las conurbaciones más grandes y densas del mundo.
Seúl está a sólo cincuenta kilómetros de la frontera de Corea del Norte, por lo
que en caso de que haya cualquier tipo de ataque militar no es necesaria
ninguna gran tecnología para causar una masacre de enormes proporciones en esa
abigarrada ciudad. Los escenarios bélicos que se manejan hablan de cifras que
superan el millón de muertos con una naturalidad pasmosa. Más
allá de las pifias que hacen que esta tensión pueda ser tomada a guasa, el
escenario coreano es, ahora mismo, junto al sirio, el más peligroso y tenso del
mundo. Mucho cuidado con lo que allí pueda acabar pasando.
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