martes, abril 11, 2017

Cumbre del sur de Europa, faltaban Dijsselbloem y Draghi

Ayer se reunieron en Madrid los primeros ministros de los siete países del sur de Europa. España, Portugal, Francia, Italia, Grecia, Chipre y Malta comparten mar (Lisboa no, pero se la considera como tal) y problemas, especialmente los económicos y los de acogida a los refugiados que llegan de las costa sur del Mediterráneo. También en estos países, aunque no sólo en ellos, el populismo ha arraigado tras casi una década de crisis y algunos de los gobiernos presentes, caso griego, y puede que futuros, ojalá no el francés, están afectados por ese fenómeno que tanto miedo da, y con razón, en toda Europa.

Más allá de los temas tratados en la cumbre, en un día de abril que en Madrid parecía el anticipo del verano, ideal para hacer aún más promoción turística, hubo dos nombres que no fueron mencionados en la declaración final pero que revolotearon sin duda en el encuentro privado de los dirigentes. Uno es el del, por ahora, presidente del Eurogrupo, el, por ahora, ministro holandés de economía Jeroen Dijsselbloem, que hace algunas semanas realizó unas declaraciones salidas de tono y forma en la que acusaba a los países del sur de gastarse el dinero en mujeres y alcohol. Más allá de la experiencia que todo holandés tenga en temas como esos, y del rendimiento que le saca al barrio rojo de Amsterdam, el amigo Jeroen cayó en uno de los grandes errores que lastran el crecimiento de la UE, que es la persistencia de los clichés, las visiones nacionales sesgadas y los sentimientos de superioridad de unos frente a otros. Yo mismo he sido muy crítico con nuestra sociedad por su papel en el desarrollo descontrolado que degeneró en nuestra burbuja, y sigo diciendo a todo el mundo, pese a que nadie comparta mi opinión, que el principal causante de aquellos males económicos y de los que nos acechan somos nosotros mismos, y que en nosotros mismos también debemos encontrar las soluciones. Pero yo no soy nadie, apenas cuatro palabras mal puestas en el océano de Interne, y Dijsselbloem sí que es alguien, representa un cargo institucional, cobra por él, emite opiniones que pueden acabar siendo decisiones y, por ello, requiere un cuidado y una diplomacia que, vistas sus manifestaciones, no posee. Cierto es que los niveles de corrupción son más elevados en el sur que en el norte de Europa, sobre todo porque las sociedades nórdicas los toleran en menor cuantía, pero podemos encontrar casos corruptos y delictivos en cualquier economía, porque la tentación existe en todas ellas y son los principios morales de cada uno el, normalmente, único freno que realmente puede actuar para evitar las mordidas. La posición de Jeroen al frente del Eurogrupo estaba ya bastante comprometida antes de sus declaraciones tras el mal resultado de su partido, el socialdemócrata (sí, qué cosas) en las elecciones holandesas de marzo, y estas afirmaciones pueden suponer su puntilla, aunque es cierto que sigue contando con el respaldo de Alemania. En previsión de lo que pueda o no suceder, y ante el fiasco de la intentona pasada, Luis de Guindos se ha mostrado comedido en sus manifestaciones ante este asunto, dejando clara la oposición del gobierno español a las mismas, pero en ningún momento postulándose como sucesor del cargo o candidato al mismo. Ello no ha impedido que algunos de los líderes, reunidos ayer en Madrid, expresasen públicamente su apuesta por el ministro español para alcanzar ese importante cargo comunitario. Está por ver qué pasa con Jeroen, pero creo que su futuro está más condicionado por lo que suceda en las bambalinas de la política holandesa que por el castigo ante unas declaraciones que no son de recibo.


El otro hombre que faltaba en la reunión, y al que con sumo gusto todos los invitados hubieran homenajeado hasta el hartazgo era Mario Draghi, el presidente del BCE. Su actitud decidida ante la crisis y sus compras de deuda han hundido las primas de riesgo periféricas, casi todas las reunidas ayer, y Madrid, Lisboa, Roma y Atenas le deben a Don Mario gran parte de la vida económica que ahora se respira en sus países. Draghi, italiano, es un ortodoxo, criado en tradición del norte de Europa, en las formas y en el fondo, pero es un hombre inteligente y no deja que los prejuicios y las ideas preconcebidas condicionen su misión, que es la del crecimiento económico y la mayor integración de la UE, aunque ello le obligue a correr riesgos que no controle. El contraste con Jeroen no puede ser más intenso.

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