martes, abril 18, 2017

Erdogán ya es todo un Sultán

Se demuestra por los hechos que hay que ser un profesional para convocar referéndums y obtener en ellos el resultado deseado. Si la cosa está disputada y se juega con las reglas limpias de la democracia es probable que el organizador de la consulta la pierda, y ejemplos sobran en este último año. Para ganar como es debido, o como quiere el líder que sea debido, se fuerza la campaña, se amedrenta a la oposición, se la detiene si hace falta, se cambian las normas electorales casi el mismo día de la votación y, aunque sea por poco, se acaba ganando. ¿Dónde se ha visto a un autócrata siendo expulsado del poder por un refrendo por él convocado?

Erdogan ha demostrado ser un digno émulo de Putin en su estilo de gobierno y formas de actuación. Llegó al poder con un aire de modernidad, sedujo a muchos representantes de gobiernos occidentales, entre ellos a ZP y su idea de la alianza de las civilizaciones. Por aquel entonces, es verdad, Turquía parecía un ejemplo prometedor, que combinaba la economía de mercado y el crecimiento económico con una sociedad musulmana y un gobierno laico, un revoltijo de sistemas, incompatibles algunos entre ellos, pero que milagrosamente parecían funcionar correctamente. La economía turca iba viento en popa y, pese a los infinitos escollos en lo que hace a las eternas negociaciones de adhesión a la UE, Ankara era vista como un socio fiable, y un país que había encontrado su propio rumbo para encarar la modernidad. El estallido de las primaveras árabes, preludio del invierno del islamismo, tuvo en Turquía a uno de sus referentes. Muchos países querían ser como Turquía. Quizás fueron esos los tiempos de la máxima consideración de Erdogán y su régimen, pero a partir de ahí la cosa se torció, y no sólo por el cada vez mayor derrumbe de esas primaveras, que se convirtieron en el amargo reverso de lo que muchos esperábamos. Erdogán descubrió que el poder le gustaba, y que el islam era una vía directa para fortalecerse en él. Sus cada vez más claros coqueteos con las facciones radicales islámicas del país empezaron a causar la alarma dentro y fuera de Turquía, en un país en el que la laicidad fue impuesta y sometida por Ataturk y el ejército desde hacía ya bastantes décadas. Las tensiones entre el estamento militar y el poder civil fueron a más, y con ellas los rumores de golpes. Elección tras elección, ganada siempre con holgura, Erdogan se iba convirtiendo en un líder cada vez más poderoso, en un hombre fuerte, que no dejaba de acaparar poder y evidenciar la figura del primer ministro, cargo de gestión diaria en el gobierno turco, cada vez más cuestionado en sus competencias y opiniones. Desde hace un par de años lanzó el hombre fuerte su campaña a favor de una reforma constitucional que, sin disimulos, depositara en él todas las competencias, haciéndole mucho más poderoso que regímenes presidencialistas que conocemos, como pueden ser Francia o EEUU. El golpe de estado del año pasado, del que aún existen dudas razonables sobre hasta qué punto fue inspirado por el propio Erdogán, le otorgó la vía libre necesaria para encarcelar a todos aquellos que opinaban en contra de su figura e ideas. Las cárceles turcas se abarrotaron como las playas en esta Semana Santa, y la autocracia, de facto, se instaló en el país. La fecha del pasado Domingo estaba anotada desde hace tiempo en la agenda internacional como el posible Rubicón de la democracia turca y, visto lo visto, los malos presagios parecen haberse cumplido. Cada vez serán menos los que tosan al Sultán que, desde Ankara, rige los designios del país.


La votación ha vuelto a mostrar la división del país en un esquema que ya se vio en el caso del Brexit o la elección de Trump. Las ciudades se han negado a dar el apoyo a la autocracia mientras que las zonas rurales, en su inmensa mayoría, se han decantado por el régimen del hombre fuerte, en nombre de la seguridad perdida en un país en el que los atentados y la guerra de Siria y la que se desarrolla contra los kurdos ha generado una enorme inestabilidad y un balance sangriento difícil de imaginar. Hoy Turquía, dividida, es una nación menos libre, y cuando se lleve a cabo la reforma que ha sido aprobada, será difícil de equipararla como a otra nación democrática. Y la UE seguirá teniendo que negociar con ella aspectos tan importantes como la gestión de los refugiados. Amargo sabor el que deja el referéndum del domingo.

No hay comentarios: