Absortos como estamos por la
intensidad de nuestra vida judicial y carcelaria, en la que no dejan de entrar
personajes relevantes, estamos prestando menso atención estos días a las cosas
que pasan fuera. Y son muchas, y muy relevantes. Uno de los focos de
inestabilidad permanente es Venezuela, país de una belleza natural y riqueza de
recursos tan inmensa como nefasta ha sido su gestión desde, si me apuran, el
nacimiento de la nación hasta esta misma mañana. Se suceden las protestas en la
calle entre los defensores de la libertad y los partidarios del régimen y, poco
a poco, el balance de víctimas crece de una manera trágica e irreparable. El
desastre no hace sino aumentar.
Tiene el actual estallido social
dos causas fundamentales, una puntual y otra de fondo. La puntual surge tras la
decisión del Tribunal Supremo del país, controlado por Maduro, de eliminar los
poderes de la Asamblea Nacional, el parlamento local, que no tiene tantas
atribuciones como nuestro Congreso, dado que es un régimen presidencialista,
pero que algunas posee, y muy importantes. Esa decisión del Supremo equivalía a
la eliminación de la Cámara, en manos de la oposición, y la instauración en la
práctica de una tiranía regentada por Maduro desde Miraflores, su residencia de
gobierno en Caracas. Era un autogolpe tan burdo como zafio, y la respuesta
popular y condena internacional no se hizo esperar, en algunos casos con la
tibieza acostumbrada, pero fue suficiente para que Maduro rectificara al cabo
de unos días. Pero ese movimiento dejó muy clara su intención de, como sea,
perpetuarse en el poder y arrinconar a la oposición hasta extinguirla. Desde
entonces las protestas opositoras en la calle son constantes, y van a más,
entre otras cosas porque sospechan, con razón, que sólo les queda esa vía para
condicionar a un poder que no deja de atrincherarse. La causa de fondo del
malestar es el derrumbe económico del país. Dependiente de la exportación de
petróleo para conseguir divisas, y con un mercado interior intervenido por los
“economistas” de Maduro, que han tratado de colectivizar todas las industrias
posibles, la economía venezolana hace aguas por todas partes y se enfrenta a un
panorama dantesco. Inflación desatada que alcanza cifras que superan el 100%
anual, caída de ingresos por la baja cotización del petróleo, devaluación de la
moneda sin freno, desabastecimiento por el incremento de los costes de los
productos importados, deuda pública descontrolada… el panorama macroeconómico
del país es incierto como alarmante. Como sucede siempre cuando hay un derrumbe
de este tipo, quizás algunos privilegiados afectos al régimen, que poseen
propiedades y divisas internacionales, pueden escapar de las consecuencias, pero
las clases medias, o lo que quede de ellas, y la inmensa parte de la población que
vive en torno a los umbrales de la pobreza apenas puede hacer nada para evitar
su ruina total. Poseedor de una de las sociedades más desiguales del mundo
desde hace mucho tiempo, Venezuela, ve como cada día son más las personas que no
pueden hacerse con los productos básicos para poder comer, y el abastecimiento de
pan es uno de los principales problemas. Asaltos a panaderías y tiendas de
barrio en busca del alimento básico se reproducen constantemente y, en muchos
de ellos, la histeria genera conatos de violencia o accidentes que se saldan
con muertos. Junten a ello la violencia que es dueña de varios barrios de
Caracas y otras ciudades, fenómeno anterior al chavismo, y que no ha remitido
bajo su régimen, y
la presencia de partidarios de Maduro de gatillo fácil que atacan las
manifestaciones opositoras y tendrán sobre la mesa todos los ingredientes
para el desastre.
¿Qué alternativas tiene el país?
No muchas. Lo mejor sería que Maduro reconociera su fracaso absoluto y que se
produjera una negociación entre el régimen y la oposición para pactar una
salida acordada ante esta debacle, con el objeto de controlar la economía,
pacificar las calles y volver a unos estándares democráticos homologables, pero
siendo sinceros es poco creíble y lógico que el régimen decida autoliquidarse.
El papel del ejército, poseedor de un inmenso poder en el país, será
determinante si la situación se agrava y no es descartable una asonada militar
o algo por el estilo. Si el régimen se atrinchera nada bueno podrá suceder en
el futuro inmediato. Y de las negociaciones de mediadores internacionales, como
las desarrolladas por ZP, creo que ya no se puede esperar mucho. Pobre Venezuela
y venezolanos.
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