Ayer,
en un nuevo ejemplo de cómo usar las cifras para la política, Rajoy hizo
público vía Twitter el nivel de déficit público alcanzado en el pasado año 2017.
Es esta, la del uso político de las cifras, una mala costumbre muy extendida en
nuestro país, que todo el mundo practica cuando puede y critica a los demás por
hacerlo cuando uno no es capaz de ello. Mal, muy mal comportamiento. La cifra
de ayer, el 3,07%, queda un poquito por debajo del límite pactado con Bruselas,
el 3,1% y supone un cumplimiento de lo acordado con la Comisión por primera vez
en bastante tiempo, pero créanme si les digo que me parece un dato tan
decepcionante como grave, y es que el problema de fondo, la ineficiencia del
sistema de ingresos y gastos públicos, se mantiene.
Vivimos
desde hace pocos años una coyuntura fantástica en la que los hados económicos
nos han puesto delante del espejo unas cifras que, otra vez, destruyen los
manuales clásicos de estudio. La economía española crece, a tasas superiores al
3%, lo que es mucho para una economía madura. Se crea empleo, cierto que no el
suficiente ni de la calidad debida, pero las cifras de parados caen poco a
poco. Los tipos de interés siguen muertos, en mínimos históricos, por lo que el
coste de la deuda se mantiene congelado. Las exportaciones siguen creciendo
pese a un euro fuerte, que propicia que facturas obligadas, como la del
petróleo, se mantengan controladas. Los ingresos vía turismo no dejan de crecer
al batirse récords de llegada de visitantes año tras año. Y la inflación, tan
temida, no asoma por ninguna parte salvo, si me apuran, los alquileres y
compras de vivienda en determinadas ciudades y zonas. Parece el mundo perfecto.
Pues bien, en esta jauja de datos el déficit público se mantiene y acumula, año
tras año, un importe a la deuda global, que se sitúa muy cerca del 100% del
PIB. Resulta absurdo comprobar que con la economía creciendo, lo que supone
mayores ingresos para el gobierno al funcionar los impuestos, tanto directos
como indirectos, sobre mayor volumen de rentas y de transacciones, y con
facturas como el desempleo reduciéndose, el año pasado el déficit se situó en
ese 3,07%. Hemos mejorado desde el 4,3% de 2016, sí, pero es deprimente
comprobar como la máquina del estado no logra enderezar sus cuentas. Las cifras
van por barrios, y mientras que las CCAA y Ayuntamientos embridan sus gastos y
presentan situación de estabilidad, la Administración Central logra un cierto
superávit pero, ojo, la Seguridad Social agranda sus agujeros día tras día. Los
niveles de inversión pública se mantienen bajos y por ahí no se ve una
aceleración de gastos que pueda meternos en problema, y el servicio de la
deuda, enorme, está bajando gracias a los intereses reducidos a cero por las
políticas monetarias ultraexpansivas. ¿Qué sucedería si, por ejemplo, alguno de
estos factores milagrosamente conjuntados dejara de ser tan benigno? Si el
crecimiento se frena, o las exportaciones caen, o el ritmo de creación de
empleo disminuye, o los precios del petróleo crecen mucho, o se reduce el
número de turistas… cualquier variación de esas variables en un sentido
contrario al actual supondrá, entre otras cosas, o bien la reducción de los
ingresos del gobierno o un aumento de sus gastos, o ambas conjuntamente,
añadiendo presión al déficit. La Seguridad Social, dada la evolución
demográfica a corto plazo y el aumento del volumen de pensionistas y
transferencias, no va a conseguir embridar su déficit en muchos años, me temo,
por lo que está siendo muy complicado conseguir lo que se denomina un superávit
primario, una cuenta positiva de ingresos menos gastos en la que no se tienen
en cuenta los intereses de la deuda, algo
que se alcanzó por primera vez en septiembre de 2017, hace apenas seis meses,
y no les cuento lo muy difícil que será conseguir un equilibrio presupuestario
global. Debemos seguir trabajando para lograrlo, pero presumir de un déficit
del 3% en esta coyuntura es, qué quieren que les diga, ridículo.
Hay
una variable que antes, cuando he puesto todas al revés, no he comentado, y es
la que, vaya vaya, primero se gire y se ponga en nuestra contra, que son los
tipos de interés. Las políticas monetarias de la FED ya son de subidas de tipos
y las del BCE se encaminan hacia el fin de los estímulos, por lo que antes o
después los tipos tenderán a subir, y eso nos puede hacer mucho daño. Y no hace
falta añadir que días
negros en la bolsa como el de ayer, gracias entre otras cosas a la
irresponsabilidad comercial de Trump, no ayudan para nada. El problema de
las cuentas públicas españolas, en mascarado durante la burbuja por una
artificial subida de ingresos, lleva en nuestras manos desde 2008 y no hacemos
más que poner parches. Urge replantearse muchas cosas para volver a una senda
de cuentas sostenibles y gasto eficiente.
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