viernes, marzo 23, 2018

Crecemos y, pese a ello, el déficit no cesa

Ayer, en un nuevo ejemplo de cómo usar las cifras para la política, Rajoy hizo público vía Twitter el nivel de déficit público alcanzado en el pasado año 2017. Es esta, la del uso político de las cifras, una mala costumbre muy extendida en nuestro país, que todo el mundo practica cuando puede y critica a los demás por hacerlo cuando uno no es capaz de ello. Mal, muy mal comportamiento. La cifra de ayer, el 3,07%, queda un poquito por debajo del límite pactado con Bruselas, el 3,1% y supone un cumplimiento de lo acordado con la Comisión por primera vez en bastante tiempo, pero créanme si les digo que me parece un dato tan decepcionante como grave, y es que el problema de fondo, la ineficiencia del sistema de ingresos y gastos públicos, se mantiene.

Vivimos desde hace pocos años una coyuntura fantástica en la que los hados económicos nos han puesto delante del espejo unas cifras que, otra vez, destruyen los manuales clásicos de estudio. La economía española crece, a tasas superiores al 3%, lo que es mucho para una economía madura. Se crea empleo, cierto que no el suficiente ni de la calidad debida, pero las cifras de parados caen poco a poco. Los tipos de interés siguen muertos, en mínimos históricos, por lo que el coste de la deuda se mantiene congelado. Las exportaciones siguen creciendo pese a un euro fuerte, que propicia que facturas obligadas, como la del petróleo, se mantengan controladas. Los ingresos vía turismo no dejan de crecer al batirse récords de llegada de visitantes año tras año. Y la inflación, tan temida, no asoma por ninguna parte salvo, si me apuran, los alquileres y compras de vivienda en determinadas ciudades y zonas. Parece el mundo perfecto. Pues bien, en esta jauja de datos el déficit público se mantiene y acumula, año tras año, un importe a la deuda global, que se sitúa muy cerca del 100% del PIB. Resulta absurdo comprobar que con la economía creciendo, lo que supone mayores ingresos para el gobierno al funcionar los impuestos, tanto directos como indirectos, sobre mayor volumen de rentas y de transacciones, y con facturas como el desempleo reduciéndose, el año pasado el déficit se situó en ese 3,07%. Hemos mejorado desde el 4,3% de 2016, sí, pero es deprimente comprobar como la máquina del estado no logra enderezar sus cuentas. Las cifras van por barrios, y mientras que las CCAA y Ayuntamientos embridan sus gastos y presentan situación de estabilidad, la Administración Central logra un cierto superávit pero, ojo, la Seguridad Social agranda sus agujeros día tras día. Los niveles de inversión pública se mantienen bajos y por ahí no se ve una aceleración de gastos que pueda meternos en problema, y el servicio de la deuda, enorme, está bajando gracias a los intereses reducidos a cero por las políticas monetarias ultraexpansivas. ¿Qué sucedería si, por ejemplo, alguno de estos factores milagrosamente conjuntados dejara de ser tan benigno? Si el crecimiento se frena, o las exportaciones caen, o el ritmo de creación de empleo disminuye, o los precios del petróleo crecen mucho, o se reduce el número de turistas… cualquier variación de esas variables en un sentido contrario al actual supondrá, entre otras cosas, o bien la reducción de los ingresos del gobierno o un aumento de sus gastos, o ambas conjuntamente, añadiendo presión al déficit. La Seguridad Social, dada la evolución demográfica a corto plazo y el aumento del volumen de pensionistas y transferencias, no va a conseguir embridar su déficit en muchos años, me temo, por lo que está siendo muy complicado conseguir lo que se denomina un superávit primario, una cuenta positiva de ingresos menos gastos en la que no se tienen en cuenta los intereses de la deuda, algo que se alcanzó por primera vez en septiembre de 2017, hace apenas seis meses, y no les cuento lo muy difícil que será conseguir un equilibrio presupuestario global. Debemos seguir trabajando para lograrlo, pero presumir de un déficit del 3% en esta coyuntura es, qué quieren que les diga, ridículo.


Hay una variable que antes, cuando he puesto todas al revés, no he comentado, y es la que, vaya vaya, primero se gire y se ponga en nuestra contra, que son los tipos de interés. Las políticas monetarias de la FED ya son de subidas de tipos y las del BCE se encaminan hacia el fin de los estímulos, por lo que antes o después los tipos tenderán a subir, y eso nos puede hacer mucho daño. Y no hace falta añadir que días negros en la bolsa como el de ayer, gracias entre otras cosas a la irresponsabilidad comercial de Trump, no ayudan para nada. El problema de las cuentas públicas españolas, en mascarado durante la burbuja por una artificial subida de ingresos, lleva en nuestras manos desde 2008 y no hacemos más que poner parches. Urge replantearse muchas cosas para volver a una senda de cuentas sostenibles y gasto eficiente.

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