Se
veía venir, aunque algunos aún no se lo creyeran. Una de las constantes en el
discurso, por llamarlo de una manera, de Trump, es el proteccionismo, la
renuncia a los mercados abiertos y la imposición de barreras, en la absurda
creencia de que eso protege a los productores y consumidores locales. Lo que
puede ser una idea válida en sectores emergentes y economías nacientes, y
habría que estudiarlo en detalle, es una idea nefasta en todos los demás casos.
Trump, y todos aquellos que despotrican en contra del comercio internacional
tienen grabada a fuego una idea errónea. Creen que el comercio es un juego de
suma cero, donde si yo gano tu pierdes, pero no es así. En un intercambio todos
salimos ganando algo.
La
imposición de aranceles al acero y aluminio por parte de EEUU abre un
periodo de hostilidades, que pueden ser mayores o menores, pero sobre todo de
desconfianzas entre las grandes potencias económicas globales. Su decisión, que
excluye a Canadá y Méjico, pero que afecta directamente a China y Europa, será
seguida muy probablemente por una ronda de represalias de esos dos gigantes
sobre productos norteamericanos, y como antes les señalaba, todos perderemos,
porque en estas guerras no hay ganadores. Si observamos las cifras de comercio internacional
veremos que, sobre la mesa, Trump tiene un serio problema. En
este enlace pueden consultar el balance comercial de EEUU, y verán que en
enero de este año el déficit comercial norteamericano ha alcanzado los 56.600
millones de dólares, una señora cifra. El saldo con los dos gigantes antes
mencionados es nefasto, siendo el balance con la UE de menos 13.600 millones y
con China de menos 36.000 millones, más del doble. Estas cifras de déficit son
las que Trump quiere reducir con sus aranceles, y quizás lo logre a corto
plazo, pero a medio conseguirá perjudicar a otros sectores de su economía mucho
más productivos y empleadores de mano de obra. Si lo vemos desde nuestro lado,
el panorama es bastante distinto. Pueden
consultar cifras comerciales de la UE en este enlace, y la imagen que se
obtiene parece justo la inversa. La UE tiene superávit comercial. El dato interanual
de enero de 2017 arroja un saldo favorable de 25.000 millones de euros, por lo
que el sector exterior aporta al crecimiento económico de la Unión, algo de lo
que sabemos mucho en España en estos últimos años, en los que las exportaciones
han salvado parte de nuestro tejido productivo y nuestra ganancia de competitividad
ha logrado que el sector exterior sea uno de los motores del crecimiento, algo
que no había sucedido jamás. Si pulsan el enlace con el texto “Top trading
partners” podrán descargarse un PDF en el que se muestran, con datos de 2016,
el balance de la UE con el resto de países del mundo, con los que en algunos
casos tenemos superávit y en otros casos déficit. Al que más partido le sacamos
es a, vaya, EEUU, con un saldo favorable a la UE de 112.937 millones de euros,
una barbaridad. Y es parte de ese saldo el que Trump quiere eliminar con sus aranceles.
En el reverso contrario, es China el país que más gana comerciando con la UE,
dado que nuestro saldo con ellos es el más negativo, por un valor de, madre
mía, de menos 175.225 millones de euros. Vemos por tanto que, en el balance
global del comercio entre los tres grandes bloques económicos, China es el gran
beneficiado, o el que saca un margen mayor en todos los casos, y EEUU el que
más debe, estando nosotros en un lugar intermedio. No tengo las cifras, pero es
probable que el volumen e intercambios entre estos tres bloques sea mayoritario
en el comercio global, y mucho más si descontamos el efecto de los productos
energéticos (nuestro segundo socio al que más debemos es Rusia, menos 46.601
millones de euros, fruto de las importaciones de gas y petróleo, y el cuarto es
Noruega, por lo mismo). Esto quiere decir que, para el comercio global, las
buenas relaciones y el acuerdo entre estas tres potencias es determinante para
que ellas, y por arrastre todos los demás, se beneficien de los intercambios
mutuos.
Y
el inverso es cierto. La siembra de discordias, agravios, discusiones, vetos y
aranceles sólo va a beneficiar a los impresores, que usarán tipos grandes en
los periódicos que los describan, y en el mundo digital ni siquiera eso. La
historia demuestra que las medidas proteccionistas generan perjuicios
económicos globales, y son una vía rápida hacia la desconfianza de las
naciones, el debilitamiento de sus lazos de interés y el aliento de conflictos que
pueden degenerar en guerras y miserias. Esa lección quedó grabada a fuego para
muchos tras lo sucedido en los años treinta y los efectos de los aranceles,
como los impuestos por EEUU en su ley Smoot-Hawley. Estamos a tiempo de no
cometer errores que pueden costarnos caro, a todos. Ojalá vuelva la cordura.
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