Ayer estuve en la
Fundación Rafael del Pino para asistir a la presentación del último libro de
Mario Vargas Llosa, “La llamada de la tribu” una especie de memorias
políticas e intelectuales del Nobel en las que homenajea a un grupo de
pensadores liberales que son sus referentes. El acto consistía en un debate
entre el escritor y Albert Rivera, moderado por Pepa Bueno. La charla fue
amena, distendida y rica, y el acuerdo entre ambos altísimo a la hora de
defender las democracias liberales, la discrepancia, la ausencia de dogmas, la
lucha contra el nacionalismo y la construcción de Europa como proyecto conjunto
que permita a los ciudadanos del continente huir de las pesadillas del pasado y
alumbrar un nuevo mundo de prosperidad conjunta.
Había
mucha expectación en el auditorio por la presencia de dos figuras tan
llamativas y famosas, y el llenazo era total, pero no sólo por eso. Cuando
comenté a algunos a lo largo del día que iba a asistir al acto, casi todos me
preguntaron por Isabel Preysler, por si la vería o no, y la verdad, era lo que
menos me importaba del todo. Pero sí, Isabel acudió, y se produjo una escena
cómica, y que da que pensar, en el momento del inicio del acto. Los tres
participantes entraron a la sala, con Isabel, rodeados de cámaras y fotógrafos.
Isabel se sentó en primera fila y, a excepción de una o dos cámaras, todas las
demás, y había muchísimas, se centraron en ella y la filmaron y fotografiaron a
discreción, mientras ponentes y moderadora miraban a un tendido sin tener
apenas relevancia. Una periodista de primer nivel, un candidato a la
presidencia del gobierno y un Premio Nobel eran completamente opacados,
abandonados, por unos medios que sólo tenían ojos para la Preysler, sin que me
quede muy claro cuáles son los motivos que provocan algo así. En la sala había
algunos comentarios y risas, y lo mismo debieran estar pensando los tres
protagonistas, ejem, del acto. Tras un rato de flashes, los periodistas se
retiraron y la atención se centró en donde debía estar, en el debate, en el
libro y en las ideas. Pero para la mayor parte de medios gráficos lo importante
había tenido ya lugar. Ahora comenzaba un largo intermedio en el que se iban a
dedicar a esperar, a pasar el tiempo y, ya de paso, aprender, hasta el momento
de su nueva entrada en acción, que tuvo lugar cuando Pepa Bueno dio por acabado
el diálogo. El aplauso del público congregado fue unánime y los tres se
levantaron para unas fotos de rigor, pero nuevamente entró la marabunta de
cámaras que se centró, cómo no, en Isabel, y quizás no de una manera tan
exagerada como al principio, pero se volvió a ver una escena similar en la que
el centro de atención estaba en esa primera fila y no en el estrado. Quizás un
mínimo sentimiento de celos surgió entre los presuntos protagonistas, al verse
tan desplazados, quizás lo tenían asumido desde el principio, conocedores como
todos de lo que vende y lo que no, y de escenas parecidas acontecidas en todo
tipo de actos en los que alguien tan
famoso como Isabel eclipsa a todo lo demás. En este caso será Vargas Llosa el que
se esté acostumbrando a situaciones diarias de este tipo, dado que su figura ha
pasado, en muchos entornos, de ser un Premio Nobel a ser la pareja de Isabel Preysler.
Si eres alguien con mucha autoestima o afán de protagonismo, que te pase algo
así debe ser una pesadilla. No se si ese es el caso de don Mario, pero a hechos
tan raros como estos debe estar ya acostumbrándose, por la cuenta que le trae
si quiere mantener la relación.
¿Y
Isabel? ¿Qué opina Isabel de todo esto? Ni lo se. Lo que pensaba, además de lo
que les he compartido, al ver esa escena, era la pesadilla que supondría para
mi vivir siempre con una corte de cámaras que, allá donde vaya, me persigan, me
quieran grabar, sin intimidad alguna, sometido a su presión en todo momento. Es
el peaje que debe pagar alguien muy famoso, sin que en mi opinión haya hecho
nada para merecer esa fama, a cambio de disfrutar de ingresos enormes. ¿Se
cambiaría usted por Isabel? ¿Llevaría con comodidad esa vida a cambio del
dinero y las posesiones? Por un momento la imagen me recordaba a la de una
presa, rodeada de buitres, y parecía cualquier cosa menos algo relacionado con
el lujo y la distinción. Daba mucho que pensar todo aquello, desde la óptica
liberal y desde cualquier otra.
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