Normalmente
hay dos posturas enfrentadas, y a menudo erróneas, sobre el impacto de las
novedades tecnológicas. Una, la minusvaloración, las considera poco relevantes,
incapaces de cambiar las cosas establecidas y meros añadidos a una vida que es
“como siempre lo ha sido”. La otra es la magnificación, considerar que todo
avance supondrá una revolución y cambiará por completo el mundo. Esta última
postura siempre está en boca de quienes desarrollan el invento, porque eso les
permite vender hacer más negocio, cosa que siempre es necesaria, y debemos
conocer para valorar las cosas en su justo término. Sobre los riesgos de la
tecnología, los primeros sólo los ven y los segundos no aprecian ninguno.
Ayer
se produjo, en california, el primer fallecimiento por atropello provocado por
un coche autónomo. Una mujer es la víctima de un Volvo de Uber que estaba
realizando pruebas en tráfico real. La noticia es de esas que exige estar un
poco puesto en la materia y no haber permanecido recluido en la cárcel o en una
isla desierta durante los últimos años (pocos). La mera idea del coche autónomo
hace no mucho tiempo era mera fantasía y reducto de los cómics y las películas,
pero el cada vez más importante avance en la gestión de los datos y la IA
empieza a acercarlo, no se si peligrosamente o no, a la realidad. El accidente
de ayer es una desgracia, pero no un acontecimiento raro en el desarrollo de
cualquier otra tecnología pionera. Piensen ustedes la de gente que se mató en
los mundos pioneros de la aviación, a bordo de máquinas destartaladas que,
milagrosamente, volaban, pero que eran la fragilidad hecha hierro y tela. Este
accidente ha causado un gran revuelo mediático y probablemente enfríe algo las
expectativas de evolución de estos vehículos, pero sospecho que no va a detener
su avance e implantación. Para lo que sí que va a ser muy útil este suceso es
para enfrentar a los ilusionistas de la innovación ante la cruda realidad de
que alguno de sus dispositivos falle y cause graves problemas, y por otro lado,
casi más importante, para tener un primer caso en el que la ley, los seguros y
la justicia puedan determinar cómo se gestionan las culpas en un accidente
causado por un coche al que ningún humano conduce. Este aspecto, el de la ley y
la asunción de riesgos, que parece menor, es uno de los más sensibles y
posibles causantes de retrasos en el desarrollo de estos vehículos. Si
fabricantes, diseñadores, programadores, consumidores y demás elementos de la
cadena de uso y valor no tienen claro las responsabilidades jurídicas de cada
uno ni cómo se van a dirimir los accidentes, que los habrá, no despegará el
mercado y eso hará que los beneficios potenciales queden en entredicho. Los amantes
del mundo del derecho, los seguros y las pólizas (no es mi caso) tienen ante sí
un caso magnífico para aprender, enfrentarse y sacar algo en claro, aunque es
probable que el foco mediático ya no esté tan presente cuando los picapleitos
se arrojen argumentos no autónomos. En todo caso, debemos hacernos a la idea de
que el coche autónomo y, en general, dispositivos que se mueven solos, es algo
que poco a poco se va a hacer más y más corriente en nuestras vidas. Probablemente
empiece como algo anecdótico, pero luego se irá extendiendo, y tiene un
potencial para alterar algunas de las formas de vida, trabajo y ocio que consideramos
como establecidas. Y a buen seguro puede producir impactos que ni somos capaces
de imaginar, por lo que se me antoja imposible predecir sus efectos. Pero los
tendrá, no lo duden.
Si
no recuerdo mal, el primer vuelo de los hermanos Wright a bordo de lo que no
era más que una cutre bicicleta con un motor y alas recorrió menos espacio que
la envergadura de un 747. En su momento la noticia debió ser impactante, y no
tardaría mucho en producirse experimentos que lo replicasen, algunos de ellos
saldados con la muerte de los intrépidos que se subían a aquellos cacharros.
Hoy la aviación es algo a lo que nos hemos acostumbrado y ha cambiado el mundo,
pero a buen seguro en aquellos días de diciembre de 1903 nadie sería capaz de
imaginar ni lo que se había inventado ni mucho menos los efectos que traería. Sí,
el coche autónomo, y otras “cosas autónomas” van a ser una realidad, tarde o
temprano. A ver cómo somos capaces de gestionarlo y qué efectos produce.
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