La
subida del 0,25% de la pensión de este año, idéntica a la del pasado y, creo
recordar, el anterior, ha soliviantado a miles de jubilados en toda España, que
han salido a manifestarse para mostrar su enfado ante lo que consideran un
aumento indigno, que no va a servir de nada ante la inflación, que amenaza con
ser este ejercicio más elevada que en los pasados. Resulta curioso ver
movilizaciones en este sector de la población, no muy dado a ellas, y que
supone uno de los caladeros de voto más importantes para toda formación
política. Tradicionalmente conservadores, amantes del bipartidismo, son PP y
PSOE, por este orden, los más preocupados por estas manifestaciones.
Ahora
que no me oye ni lee ningún jubilado, les recomiendo que no se quejen mucho,
porque probablemente estos son y hayan sido los años en los que mayores han
sido sus pensiones, y los próximos supondrán un declive claro de las mismas, y
se lo digo desde la pena que me produce, y con la sensación de enojo de saber
que, cuando me jubile, a saber en qué año y con qué edad, es probable que, si
no cambia mucho el mundo, la pensión que pueda cobrar sea una de auténtica
subsistencia. Creo que los jubilados yerran en el destinatario de su protesta,
que no es exactamente el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, el que les ha
mandado esa carta, cuyo coste podía ahorrarse y convertir en una centésima de
aumento de pensión. No, los jubilados y los activos debiéramos empezar a
protestar contra este gobierno y los anteriores, por tratarnos como a críos. Si
todos los activos que conozco, sin duda alguna, pensamos que vamos a acabar
cobrando cuatro duros de pensión porque el sistema no dará para más, ¿por qué
seguimos aguantando la cantinela gubernamental de que las pensiones están
aseguradas y no hay que temer miedo a un futuro sin ellas? En España, como en
otros países europeos, el sistema se basa en el concepto de reparto, mediante
el cual los activos en este momento y nuestros empleadores pagamos un impuesto
llamado cotizaciones sociales, que se destina al abono de las pensiones de los
jubilados. Muchas variables influyen sobre los flujos financieros que rigen
este sistema, pero las más obvias son que las cosas irán bien si somos muchos
los que trabajamos en relación a los que cobran la pensión, si el tiempo de
trabajo es mucho mayor que el tiempo de cobro de la pensión y si los sueldos de
los que trabajan son bastante más altos de los ingresos que reciben los
pensionistas. Estas tres variables, en ese sentido, garantizan un sistema de
reparto sólido, excedentario y sostenible, y si alguna se empieza a torcer la
cosa se pone fea. En este momento las tres variables juegan a la contra. El
mercado de trabajo se recupera de su pozo negro de la crisis, sí, pero la tasa de
paro sigue siendo muy alta y el ratio cotizante / pensionista es muy pequeño.
La longevidad, bendita, provoca que aunque se esté alargando livianamente la
vida laboral este efecto sea mucho menor respecto a los años totales de vida,
creciendo a pasos agigantados el tiempo en el que se cobra una pensión. Otro factor
demográfico perverso en este sentido es que, con una natalidad casi extinguida
en nuestro país, el envejecimiento de la población es muy acelerado, lo que
aumenta el número absoluto de pensionistas y disminuye el de cotizantes. Y el
tema salarial también va a la contra, con contratos nuevos de salarios cada vez
más bajos, y con ellos cotizaciones muy reducidas, frente a pensiones altas
generadas en las décadas de alta cotización. Es un cóctel explosivo, manida
expresión que en este caso se ajusta bastante bien a lo que estamos viviendo.
Además, problema añadido, todas estas variables tienen mucha inercia, es decir,
son difíciles de cambiar y sus efectos se notan en el largo plazo. Por ejemplo,
no se cómo podríamos aumentar la natalidad pero, de hacerlo hoy mismo, pasarían
décadas antes de que los niños trabajasen y cotizaran.
Cierto
es que esta visión del problema la tenemos hoy en día, con los datos que
conocemos y el mundo que nos es familiar. No está nada claro cómo será el
mercado de trabajo en unos años ni el impacto que ciertas tecnologías
(robótica, IA, etc) puedan tener, pero eso lo iremos descubriendo con el
tiempo. Lo único seguro es que, a día de hoy, la Seguridad Social es
deficitaria y sus pérdidas no parecen ir a menos, sino todo lo contrario. Urge
pensar en serio como atajar este problema y, sobre todo, tratar a la población
como adultos. En España hemos logrado que las pensiones sean un salvavidas para
muchos en tiempos de crisis, mientras que millones de empleados han perdido su
trabajo y, con él, todos sus ingresos. Toca sentarse entre todos, hacer un
acuerdo intergeneracional y lograr, juntos, salvar en lo posible las cuentas de
jubilados y empleados.
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