jueves, marzo 01, 2018

Protestas de jubilados, dudas de las pensiones

La subida del 0,25% de la pensión de este año, idéntica a la del pasado y, creo recordar, el anterior, ha soliviantado a miles de jubilados en toda España, que han salido a manifestarse para mostrar su enfado ante lo que consideran un aumento indigno, que no va a servir de nada ante la inflación, que amenaza con ser este ejercicio más elevada que en los pasados. Resulta curioso ver movilizaciones en este sector de la población, no muy dado a ellas, y que supone uno de los caladeros de voto más importantes para toda formación política. Tradicionalmente conservadores, amantes del bipartidismo, son PP y PSOE, por este orden, los más preocupados por estas manifestaciones.

Ahora que no me oye ni lee ningún jubilado, les recomiendo que no se quejen mucho, porque probablemente estos son y hayan sido los años en los que mayores han sido sus pensiones, y los próximos supondrán un declive claro de las mismas, y se lo digo desde la pena que me produce, y con la sensación de enojo de saber que, cuando me jubile, a saber en qué año y con qué edad, es probable que, si no cambia mucho el mundo, la pensión que pueda cobrar sea una de auténtica subsistencia. Creo que los jubilados yerran en el destinatario de su protesta, que no es exactamente el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, el que les ha mandado esa carta, cuyo coste podía ahorrarse y convertir en una centésima de aumento de pensión. No, los jubilados y los activos debiéramos empezar a protestar contra este gobierno y los anteriores, por tratarnos como a críos. Si todos los activos que conozco, sin duda alguna, pensamos que vamos a acabar cobrando cuatro duros de pensión porque el sistema no dará para más, ¿por qué seguimos aguantando la cantinela gubernamental de que las pensiones están aseguradas y no hay que temer miedo a un futuro sin ellas? En España, como en otros países europeos, el sistema se basa en el concepto de reparto, mediante el cual los activos en este momento y nuestros empleadores pagamos un impuesto llamado cotizaciones sociales, que se destina al abono de las pensiones de los jubilados. Muchas variables influyen sobre los flujos financieros que rigen este sistema, pero las más obvias son que las cosas irán bien si somos muchos los que trabajamos en relación a los que cobran la pensión, si el tiempo de trabajo es mucho mayor que el tiempo de cobro de la pensión y si los sueldos de los que trabajan son bastante más altos de los ingresos que reciben los pensionistas. Estas tres variables, en ese sentido, garantizan un sistema de reparto sólido, excedentario y sostenible, y si alguna se empieza a torcer la cosa se pone fea. En este momento las tres variables juegan a la contra. El mercado de trabajo se recupera de su pozo negro de la crisis, sí, pero la tasa de paro sigue siendo muy alta y el ratio cotizante / pensionista es muy pequeño. La longevidad, bendita, provoca que aunque se esté alargando livianamente la vida laboral este efecto sea mucho menor respecto a los años totales de vida, creciendo a pasos agigantados el tiempo en el que se cobra una pensión. Otro factor demográfico perverso en este sentido es que, con una natalidad casi extinguida en nuestro país, el envejecimiento de la población es muy acelerado, lo que aumenta el número absoluto de pensionistas y disminuye el de cotizantes. Y el tema salarial también va a la contra, con contratos nuevos de salarios cada vez más bajos, y con ellos cotizaciones muy reducidas, frente a pensiones altas generadas en las décadas de alta cotización. Es un cóctel explosivo, manida expresión que en este caso se ajusta bastante bien a lo que estamos viviendo. Además, problema añadido, todas estas variables tienen mucha inercia, es decir, son difíciles de cambiar y sus efectos se notan en el largo plazo. Por ejemplo, no se cómo podríamos aumentar la natalidad pero, de hacerlo hoy mismo, pasarían décadas antes de que los niños trabajasen y cotizaran.

Cierto es que esta visión del problema la tenemos hoy en día, con los datos que conocemos y el mundo que nos es familiar. No está nada claro cómo será el mercado de trabajo en unos años ni el impacto que ciertas tecnologías (robótica, IA, etc) puedan tener, pero eso lo iremos descubriendo con el tiempo. Lo único seguro es que, a día de hoy, la Seguridad Social es deficitaria y sus pérdidas no parecen ir a menos, sino todo lo contrario. Urge pensar en serio como atajar este problema y, sobre todo, tratar a la población como adultos. En España hemos logrado que las pensiones sean un salvavidas para muchos en tiempos de crisis, mientras que millones de empleados han perdido su trabajo y, con él, todos sus ingresos. Toca sentarse entre todos, hacer un acuerdo intergeneracional y lograr, juntos, salvar en lo posible las cuentas de jubilados y empleados.


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