La
muerte de Forges, acaecida la semana pasada, hizo que nuevamente nos
enfrentásemos a la realidad del cáncer. El pobre sufrió uno de páncreas, uno de
los más rápidos y devastadores, que a día de hoy supone una casi certera
condena. Pero no debemos obviar una realidad, y es que miles y miles de pacientes
con cáncer, que hace pocas décadas hubieran muerto, hoy siguen entre nosotros,
han convertido su enfermedad en un recuerdo, que deben seguir chequeando para
evitar rebrotes, y han eliminado el concepto de muerte del significado de
cáncer. Es algo que, si se lo contásemos a la sociedad de los años sesenta o
setenta nos tacharían de lunáticos. El avance es enorme.
Pero
sólo estamos realmente al principio de una nueva lucha contra el cáncer que,
ojalá, acabe convirtiéndolo en una enfermedad benigna o, al menos,
sobrellevable. Las terapias clásicas que utilizamos, basadas en quimio y radioterapia,
tienen como objetivo fundamental la destrucción del tumor, localizado a lo
antes posible para ser efectivas, y actúan como una especie de bombardeo aliado
en la II Guerra Mundial, sometiendo a la zona donde se encuentra el tumor y, en
general, a todo el cuerpo, a un ataque intensivo, que destroza el núcleo
canceroso pero que, como es fácil de entender, supone muchos efectos
secundarios, y muy variables en función de cada persona. Una de las muchas preguntas
que los investigadores se han hecho frente al cáncer, desde el principio, es el
por qué el sistema inmunitario propio, el que nos defiende de las enfermedades
comunes, no hace nada frente al cáncer. En nuestro cuerpo se desarrolla un ser
extraño, usurpador y que empieza a consumir recursos, pero que no es asaltado
por los glóbulos blancos y nada detiene su avance. ¿Por qué? Hace ya tiempo que
se descubrió que los tumores fabrican una, por así decirlo, capa de
invisibilidad como la de Harry Potter, poseen una serie de proteínas y
sustancias que hacen que no sean detectados por el sistema inmunitario, que no
los ve, y por tanto no actúa. Al descubrirse este asunto el paso obvio era
preguntarse cómo desmontar esa capa, cómo hacer ineficiente esa protección del
tumor y ver qué pasaba si el sistema inmune, viendo al enemigo, lo atacaba. La
teoría de este proceso es así de simple, y la práctica no puede ser más
complicada. Ha requerido años y años de estudios, de enormes desarrollos
técnicos e informáticos, pero poco a poco científicos de todo el mundo han empezado
a descifrar esas estrategias de invisibilidad, distintas entre distintos
tumores, comunes en algunos de ellos, y procedido a su desmontaje. Y tras ello,
el sistema inmune de esos pacientes “ha visto” el tumor y se ha puesto a
atacarlo. Esto, dicho de manera muy burda, y que me perdonen los expertos, es
lo que se conoce como inmunoterapia, y los primeros resultados que se están obteniendo,
aún en fases experimentales, son realmente asombrosos. Cada cierto tiempo
surgen noticias no ya esperanzadoras, sino que parecen sacadas de un compendio
de milagros religiosos, en las que animales de laboratorio logran sanar
completamente de afecciones cancerosas después de que su sistema inmune haya
destruido, literalmente, el tumor. Es asombroso. Y una vez desprotegido el
enemigo, la capacidad que tenemos de atacarle se multiplica. Hace unas semanas
se supo que ha tenido éxito la variante que supone usar virus, como los que nos
provocan la condenada gripe u otras enfermedades, para que, inoculados en el
tumor desprotegido, lo asalten y combatan. Y funcionan. Y
los pacientes así tratados ven como sus tumores se reducen en cuantía y
ferocidad, y la enfermedad remite. Lo repito, una y mil veces, es
asombroso. Se dan casos de cobayas curadas y de pacientes que van camino de
estarlo.
Muy
probablemente “inmunoterapia” llegue a ser, con el tiempo, una de las palabras
más importantes del diccionario y la salvadora de muchas vidas, quizás también
la suya o la mía. Pero junto a ella hay otras muchas que debemos asociar para
que funciones, empezando por todas las relacionadas con la medicina
personalizada, porque cada cáncer en cada paciente puede tener características
muy distintas y requiere un estudio pormenorizado, que la tecnología empieza a
hacer posible. Y la detección precoz, y las biopsias líquida, que nos
permitirán descubrir a ese mal muy pronto, cuando sea débil y más fácilmente combatible.
Y detrás de todas esas palabras, miles de profesionales en todo el mundo que
investigan y desarrollan, y fondos públicos y privados que lo permiten. Y la
ciencia, que salva vidas.
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