martes, febrero 27, 2018

Guta. Siria. El horror

En el catálogo de horrores universales que se dan en nuestros días, la competición está disputada y se centra en dos focos no muy alejados uno de otro, con un común decorado desértico, arenoso y cálido, pese a estar en Febrero. Apenas nos enteramos de lo que pasa en Yemen, inmerso en una cruel guerra, desatada por su poderoso vecino Arabia Saudí, y en la que los enfrentamientos civiles se suman a las luchas religiosas entre sunís y chiís, y todo ello aderezado con una epidemia de cólera que crece sin cesar y que mata tanto o más que la propia guerra. Como de eso no sabemos nada ni vemos imágenes, ni nos indigna ni impresiona, y en el desconocimiento encontramos la excusa para la inacción.

Para el caso de Siria tenemos que recurrir a otro tipo de excusas para argumentar nuestra indiferencia, porque poco y mal, que ya se encargan los combatientes de que así sea, pero algo nos enteramos de lo que allí sucede, y cada día supera en horror al anterior. Alepo se convirtió hace un año en un remedo de Stalingrado, con menos víctimas, pero igual crueldad urbana, infinita y desatada. La caída de la ciudad en manos de las tropas del régimen de Asad y sus amigos iraníes y rusos supuso el exterminio de la oposición, y en este caso no estoy recurriendo a metáforas literarias, y la pacificación que siempre llega tras la conversión de lugares habitados en cementerios. Y con ello Alepo desapareció de los titulares. Parecía que la guerra de Siria se acababa, y eso siguen afirmando los expertos, que su final está cerca, una vez que las tropas aliadas del régimen acaben con todos los reductos de insurgencia. Y uno de esos últimos bastiones rebeldes es Guta, un enclave muy cercano a la propia ciudad de Damasco, que está siendo golpeado con saña y fiereza por parte del régimen para destruirlo del todo y anexionarlo a la zona controlada por Asad, quizás con vistas a una futura negociación de paz (qué hipocresía) en la que cada ciudad y trozo de arena controlado supone una ventaja más en torno a una mesa diplomática. Por cientos se cuentan los fallecidos en estos últimos días en Guta, masacrados por la aviación del régimen y las fuerzas rusas, que laminan sin cesar la zona, sin distinguir si el objetivo que alcanzan es un combatiente rebelde, un islamista, un yihadista, un kurdo o un civil ajeno a todo. Da igual, el objetivo de la campaña es laminar Guta, exterminarlo, convertirlo en otro erial en el que, si nadie queda, nadie pueda ser opositor al régimen. Las reglas de la guerra, arcaicas convenciones de caballeros de épocas pasadas, hace tiempo que fueron olvidadas en los conflictos entre hombres, y en Guta se dispara de manera indiscriminada, se bombardea sin precisión alguna con cargas brutas, esos llamados “barriles bomba” que destruyen edificios completos sin que sea posible controlar el lugar de su impacto ni su posterior deflagración, y abundan los testimonios de heridos que están afectados por cloro y otras sustancias químicas, nueva muestra de que el régimen de Asad no ha dejado nunca de usar armamento no convencional, de destrucción masiva si lo prefieren, pese a los bloqueos y admoniciones de una acobardada, e inútil, comunidad internacional. En una muestra de quién y cómo se controla la guerra de Siria, portavoces del gobierno ruso han anunciado que en breve se pondrán en marcha corredores humanitarios en Guta, para cumplir la petición de la ONU de un alto el fuego. Quizás por esos corredores transiten gatos y perros, únicos supervivientes de la ciudad, ya se encargarán Asad y sus socios (y jefes) rusos e iranís de “regular” el tráfico de personas.


Y mientras tanto, hora tras hora, día tras día, la muerte se enseñorea de Guta, convierte a los hospitales en morgues, incapaces de realizar cualquier tipo de asistencia sanitaria en unas condiciones que son inimaginables para cada uno de nosotros, y las voces de algunos de los residentes allí, de los que sobreviven, usan Twitter y otras redes sociales para relatarnos su horror, para “molestarnos” a la hora de comer y cenar con, otra vez, la interminable guerra de Siria. Esa “molestia” es una llamada de auxilio a la que no contestamos en el pasado, a la que no contestamos ahora, y a la que, probablemente, no vamos a contestar nunca. La tragedia Siria es su guerra, y nuestra indiferencia, el mantener la duda de si pudimos hacer algo para evitar este horror y, siendo capaces, no quisimos.

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