jueves, febrero 01, 2018

Hasta corriendo nos hacemos visibles para el Gran Hermano

En su excelente novela 1984, Orwell imagina un futuro en el que el poder se ha hecho absoluto y controla a los ciudadanos hasta en sus más íntimos detalles. Los medios de comunicación audiovisuales son de doble sentido, permiten ver y ser vistos, y el ciudadano es un eslabón prescindible de una cadena que, cuanto más le oprime, más fuerte hace al poder que todo lo controla. Inspirado en el nazismo y estalinismo que conoció, y sufrió, Orwell describió la dictadura perfecta, o eso es lo que parecía en su momento a todos los que la leyeron y rezaron para no vivir en un mundo así.

En la actualidad Orwell estaría asombrado porque, aunque acertó en el fondo, se equivocó completamente en la forma en la que el poder omnímodo se haría con todo. Resulta que no es necesario someter a los individuos para que estos confiesen sus intimidades al estado y se conviertan en vulnerables, no, los individuos las van pregonando libremente por ahí, para que todos puedan escrutarlas, y ceden parcelas de vida privada de manera absurda, gratuita y descarada a cambio de no se sabe muy bien qué. En la distopía de Orwell el poder daba miedo, y en la realidad el poder, oculto, otorga satisfacciones en forma de descuentos por la compra de objetos, ofertas personalizadas y chollos sólo al alcance de nosotros mismos. Como en el episodio de la Nutella, pero a nivel planetario, el poder sabe extraer, cada vez mejor, lo que es el anhelo de cada uno de nosotros y utilizarlo de la manera más efectiva posible para sacarnos el dinero que desea obtener, el mayor posible. Hoy ese poder no está tanto en los estados, que se han quedado atrás en la conquista tecnológica, como en empresas como Google, Facebook, Amazon, Ali Baba, etc, que conocen cada vez mejor las particularidades de cada uno de sus clientes, y de los que aún no lo son, pero acabarán siendo. Es un sistema mucho más sibilino y encubierto del que describe Orwell en su libro, pero no por ello menos efectivo y opresor. ¿Estamos cayendo poco a poco en una dictadura en la que estas empresas acabarán por condicionarlo todo? La versión del Gran hermano que desarrolla el gobierno chino, en el que los ciudadanos son monitorizados por sistemas de videovigilancia y en la que la Inteligencia Artificial los identifica, sigue y evalúa es sólo un salto de escala de este proceso. Pretenden en china que los comportamientos humanos sean completamente accesibles para el gobierno, que para eso es una dictadura, y que sirvan para premiar o castigar al individuo en función de cómo se porte en su vida diaria. Cuanto más social, educado, limpio, amable, servil al gobierno y cumplidor de la ley, más puntos se obtendré en esa especie de juego público, puntos canjeables luego por rebajas fiscales, ayudas del gobierno y reducción de castigos o multas en caso de cometer actos “malos”. Lo que resulta más asombroso de esta historia es que el gobierno sabe que, en el fondo, sea dictatorial o no, la mayor parte de la población participará de buen grado en esta experiencia, porque no es sino un refinamiento de lo que ya sucede en las redes sociales privadas, donde los individuos son libres en teoría, pero sometidos en la práctica a normas de comportamiento políticamente correcto y presiones de todo tipo, que coartan su pretendida libertad. Las empresas privadas que gestionan esas redes ya actúan como el gobierno chino, otorgando ofertas y descuentos a los que actúan de determinada manera y se ofrecen a colaborar. Beijing depurará este sistema, y lo va a poner al servicio de sus idearios políticos y a la mayor gloria de la cada vez más dirigente casta dictatorial china, pero las bases de este fenomenal invento socio político las ponemos cada uno de nosotros, cada día, con nuestro comportamiento y uso de la tecnología.


En cosas como estas pensaba hace un par de días, cuando salió la noticia de que gracias a una simple pulsera que se usa para controlar el ejercicio físico se han podido descubrir bases secretas de varios gobiernos y ubicaciones reservadas de todo tipo. Si la empresa que gestiona estos dispositivos, que es enana en comparación a los gigantes de internet, tiene todos esos datos, gracias a que se los regalamos, y conoce todo eso, ¿qué no sabrán monstruos como Google o Amazon? ¿Qué quedará fuera de su alcance? ¿hasta qué punto son capaces de exprimir nuestra renta, condicionar nuestros gustos, patrones de comportamiento, decisión y destino? Y casi todo gracias a la información que les proporcionamos. Orwell alucinaría.

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