miércoles, enero 31, 2018

Preacuerdo en la Opel de Figueruelas

Mientras Puigdemont sigue sembrando discordia entre los suyos propios y generando enormes destrozos, sociales y económicos, en la sociedad catalana y en toda España, otras personas demuestras que el pragmatismo y la cabeza fría son la mejor guía en tiempos convulsos como estos, que a todos nos descolocan. Hay una expectación muy alta para conocer, creo que poco más allá del mediodía, el resultado de la votación a la que ha sido sometido entre los trabajadores de la planta de Opel en Figueruelas el acuerdo alcanzado por la nueva propiedad, PSA, francesa, y los sindicatos, tras unas negociaciones que, durante días, han hecho asomar el traslado de parte de la producción y la enorme pérdida que eso supondría.

He leído estos días varios artículos al respecto y no se ponían de acuerdo sobre si esta industria representaba el veinte o el veinticinco por ciento de la economía aragonesa. Qué más da, cualquiera de esas cifras es salvaje. El impacto que la planta tiene en su entorno es enorme, y el arrastre que genera, indiscutible, en términos de riqueza, población y servicios. Con cerca de siete mil empleados directos, repartidos en turnos, y con decenas de miles en las industrias auxiliares que se sitúan en las proximidades de la planta, y con miles y miles de trabajos vinculados directa e indirectamente, la Opel de Figueruelas aparece como el nodo central de una enorme red financiera y económica que surte de empleo y prosperidad a su entorno. Desde que se estableció, a principios de los ochenta, y al igual de lo que ha sucedido en otras localidades donde se han asentado empresas de este tipo (Almusafes en Valencia con la Ford, Vigo con PSA, Valladolid – Villalobón con Renault, etc) los municipios de su entorno han visto cambiar completamente la fisonomía y perfil de sus habitantes, empezando por el mero hecho del disparo de población asociada, y todos ellos, empleados o no de la fábrica, pero que viven en torno y gracias a ella, saben que mantenerla allí, en marcha, es el objetivo número uno de sus vidas. La productividad de las plantas de coches españolas es altísima, y el proceso de aumentos salariales que se dio desde que se implantaron, atraídas en su momento por nuestro país por los bajos costes laborales, no ha causado deslocalización alguna. Los grandes centros productores de coches han ido creciendo sin cesar, y creo recordar que sólo Santana motor en Linares ha decaído, y la planta de PSA de Villaverde Madrid siempre está en la cuerda floja. España es uno de los principales productores de automóviles de Europa, con casi tres millones de unidades montadas en el pasado año 2017, muchas más de las que se venden en nuestro territorio, lo que hace de esta industria una de nuestras más grandes exportadoras. Producir coches en España sigue siendo rentable pero, en general, producir coches en el mundo se está convirtiendo en un negocio cada vez más complicado, y no tanto por asuntos de deslocalización y costes laborales, que siempre están ahí, sino por la transformación que empieza a sufrir la industria del automóvil, que intuye que se acaba una época pero que no es capaz de vislumbra cuál será la que viene. Competidores asiáticos que están haciendo mucho daño a las marcas europeas, mercados emergentes con dinámicas propias, revolución tecnológica que amenaza el dominio absoluto del motor de combustión interna, normativas ambientales cada vez más estrictas, pérdida de atractivo del coche como elemento distintivo para muchos jóvenes, la irrupción del coche autónomo y su discutido futuro, junto con los ya presentes sistemas de alquiler por uso y renting… sí, hacer y vender coches se está complicando mucho, y la presión para los fabricantes va a más. Los enormes costes fijos de esta industria hacen que los cambios no puedan ser bruscos, y las estrategias sean a largo plazo. Un cóctel complicado en el que los trabajadores se encuentran, también, en una nueva época.


El preacuerdo en Figueruelas, que esperemos sea ratificado en la votación de hoy, es una gran noticia, sobre todo para los trabajadores de la planta, porque garantiza su futuro y vuelve a mostrar el sentido de la responsabilidad que poseen. Es el nuestro un país en el que montamos coches, pero carecemos de industria automovilística que decida, diseñe y planifique, y eso a largo plazo es un grave problema. El ejemplo de Figueruelas sirve como guía para actuar, con cabeza, ante un dilema que tiene un alto componente emocional. La planta, ojalá, seguirá produciendo, y con ella todas las que tenemos en el país, pero siempre con un ojo puesto en la evolución de un mercado que como todos, debe ser rentable, pero que puede cambiar más en los próximos diez quince años que en el último medio siglo.

No hay comentarios: