Las
encuestas electorales conocidas la semana pasada han alterado mucho la visión
del panorama político nacional. Año nuevo, vida nueva, se dice, y puede que
algo haya de eso. Subido a la ola de los excelentes resultados electorales
cosechados en Cataluña, Ciudadanos recibe una prima de respaldo en toda España
y empate a nivel técnico con un PP que no deja de, poco a poco, caer desde el
momento de la victoria electoral en verano de 2016. Por su parte el PSOE
consolida su nivel de voto, pero no aumenta, y Podemos entra en un proceso de
desangre permanente que le hace perder puntos, proceso agudizado sin duda por
su opinión respecto a todo lo que ha sucedido y sucede en Cataluña. La crisis
de Podemos va a más, y cuanto más se nieguen a verlo su iluminado dirigente y
coro de fieles, peor será.
¿Tiene
opciones reales Ciudadanos de ganar unas elecciones generales? Es una pregunta
muy difícil de contestar, y aunque ahora mismo me incline por decir “no” la
mera posibilidad de que fuera “sí” sería tan fascinante como revolucionaria.
Además, recordemos, una cosa es ganar en votos y otra es la asignación de
escaños, y eso son dos asuntos muy distintos. Y otra tercera es ganar y
gobernar, que a veces tienen poco que ver. Hay regiones, como se ha visto en Cataluña
y se intuye en Madrid, en las que hoy en día Ciudadanos ganaría al PP y se convertiría
en la primera fuerza electoral. En otras como Valencia y las Castillas la cosa
está más disputada, y es probable que en Andalucía y, sobre todo Galicia, el PP
conserve un electorado muy fiel y venza tranquilamente a los naranjas. En todo
caso, el resultado catalán, un desastre absoluto para los populares, que siguen
sin querer verlo y aceptarlo, ha encendido las alarmas en Génova, mucho más
tarde de lo que debiera haber sido conveniente para sus intereses. Ciudadanos,
no lo olvidemos, surge tras la decepción del votante no nacionalista, popular y
socialista, ante el conchabeo de sus formaciones con el nacionalismo pujolista,
encarnado por figuras del clan o secuaces de segunda línea. La visión de Albert
Rivera, un hombre joven, sin pasado ni deudas, es novedosa y rupturista, y su
forma de hacer campaña, muy moderna, frente al anquilosamiento de PP y PSOE.
Con el tiempo Ciudadanos se consolida como cuarta fuerza electoral y, escondido
tras el gran resultado de Podemos en las dobles elecciones de 2015 2016,
aguanta el pulso y logra alcanzar un pacto de legislatura con el PP. Y entonces
estalla con toda su fuerza la crisis catalana, y ahí todos los partidos se ven
retratados. Para el votante no nacionalista Ciudadanos es la única fuerza
política coherente, digna y sensata, y las encuestas así lo van reflejando.
Génova y Ferraz desprecian esos augurios y, tras el resultado electoral, lloran
por su derrota y error. En el PP, convertido en fuerza marginal en Cataluña, se
inicia una campaña contra los de rivera para solicitar que les ayuden a tener
grupo propio, acusándoles de no querer combatir con la fuerza necesaria a los
nacionalistas, después de haber sacado un escrutinio propio de una fuerza (muy)
antisistema, y las encuestas de la semana pasada, por fin, desatan el miedo en
el PP. Rajoy, que como ahí aguanta demuestra ser el más listo de todos, sabe
que suya es la competencia para convocar elecciones, y cuanto más tarde sean
más espera que se diluya el dulce momento electoral de Ciudadanos. Rivera lo
sabe, y el mayor error que puede cometer es caer en la prisa, el orgullo y la complacencia
que tanto ejerció Podemos en el pasado, que le ha llevado a su actual crisis. Le
toca seguir trabajando cada día y no dejarse emborrachar por estadísticas que,
como veletas, un día soplan a favor y otro en contra.
Juega
con ventaja Ciudadanos respecto al resto de formaciones políticas. No gobierna,
no gestiona. Su discurso regenerador y reformista no se ha enfrentado a la
cruda realidad de la decisión política del día a día, en minoría, negociando,
que todo lo enturbia y deja como resultado un pacto que nunca satisface a
nadie. ¿Sería un gobierno de Ciudadanos tan distinto a lo que ya conocemos? No
se si tendremos la oportunidad de comprobarlo, pero no duden que habría
notables diferencias entre su discurso y la actuación. Pasa siempre. De momento,
viven un momento dulce, que a nadie le amarga, salvo a los rivales, que ven con
angustia como los naranjas crecen y ellos menguan. Apasionante se presenta este
ciclo político.
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