lunes, enero 29, 2018

Kabul, masacre terrorista en la plaza de Sadarat

Dando por sentado que todos sabemos que Kabul es la capital de Afganistán, ¿sería usted capaz de situarla en el mapa? ¿Conoce alguien a alguna persona que viva allí? ¿Sabemos algo de lo que sucede en el día a día de esa ciudad, de los gustos de sus habitantes, de los resultados de sus equipos deportivos? ¿es Kabul algo más que un nombre? Quizás alguien posea referencias, contactos, historias relacionadas con esa ciudad, pero es probable que pocos, muy pocos en nuestro entorno estén en esa situación. Para nuestras vidas, Kabul está muy lejos en lo físico, pero a una distancia infinita en lo emocional, y en el fondo, nada de lo que allí suceda nos importa o afecta en exceso.

Este fin de semana, otro atentado en Kabul ha sacudido a la ciudad, provocado decenas de muertos y convertido sus calles en improvisados campos de batalla y a cualquier local afectado en morgue temporal. Un suicida ha hecho estallar los explosivos que portaba, que llenaban su vehículo, una ambulancia bomba, causando un centenar de muertos y un número mucho mayor de heridos. Piensen por un momento en la contradicción absoluta que encierran las palabras “ambulancia bomba”, el unir un sinónimo de salud y auxilio con el terrorismo más indiscriminado. De esa combinación aberrante sólo puede surgir el horror que ha segado vidas en un Kabul que, día tras día, se hunde en una espiral de atentados terroristas talibanes que conmocionan a sus sufridos habitantes y les hacen vivir, para siempre, en la pesadilla de la guerra. Las imágenes que hemos podido ver a lo largo del fin de semana, que no han sido demasiadas, son indistinguibles de las que vimos la semana pasada y hace otras tantas. Carreras, cuerpos, dolor, rabia, sufrimiento, cascotes, coches destrozados, calles polvorientas y secas, y confusión y un constante idioma que se nos hace ajeno e indescifrable. Uno ve el mapa de la ciudad y la posición de los últimos atentados y se da cuenta de lo que están sufriendo los residentes de ese lugar, sometidos a un constante ataque por parte de los integristas islámicos, sin que a mucha gente le parezca importarle. ¿Hemos visto campañas en internet con corazoncitos asociados a Kabul? ¿Se ha apagado la Torre Eiffel o algún otro monumento emblemático como solidaridad con las víctimas y allegados? No, nada de eso, ni ha sucedido, ni lo hemos demandado ni lo hemos echado en falta. Porque Kabul está muy lejos, infinitamente lejos. El centro de las grandes y famosas ciudades occidentales está, para muchos de nosotros, más cerca de nuestro corazón e imaginario que el extrarradio de nuestras propias ciudades, en las que vivimos y debiéramos sentir como propias. La esquina de la 42 con Broadway es más identificable para casi todos nosotros que, pongamos, muchos barrios madrileños sitos fuera de la M30, y lo mismo podríamos decir de zonas de Londres, París, Roma, Ámsterdam y muchas otras urbes, donde lo que sucede lo sentimos como propio, y su daño sí que nos duele. El atentado de este sábado en Kabul se ha producido en la Plaza de Sadarat, según veo en internet, plaza cuyo nombre no me dice nada. Podría ser Sadarot o Dasarat y me hubiera quedado igual. Es un lugar vacío, lleno de personas y edificios, sí, pero vacío de sentimientos para mi, y sospecho que para la mayoría. No nos dice nada, no lo ubicamos ni en el espacio ni en sentimiento alguno. Este fin de semana ha sido escenario de una salvajada, pero puede que nunca más en nuestras vidas oigamos ese nombre y nada de lo que allí suceda vuelva a llegar a nuestros oídos, o aparecer en nuestras pantallas. Y de hecho, casi seguro, para la hora de la comida, siendo generoso, habré olvidado ese nombre, ese espacio en el callejero de Kabul, y volverá al rincón de la nada de donde salió, explosivamente, este sábado.


Años y años de guerra en Afganistán que, nuevamente, se traducen en inestabilidad y descontrol, con un gobierno local que parece estar perdiendo no el terreno, pero sí la seguridad, frente a os talibanes y todo tipo de insurgencia yihadista que ataca sin piedad a la capital y a otros lugares aún más remotos y desconocidos. Tras las guerras famosas y mediáticas, Afganistán y sus desgracias han sido confinados al espacio intermedio de la actualidad internacional, a la tierra de nadie informativa a la que no se le presta demasiada atención, más bien poquísima, y que no vende nada. Pero las desgracias se suceden, y hoy esa plaza de Sadarat será escenario de duelos, llantos e intentos de vuelta a una forzada normalidad, hasta el siguiente atentado. Ojalá sea capaz de recordar el nombre de esa plaza, ojalá no pueda olvidarlo.

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