Por
la tarde, en un ambiente de disputa con Puigdemont de fondo, Artur Mas, el que
lo fue todo en la política catalana, el que más recortó, protegió a los
corruptos y puso en marcha el “prucés” soberanista para salvar su pellejo y
fortuna, dimitió
de sus cargos al frente de la hueca carcasa en la que se ha convertido la
otrora poderosísima CiU. Alegó los procesos judiciales que le rodean por el
independentismo, pero nada dijo de la sentencia del caso Palau, que se conocerá
el lunes, en la que él mismo y muchos de los suyos, muy suyos, se juegan años
de cárcel y el descubrimiento de los patrimonios afanados. En sus días fue la
esperanza joven del pujolismo. Hoy deja una Cataluña fracturada, una burguesía
débil y la economía camino del desastre.
Por
la mañana, en sede parlamentaria, comparecía Rodrigo Rato, otro que lo fue casi
todo, que no llegó a la presidencia del gobierno de España pero que, chico
listo, logró ascender al cargo de Director Gerente del FMI, mucho mejor
remunerado y con muchísimo más poder que cualquier puesto que pueda alcanzarse
en territorio patrio. La carrera de Rato es una de las más distinguidas,
florecientes y alabadas de la política española, hasta que se estrelló, y con
él nos dimos todos de bruces en el fondo de la ruina bancaria. Tras su paso por
el FMI fue ascendido a la presidencia de Bankia, un Frankentein financiero que
ocultaba más cadáveres en su interior que una mala película de zombies, y que
sólo hubiera sido viable en un entorno como el actual, de tipos negativos y
océanos de liquidez. Quizás Rato pensó que a él, a ÉL, en mayúsculas, nada ni
nadie podía negarle sus deseos, y actuó como el Rey que pensaba que era. Su
soberbia, siempre elevada, comenzó a planear a mucha mayor altura de la ya de
por sí elevada en la que se situaba su despacho, en la cima de una de las torres
Kio, antaño grandotas, hoy modestas frente a sus gigantescas vecinas del CTBA. El
derrumbe de Bankia, que muchos anticipamos, y que se veía venir por todas
partes, fue un desastre de enormes dimensiones que obligó a España a solicitar
el rescate financiero (pronuncie al menos tres veces la palabra rescate para que
tenga claro lo que sucedió) y supuso la espoleta definitiva de la crisis
financiera, otro de los capítulos del desastre que comenzó en el verano de
2008. Pero ajeno a todo, Rato seguía siendo un Rey, así se veía, y sólo él era
el inocente, rodeado de un mar de culpables. La futura detención del personaje,
el descubrimiento por todos de sus negocios ilícitos, sus dineros blanqueados y
chanchullos varios puso nombres exóticos y cifras mareantes a la carrera de un
hombre que, admirado por tantos (sí, sí, yo también, lo he reconocido varias
veces) engaño a muchos y defraudó a todos. Ayer,
en el Congreso, en la poco útil comisión sobre la crisis financiera, acudió
otra vez como el Señor que se cree que es, dando lecciones a todos,
acusando al presente gobierno, al pasado y a los futuros de ineptitud y de ser
la nada frente a su apolínea figura de estadista y financiero. Sacando trapos
sucios, ciertos o no, Rato ofreció un lamentable espectáculo de chulería y
prepotencia, ideal para ser analizado con el objeto de no caer en semejantes
vicios, que no aclaró nada, y que sólo sirvió para cerciorarse de que, si él se
encontrase en una situación similar, volvería a actuar igual, porque Él es la
verdad, y los demás no.
Dice
un viejo dicho que lo único que se aprende de la historia es que no se aprende
de la historia. Mas y Rato ejemplifican, tristemente, esa máxima, porque ambos,
ahora en el fondo de sus carreras, han fracasado por su propia incompetencia,
por su sectarismo, por su ceguera, por su egoísmo. Pero lo peor de su fracaso,
que es su propio problema, es que ha supuesto dolor, sufrimiento, pérdidas y
angustia para una sociedad, para millones de personas que han visto sus ahorros
perdidos o en peligro, la convivencia de su barrio fracturada y, en definitiva,
su futuro ensombrecido por la actitud de estos dos demagogos e irresponsables.
Futuras sentencias los juzgarán, pero la historia ya lo ha hecho. Y aunque
ellos no aprendan de ella, todos somos conscientes de su lección….. bueno,
todos no, Puigdemont desde luego que no.
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