miércoles, enero 10, 2018

Rato y Mas, dos fracasados que nunca admitirán sus errores

Por la tarde, en un ambiente de disputa con Puigdemont de fondo, Artur Mas, el que lo fue todo en la política catalana, el que más recortó, protegió a los corruptos y puso en marcha el “prucés” soberanista para salvar su pellejo y fortuna, dimitió de sus cargos al frente de la hueca carcasa en la que se ha convertido la otrora poderosísima CiU. Alegó los procesos judiciales que le rodean por el independentismo, pero nada dijo de la sentencia del caso Palau, que se conocerá el lunes, en la que él mismo y muchos de los suyos, muy suyos, se juegan años de cárcel y el descubrimiento de los patrimonios afanados. En sus días fue la esperanza joven del pujolismo. Hoy deja una Cataluña fracturada, una burguesía débil y la economía camino del desastre.

Por la mañana, en sede parlamentaria, comparecía Rodrigo Rato, otro que lo fue casi todo, que no llegó a la presidencia del gobierno de España pero que, chico listo, logró ascender al cargo de Director Gerente del FMI, mucho mejor remunerado y con muchísimo más poder que cualquier puesto que pueda alcanzarse en territorio patrio. La carrera de Rato es una de las más distinguidas, florecientes y alabadas de la política española, hasta que se estrelló, y con él nos dimos todos de bruces en el fondo de la ruina bancaria. Tras su paso por el FMI fue ascendido a la presidencia de Bankia, un Frankentein financiero que ocultaba más cadáveres en su interior que una mala película de zombies, y que sólo hubiera sido viable en un entorno como el actual, de tipos negativos y océanos de liquidez. Quizás Rato pensó que a él, a ÉL, en mayúsculas, nada ni nadie podía negarle sus deseos, y actuó como el Rey que pensaba que era. Su soberbia, siempre elevada, comenzó a planear a mucha mayor altura de la ya de por sí elevada en la que se situaba su despacho, en la cima de una de las torres Kio, antaño grandotas, hoy modestas frente a sus gigantescas vecinas del CTBA. El derrumbe de Bankia, que muchos anticipamos, y que se veía venir por todas partes, fue un desastre de enormes dimensiones que obligó a España a solicitar el rescate financiero (pronuncie al menos tres veces la palabra rescate para que tenga claro lo que sucedió) y supuso la espoleta definitiva de la crisis financiera, otro de los capítulos del desastre que comenzó en el verano de 2008. Pero ajeno a todo, Rato seguía siendo un Rey, así se veía, y sólo él era el inocente, rodeado de un mar de culpables. La futura detención del personaje, el descubrimiento por todos de sus negocios ilícitos, sus dineros blanqueados y chanchullos varios puso nombres exóticos y cifras mareantes a la carrera de un hombre que, admirado por tantos (sí, sí, yo también, lo he reconocido varias veces) engaño a muchos y defraudó a todos. Ayer, en el Congreso, en la poco útil comisión sobre la crisis financiera, acudió otra vez como el Señor que se cree que es, dando lecciones a todos, acusando al presente gobierno, al pasado y a los futuros de ineptitud y de ser la nada frente a su apolínea figura de estadista y financiero. Sacando trapos sucios, ciertos o no, Rato ofreció un lamentable espectáculo de chulería y prepotencia, ideal para ser analizado con el objeto de no caer en semejantes vicios, que no aclaró nada, y que sólo sirvió para cerciorarse de que, si él se encontrase en una situación similar, volvería a actuar igual, porque Él es la verdad, y los demás no.

Dice un viejo dicho que lo único que se aprende de la historia es que no se aprende de la historia. Mas y Rato ejemplifican, tristemente, esa máxima, porque ambos, ahora en el fondo de sus carreras, han fracasado por su propia incompetencia, por su sectarismo, por su ceguera, por su egoísmo. Pero lo peor de su fracaso, que es su propio problema, es que ha supuesto dolor, sufrimiento, pérdidas y angustia para una sociedad, para millones de personas que han visto sus ahorros perdidos o en peligro, la convivencia de su barrio fracturada y, en definitiva, su futuro ensombrecido por la actitud de estos dos demagogos e irresponsables. Futuras sentencias los juzgarán, pero la historia ya lo ha hecho. Y aunque ellos no aprendan de ella, todos somos conscientes de su lección….. bueno, todos no, Puigdemont desde luego que no.

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