Hace
algunos días ya se barajaban cifras que eran de vértigo, y ayer se hicieron
oficiales. Hemos
recibido en 2017 a 82 millones de turistas, récord absoluto de la serie
histórica de número de visitantes y, por primera vez en la historia,
superamos a EEUU como país receptor, y nos colocamos en segundo puesto del
mundo, por detrás de Francia. El gasto asociado a esas visitas es, igualmente,
salvaje, cifrado en 87.000 millones de euros, algo más de mil euros de media
por turista y una cifra que es algo superior al 8% de nuestro PIB. El volumen
de estas transferencias de capital es difícil de imaginar y, desde luego,
consolida al turismo como una de las grandes industrias nacionales, no se si la
primera, y a España como líder global en el sector.
¿Hemos
tocado techo? No lo se, está por ver cómo influirá la crisis catalana en las
cifras de este año, pero quizás sí se haya llegado al punto de máxima ocupación
posible en algunas zonas, especialmente en la costa mediterránea. Baleares es el
máximo exponente de la distorsión que puede acabar generando una enorme
población flotante que consume servicios y ocupa un espacio que, por definición,
no puede ampliarse. Más allá de los brotes de turismofobia, que de momento son
curiosas anécdotas, sí es verdad que lo que se vio desde un principio como una
industria limpia empieza a no serlo. El volumen de residuos que generan
millones de turistas sobrepasa las capacidades de gestión de ayuntamientos y
algunas regiones, y los efectos de arrastre que genera pueden ser muy
perjudiciales para los residentes en esas zonas. Basta con pensar el disparo de
los precios de alquiler de vivienda en Baleares y ponerse en el pellejo de quien,
ajeno al turismo, vive y trabaja allí, y tiene que encontrar un lugar de
residencia donde poder vivir si, por trabajo, le han trasladado a las islas o
lo ha encontrado. Hemos conocido casos sangrantes de médicos y profesores
viviendo en barracones plagados de literas porque no hay un techo que puedan alquilar
con su sueldo ante la carestía generada por la invasión. No me parece tanto problema,
aunque para muchos quizás sea el mayor, la masificación de espacios y lugares
como museos. Es cierto que hay que mantener el orden y las formas en ellos, y
que el personal de esos locales debe emplearse a fondo para que una galería de
estatuas o cuadros no se convierta en la Gran Vía madrileña en Navidad, pero es
lo que tiene la oportunidad de poder acceder a esos lugares para ver las obras,
de democratizar su acceso. Una manera obvia de que en el Louvre no haya
aglomeraciones es multiplicar el precio de la entrada por, digamos, ocho o
diez, y a buen seguro las salas estarán tranquilas y los visitantes que accedan
disfrutarán de una cómoda estancia…. y quizás se dignen a contárnosla al resto,
que no podríamos entrar a precios tan prohibitivos. ¿No les gusta la solución,
verdad? A mi tampoco. Francia, que sigue siendo el primer país del mundo en
volumen de turistas recibidos, se enfrenta a problemas similares al nuestro, especialmente
en París, y otros lugares como Ámsterdam, Florencia, Venecia, Roma o Berlín
están también preocupados por si son capaces de gestionar las avalanchas de
cada día, aunque es verdad que las ciudades italianas, ya completamente
saturadas, se encuentran ante una dimensión del problema mucho más grave. Pero pese
a todo ello, el turismo es un gran invento, aunque parezca una frase vieja y
apolillada. No permite conocer como es otra sociedad, porque las visitas suelen
ser breves y no muy intensas, pero si las acerca, te da unas pinceladas de cómo
otras personas, aparentemente tan diferentes a uno mismo, se enfrentan a problemas
diarios tan similares como los que se dejaron en casa, y que buscan, como
todos, lo mejor para los suyos y alcanzar una vida próspera y feliz. Es una
primera vía para abrir la mente a los otros, y comprobar como todos somos, en
el fondo, tan semejantes.
Si
las cifras de visitantes marean, compare esos 82 millones con la población que
los acoge y las dimensiones del país. Francia recibe más visitas, sí, con un
poco más de superficie de España y una población superior, 67 millones frente a
los 46 nuestros. Y no digamos EEUU, un continente en todos los sentidos donde
esas cifras de turismo quedan muy disueltas. De cara al futuro, uno de los
retos es el turismo que pueda ejercer la clase media china, que ya son cientos
de millones de personas. Si conseguimos atraerlos podemos alcanzar cifras mucho
más altas en un mercado turístico global que se dispararía. ¿Cómo afrontaremos
ese reto? ¿tenemos agua y espacio para acoger a tanta gente? ¿modernizaremos a
tiempo la infraestructura hotelera? ¿Airbnb se lo comerá todo?
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