viernes, enero 19, 2018

Vivir solos

Ayer salió en el Telediario la noticia de que el gobierno de Reino Unido ha creado una Secretaría de Estado para atender los problemas de la soledad que, cada vez, domina la vida de más personas en aquel país. Principalmente mayores, pero no sólo, el número de personas que viven solas en sus hogares crece sin freno y empieza a ser enorme, y las consecuencias sociales, sanitarias y personales aumentan sin cesar. No piensen que este problema se da exclusivamente en sociedades del norte, donde las relaciones personales son más difusas y el sentido familiar menor que en nuestro entorno, no. Dense una vuelta por su vida y la de las personas cercanas y verán que la soledad de muchos es total.

Escribía Marta Fernández un duro y certero artículo este pasado Domingo en El País titulado “cuando la soledad mata” en el que relataba experiencias y caso de servicios sociales, en este caso de la cuidad de valencia que, cada vez más, encuentran a ancianos muertos en sus casas sin que nadie los haya echado en falta, notado su ausencia. Bomberos, servicios de asistencia y otras profesiones sociales contaban su experiencia ante personas que, mayores, débiles y solas, habían sufrido accidentes domésticos y que no habían podido avisar a nadie para ser socorridos, y habían muerto en su hogar, atrapados en él. Una caída a gran edad sin que nadie pueda atenderla se puede convertir en una sentencia de muerte, creando una escena tan absurda como cruel. Imaginar la agonía de una persona, tendida en el suelo de su casa, inmóvil, como sita en el fondo del barranco más oscuro y remoto del mundo, estremece hasta el infinito. La tecnología logra suplir en parte esta falta de conexión, y los servicios de tele asistencia y botones de ayuda que, al ser pulsados, mandan un aviso a un equipo sanitario para que acuda al domicilio de la persona en apuros pueden salvar vidas, y de hecho lo hacen, pero son un paliativo, una venda puesta sobre la herida de la soledad, el gran drama. Personas que gozaron de una vida activa en sus años jóvenes y maduros, que tuvieron o no familia que procrear y cuidar, y que con el paso de los años se han quedado solos, abandonados. Perdieron la cobertura del empleo, que les garantizaba ingresos altos y, sobre todo, actividad diaria, compañía y contacto con otros. Algunos no lograron superar el trauma que supone la jubilación, la ruptura con décadas de trabajo, madrugones y obligaciones, que tanto se critican de puertas para fuera pero que, no nos engañemos, tanto se necesitan. Puede que la mayoría tuvieran familia, fuesen padre o madre, y durante muchos años sus hijos y parejas fueron el centro de sus vidas más allá del trabajo, pero ese centro voló hace demasiado tiempo. Tantos son los hijos que no visitan a su padres cuando son mayores como las viudas, especialmente ellas, que sobreviven muchos años a la muerte de maridos que nunca se cuidaron como debían y fallecieron a edades más tempranas de lo debido. El porcentaje de mujeres solas es mayoritario, y mantienen rutinas como la de cocinar o las tareas domésticas, que les ayudan a pasar el tiempo y a sentirse útiles para sí mismas, y para mantener acogedor el entorno en el que se desenvuelven, pero que pueden llegar a ser peligrosas y generar accidentes potencialmente graves, especialmente los relacionados con fuegos, aceites y todas esas cosas culinarias. Esas personas, lo que más necesitan en la vida, es alguien con quien, de vez en cuando, poder hablar, mirar, sentirse acompañado, saberse rodeado en caso de problemas. No volverán los años de vida intensa, activa y compartida, pero al menos conservar un enganche con los demás, un ancla que impida que su vida derive hacia el agujero de la soledad absoluta.


Vivo solo, desde hace algunos años, también lo hace mi madre, desde la muerte de mi padre, y mi caso supongo que no tiene nada de original. En una ciudad como Madrid, atestada de gente, la soledad se percibe como algo más absurdo y, por ello, cruel. Nadie está más solo que el que vive rodeado de gente para la que no existe. Miro por la ventana de la oficina, contemplo miles y miles de edificios, millones de viviendas en las que, en muchos casos, una sola persona es su morador, y sospecho que esa situación va a más, en un mundo de relaciones cada vez más efímeras, fáciles de crear pero, también, mucho más fáciles de romper. Quizás llegue un momento en el que los “solos” seamos más que los que viven en compañía, no lo se, pero esa manera de vivir empieza a cambiar el mundo y a generar, en masa, sus propios problemas.

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