Nos
creemos racionales, seres equilibrados en los que los cálculos y el análisis
objetivo dominan el instinto, pero la realidad nos demuestra, día tras día, que
no es así. Bastaría con ver el desquiciado comportamiento de Puigdemont para
comprobar como los humanos podemos ser mucho más irracionales de lo que uno
pudiera imaginar, pero comportamientos desquiciados, Puigdemoniacos, como dice
el gran Carlos Alsina, los cometemos todos cada día. Y constantemente se nos
alienta a ello, porque esa es la vía más rápida y segura para que nos gastemos
nuestro dinero. Los genios del márketing nos tientan y, una cine, mil veces,
caemos en la trampa.
La
semana pasada se produjeron serios disturbios en unos establecimientos de una
cadena de supermercados franceses por una oferta chollo de Nutella. La promoción,
única, especial, irrepetible, histórica, consistía en bajar el precio de cada
envase de 4,5 a 1,5 euros, un descuento salvaje del 70%, que está por ver si
era legal al, quizás, situarse por debajo del valor de rentabilidad del
producto. La oferta es muy tentadora, y el producto ideal. Si uno analiza fríamente
los datos se da cuenta de que el ahorro es de tres euros, tres. Da para un par
de cafés, depende en qué lugar, y poco más. El porcentaje de la rebaja es enorme,
sí, pero la ganancia que obtiene el consumidor es escasa. Pues bien, esos tres
euros de nada fueron suficientes para que algo muy similar a batallas campales
se dieran en los establecimientos que vendían la Nutella. Colas enormes,
clientes ansiosos, luchas encarnizadas por conseguir uno o varios botes, manos
y brazos desatados a por el dulce y piernas sueltas apuntando a las espinillas del
contrario… escenas propias de una marabunta exaltada que huyese de un incendio
o de una guerra, o que fuera a enfrentarse en otra. Algo completamente sin
sentido. ¿Por qué la gente acudió en masa a esta promoción, sin duda generando
un coste para su economía muy superior a los consabidos tres euros?. Piensen en
el tiempo empleado, los posibles destrozos en la ropa, las malas sensaciones,
no hablemos de heridas, lesiones o similares…. ¿Compensa eso tres euros? No,
desde luego que no, pero eso era irrelevante en el momento de la batalla, en la
que el valor era conseguir el premio, el triunfo era superar a los demás, y
nada de aquello era economía o negocios, sino una simple regresión a nuestra
versión animalista, primitiva, cazadora, defensora de su territorio frente al
rival. Dos fueron, principalmente, los reclamos que usaron en el fondo los
estrategas de la campaña para convocar a las masas. El primero, el obvio, el
descuento, el chollo, la irresistible oferta, que no tiene parangón y que es
tan asombrosa como única. El otro, asociado, es el de la prisa. La oferta dura
poco, muy poco, corre antes de que se acabe, no lo dejes para el final, se el
primero, ve antes de que otros lo hagan, deja todo lo que estás haciendo y sal
corriendo en busca de tu oferta maravillosa. Chollo y prisa son la combinación
perfecta, generan esa sensación de urgencia, de oportunidad única que no se
puede dejar pasar, que resulta muy irresistible. Son tácticas que se emplean
muy a menudo en promociones comerciales de todo tipo, las rebajas son un
clásico a la hora de utilizarlas, y que modernas figuras como “el día sin IVA”
o el “Black Friday” han extendido y optimizado aún más. Lo ideal es forzar la
combinación de componentes para alentar lo más posible el instinto. Descuentos
acentuados durante un tiempo muy breve, y el caso de la Nutella era el ejemplo
perfecto. Chollazo del 70% de bajada hasta que se acabasen las existencias de los
botes, por lo que el tiempo lo definía la horda de compradores. Cuantos más
acudieran, menor era la ventana de oportunidad. Y una vez desatado el instinto,
con los consumidores babeando cuales perros paulovianos, las escenas que vimos
eran tan obvias como, por supuesto, rentables para el vendedor.
¿Actuó
ilícitamente la cadena de supermercados? Si no cayó en un precio de ventas por
debajo del coste, difícilmente podrá ser acusado de violar la ley, pero es
obvio que actuó de manera marrullera y poco ética. Las marcas, tanto de la
cadena de tiendas como del producto, recibieron una publicidad global con un
impacto de millones de telespectadores de todo el mundo, aunque está por ver si
el poso final de lo sucedido deja buena o mala imagen. Y todos los que los
veíamos movíamos la cabeza pensando “qué gente más tonta” sin querer admitir
que la inmensa mayoría de nosotros hubiera reaccionado de una manera similar ante
estímulos semejantes en nuestro entorno. Y es que, por mucho que lo neguemos,
no somos tan puros como pensamos. En nuestro interior anida un Puigdemontin
perverso que, escondido, espera que nos comportemos como fieras.
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