La
imagen es muy gráfica y expresa, de una manera clara, como la tensión puede
seguir creciendo en una zona del mundo que siempre vive sobrada de motivos de
disputa y peligros. Sobre
un modesto atril, desde el que habla a la concurrencia, el primer ministro
israelí Benjamín Netanyahu sostiene con su mano derecha un trozo de chatarra
sucia, y se dirige al jefe de la diplomacia iraní, presente en la sala,
para pedirle que se la quede, porque es suyo. Con este golpe de efecto el
primer ministro da consistencia al incidente producido hace un par de semanas,
cuando el ejército israelí derribó un dron, que Jerusalén afirma era de
procedencia iraní, en lo que luego se convirtió en un acto de guerra que acabó
con el derribo de un avión israelí por los antiaéreos sirias
Munich
ha sido el escenario de este nuevo enfrentamiento regional en Oriente medio. En
la ciudad bávara se celebra, todos los años, la llamada conferencia de
seguridad, un foro de debate entre representantes diplomáticos de medio mundo
que, sin tantos focos ni alharacas, algunos asemejan a una especie de mini Davos,
centrado en exclusiva en las relaciones internacionales, y con la presencia de
no muchas figuras, pero siempre relevantes. En Munich siempre se producen
debates y declaraciones interesantes, y más en estos tiempos en los que eso que
llamábamos orden internacional va cayendo, progresivamente, en un desorden cada
vez más preocupante. La retirada de la primera fila de EEUU como gendarme
global y, en paralelo, el ascenso de una China que, pese a todo, sigue sin
tener un papel global en el mundo, están creando una especie de tierra de nadie
en la que los diferentes actores locales actúan de manera muy “suelta” por así
llamarla, y mantienen en marcha conflictos sobre los que las grandes potencias
no quieren establecer frenos. El caso de Oriente Medio, siempre convulso,
ejemplifica bien esta situación. La tensión regional va a más y está creando
dos claros bandos con extraños compañeros de cama. Por un lado, Irán, enorme
potencia regional, que extiende sus tentáculos chiíes por Siria, Irak y Líbano,
controlando en parte en la actualidad esos países o regímenes. Frente a ese
poder se está creando una coalición en la que la suní Arabia Saudí e Israel,
enemigos acérrimos, acuerdan posturas, movimientos y declaraciones, en lo que
no es sino una relación envenenada, unida sólo por el odio y temor hacia un
enemigo común más poderoso. Cada uno de estos socios contra natura mantiene
escaramuzas propias en su vecindad, relativamente controladas las israleítas y
degeneradas en una cruel guerra las saudíes en el Yemen, pero no consta
oficialmente que colaboren en el teatro común de enfrentamientos de la zona,
que es Siria, aunque sí se sabe que actúan por separado. De hecho en el teatro
sirio todos se enfrentan a todos, de una manera desorganizada, desde hace años,
y aunque la guerra parece dirigirse hacia su final, las escaramuzas y combates
continúan, y no están nada claro cuál será el tablero final que se componga
cuando, algún día, se firme una especie de armisticio en ese torturado país. En
un fantástico artículo de ayer, Lluis Bassets describía perfectamente el
cenagal en el que se ha convertido Siria, los enfrentamientos cruzados que se
dan entre todos los actores que allí tratan de ganar posiciones y cómo la guerra
ha ido creciendo en dimensión y peligrosidad con el avance de los años, haciendo
que más y más países se involucren, grandes potencias incluidas. Rusia lo ha
hecho de manera descarada, y lleva las de ganar, EEUU de manera más o menos
discreta, y lleva las de perder, y a China ni se le ha visto ni se le espera,
en un escenario en el que, como mínimo, es ajena. ¿El posible final de la
guerra de Siria supondrá una mayor estabilidad en la región o será el preámbulo
de otro enfrentamiento, entre nuevos actores? Esta es, quizás, la pregunta más
importante que tenemos sobre la mesa.
Muchos
apuestan por la inevitabilidad de una nueva guerra. Si no pasa nada raro la victoria
ruso iraní sobre el terreno crea un poder regional enorme que intranquiliza a
todos sus vecinos, que es difícil que se queden de brazos cruzados esperando
los futuros pasos de un liderazgo encabezado por un crecido Teherán. Israel,
con el beneplácito de Trump, ya ha asegurado que se reserva el derecho de
actuar, y la principal pieza que garantiza algo de seguridad en la zona, el
acuerdo nuclear entre occidente e Irán, se ve asediado por todas partes. Su
ruptura sería un desastre, y quizás la espita para que algo mucho más serio, e
igualmente grave a lo visto en Siria, se diera en un lugar del mundo en el que
la palabra guerra se invoca día a día en todos los idiomas posibles. Mucho ojo
a lo que vaya a pasar allí en los próximos meses y años.
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