lunes, febrero 19, 2018

Munich, Israel e Irán

La imagen es muy gráfica y expresa, de una manera clara, como la tensión puede seguir creciendo en una zona del mundo que siempre vive sobrada de motivos de disputa y peligros. Sobre un modesto atril, desde el que habla a la concurrencia, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu sostiene con su mano derecha un trozo de chatarra sucia, y se dirige al jefe de la diplomacia iraní, presente en la sala, para pedirle que se la quede, porque es suyo. Con este golpe de efecto el primer ministro da consistencia al incidente producido hace un par de semanas, cuando el ejército israelí derribó un dron, que Jerusalén afirma era de procedencia iraní, en lo que luego se convirtió en un acto de guerra que acabó con el derribo de un avión israelí por los antiaéreos sirias

Munich ha sido el escenario de este nuevo enfrentamiento regional en Oriente medio. En la ciudad bávara se celebra, todos los años, la llamada conferencia de seguridad, un foro de debate entre representantes diplomáticos de medio mundo que, sin tantos focos ni alharacas, algunos asemejan a una especie de mini Davos, centrado en exclusiva en las relaciones internacionales, y con la presencia de no muchas figuras, pero siempre relevantes. En Munich siempre se producen debates y declaraciones interesantes, y más en estos tiempos en los que eso que llamábamos orden internacional va cayendo, progresivamente, en un desorden cada vez más preocupante. La retirada de la primera fila de EEUU como gendarme global y, en paralelo, el ascenso de una China que, pese a todo, sigue sin tener un papel global en el mundo, están creando una especie de tierra de nadie en la que los diferentes actores locales actúan de manera muy “suelta” por así llamarla, y mantienen en marcha conflictos sobre los que las grandes potencias no quieren establecer frenos. El caso de Oriente Medio, siempre convulso, ejemplifica bien esta situación. La tensión regional va a más y está creando dos claros bandos con extraños compañeros de cama. Por un lado, Irán, enorme potencia regional, que extiende sus tentáculos chiíes por Siria, Irak y Líbano, controlando en parte en la actualidad esos países o regímenes. Frente a ese poder se está creando una coalición en la que la suní Arabia Saudí e Israel, enemigos acérrimos, acuerdan posturas, movimientos y declaraciones, en lo que no es sino una relación envenenada, unida sólo por el odio y temor hacia un enemigo común más poderoso. Cada uno de estos socios contra natura mantiene escaramuzas propias en su vecindad, relativamente controladas las israleítas y degeneradas en una cruel guerra las saudíes en el Yemen, pero no consta oficialmente que colaboren en el teatro común de enfrentamientos de la zona, que es Siria, aunque sí se sabe que actúan por separado. De hecho en el teatro sirio todos se enfrentan a todos, de una manera desorganizada, desde hace años, y aunque la guerra parece dirigirse hacia su final, las escaramuzas y combates continúan, y no están nada claro cuál será el tablero final que se componga cuando, algún día, se firme una especie de armisticio en ese torturado país. En un fantástico artículo de ayer, Lluis Bassets describía perfectamente el cenagal en el que se ha convertido Siria, los enfrentamientos cruzados que se dan entre todos los actores que allí tratan de ganar posiciones y cómo la guerra ha ido creciendo en dimensión y peligrosidad con el avance de los años, haciendo que más y más países se involucren, grandes potencias incluidas. Rusia lo ha hecho de manera descarada, y lleva las de ganar, EEUU de manera más o menos discreta, y lleva las de perder, y a China ni se le ha visto ni se le espera, en un escenario en el que, como mínimo, es ajena. ¿El posible final de la guerra de Siria supondrá una mayor estabilidad en la región o será el preámbulo de otro enfrentamiento, entre nuevos actores? Esta es, quizás, la pregunta más importante que tenemos sobre la mesa.


Muchos apuestan por la inevitabilidad de una nueva guerra. Si no pasa nada raro la victoria ruso iraní sobre el terreno crea un poder regional enorme que intranquiliza a todos sus vecinos, que es difícil que se queden de brazos cruzados esperando los futuros pasos de un liderazgo encabezado por un crecido Teherán. Israel, con el beneplácito de Trump, ya ha asegurado que se reserva el derecho de actuar, y la principal pieza que garantiza algo de seguridad en la zona, el acuerdo nuclear entre occidente e Irán, se ve asediado por todas partes. Su ruptura sería un desastre, y quizás la espita para que algo mucho más serio, e igualmente grave a lo visto en Siria, se diera en un lugar del mundo en el que la palabra guerra se invoca día a día en todos los idiomas posibles. Mucho ojo a lo que vaya a pasar allí en los próximos meses y años.

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