Me
ausento un par de días por ocio y la que se organiza en todos los frentes.
Alguno de ellos era previsible, como las nevadas, muy anunciadas y muy bien
pronosticadas, que han sido intensas y “como las de antes” que tanto gusta
decir ahora. Otras cosas no estaban tan previstas, aunque alguno las advertía,
como el derrumbe parcial de la bolsa, que empezó ya el viernes con una mala
sesión en Wall Street que no hizo sino agravarse el lunes, con una bajada de
más del 4%. El Ibex, para el que cortas son las alegrías y densas las
tristezas, cayó el viernes, el lunes y ayer, dejándose todo lo ganado en el año
2018 y gran parte del 2017. Nos hemos quedado en unos rácanos 9.800 puntos.
Pero
no quiero hablar hoy de eso, ni de la desgracia diaria en el serial de
Puigdemont y sus fieles, no, sino de algo mucho más maravilloso. También estaba
programado para ayer el lanzamiento del Falcon Heavy, la versión más poderosa
de la familia de cohetes que posee la empresa SpaceX, del innovador Elon Musk,
el dueño de Tesla. El Heavy es, en la actualidad, el lanzador más potente del
mundo, capaz de situar 64 toneladas en órbita baja, LEO en el argot espacial, y
unas 14 en órbita de transferencia marciana o lunar. Es una evolución de los
cohetes Falcon que ya posee la empresa y, simplificando mucho, se construye
enganchando tres de los lanzadores uno junto a otro, para tener potencia por
triplicado. El lanzamiento de ayer era una prueba, un experimento a lo bruto,
con el que Musk pretendía, en palabras suyas, no destruir la torre de
lanzamiento si las cosas iban mal y, en caso de que saliera bien, afirmar ante
el mundo la capacidad de su empresa y la potencia del trabajo de investigación
y la inversión que han efectuado. Hoy Musk debe ser una de las personas más
orgullosas y felices del mundo, porque ayer nos dejó a todos embobados. El
lanzamiento del Heavy, con un retraso de algo más de dos horas sobre el horario
previsto, lo que me permitió verlo en directo desde casa, fue
un éxito enorme y una proeza en lo que hace a la cohetería espacial. Estaba
prevista la recuperación de los tres cohetes lanzadores, y no ha podido ser
posible en el caso del central, el que más alto se desprende, que se estrelló
en el Atlántico, pero los otros dos aterrizaron de una manera sincronizada,
exacta y, créanme, bella, en las plataformas de tierra diseñadas para ello. La
última etapa del cohete se encendió como es debido y dejó en órbita terrestres
a la carga útil del viaje. En este tipo de vuelos experimentales se suele poner
un lastre, o algo pesado y muermo, que simule lo que en el futuro serán
satélites o naves, para comprobar que el cohete puede con ellas. Musk, a quien
eso le parece una horterada carente de sentido, propuso que la carga del cohete
fuera un coche, un Tesla Roadster, un deportivo descapotable de lujo fabricado
por su empresa automovilística, pilotado (es un decir) por un muñeco como el
que se usa para las pruebas de impacto de los coches, vestido de astronauta y
al que le gusta mucho escuchar el “Space Odittyde de David Bowie. Como todo ha
ido como la seda, está lleno internet de imágenes asombrosas de un señor subido
a un coche que, con ganas de salir de un semáforo, contempla La Tierra a su
frente, enorme, rodeada de negrura, mientras viaja en una especia de autopista espacial.
Un nuevo encendido de la última etapa del Heavy pondrá el coche en trayectoria
hacia la órbita marciana, donde obviamente no va a aterrizar, pero sí se va a
convertir en un satélite que girará en torno a las trayectorias de La Tierra y
Marte durante miles, millones de años. Si el objetivo del vuelo era demostrar
que SpaceX puede hace posible lo que promete, lo ha conseguido plenamente. Ayer
millones de personas de todo el mundo, amantes o no del espacio, alucinamos
ante un despliegue de fuerza y tecnología que, por momentos, era más propio de
una película de ciencia ficción que de algo real.
Como
campaña de promoción de sus empresas, como anuncio de coches, como estrategia
de marketing, lo que hizo ayer Musk fue de una grandiosidad difícilmente comparable.
Y como desarrollo científico y tecnológico, tres cuartos de lo mismo. A buen
seguro más de uno, niño o adulto, habrá descubierto una vocación de futuro al
ver el despegue, vuelo, aterrizaje y “conducción” de un compendio de ingeniería
y ambición como pocas veces se han visto. SpaceX demostró ayer estar a la
vanguardia mundial en lo que hace a tecnología espacial, y sus alocadas
propuestas de viajes futuros son, desde ayer, algo más que un canto al sol (y
las estrellas). Sabiendo que cada lanzamiento tiene un riesgo enorme, lo de ayer
fue un triunfo aplastante del sueño de Muswk y del trabajo de miles de personas
movidas por él. Alucinante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario