Acusaciones
sobre altos cargos institucionales de haber cometido prácticas sexuales
predatorias con personas indefensas, a las que forzaron sin darles oportunidad
alguna, indicios de corrupción con los fondos destinados a ayudar a los más
necesitados, noticias sobre abusos, también sexuales, practicados a empleados
de la organización en establecimientos por ella regentada, en los que los
contratos de trabajo a veces dependían directamente de si uno se dejaba acostar
o cosas por el estilo con el superior, cortinas de engaños, excusas y tardanzas
para estudiar estos casos y ponerles freno….
¿Les
estoy describiendo algo que les suena? Sin añadir mucho más la mayor parte de
ustedes empezarían a pensar en alguna institución religiosa, un convento, un
colegio de curas, o algo por el estilo, dado que es allí donde más se han
destapado este tipo de casos. Pero no, frío frío… los tiros no van por ahí.
Todo lo anterior resulta ser una pequeña descripción del escándalo que está
arrasando la imagen, y mucho más, de Oxfam, una de las ONG británicas más
conocidas en todo el mundo, con cientos de miles de voluntarios repartidos por
todo el planeta y un presupuesto que, constituido a base de negocios propios,
aportaciones voluntarias y subvenciones públicas, se encarama a cifras de
cientos de millones de euros. Oxfam no es un chiringuito, no, sino una de las
ONG más potentes, poderosas e influyentes del mundo. Las
revelaciones sobre el comportamiento de algunos de sus dirigentes en Haití,
en lo que resulta ser un compendio de nauseabundas prácticas en medio del
desastre, ha abierto la caja de los truenos y las denuncias se suceden en todos
los estratos de la organización, revelándola como un lugar siniestro en el que el
delito, de marcado carácter sexual, se extiende por todas partes. Y junto al
delito, otra grave característica que replica casos similares en el pasado, la
ocultación. La sensación para el público que observamos este caso que, otra
vez, una y mil veces después, la organización sabía que cosas de este tipo
estaban sucediendo, pero nada hizo para impedirlo. Todos los esfuerzos se
dirigieron a acallar a las víctimas, a ocultar el delito, a tratar de mover a
los presuntos responsables de puesto y nación para enmascarar sus actos e
impedir que la información se propagase ¿Les suena? Sí, siempre es la misma
actitud. Llámese Oxfam u Obispado de Boston, la gravedad y extensión de los
delitos es coincidente con las estrategias de ocultamiento por parte de una
estructura, una dirigencia, cuya principal, y al parecer única preocupación, es
que la organización no sufra por los escándalos. Huelga decir que a los
responsables de Oxfam les daba absolutamente igual los proyectos desarrollados,
la cooperación o la ayuda a los necesitados. Sobre todo les importaban sus
cargos, sus remuneraciones, su posición en la sociedad, la defensa de los otros
cargos, que en el fondo eran como ellos y la persistencia de la organización
que les daba de comer. En el caso de las tarjetas black de Bankia,
afortunadamente sin connotaciones sexuales de por medio, vimos un comportamiento
muy similar, de asociación colectiva en defensa mutua para ocultar delitos, en
aquella ocasión financieros, y una organización corrompida hasta el fondo cuyo
único interés era la pervivencia y el saqueo. Observar que delitos de este tipo
y comportamientos similares se dan, con un paralelismo asombroso, en
estructuras creadas en principio para ayudar a los demás, posean componente
religioso o no, resulta más indignante y, sobre todo, desmoralizador. ¿Acaso
hay alguna organización en la que este tipo de prácticas no existan? ¿ o se
persigan? ¿O, incluso, se denuncien?
El
daño que puede provocar el caso Oxfam en el sector de la cooperación al
desarrollo es, potencialmente, inmenso, y nos vuelve a poner sobre la mesa la
manera en la que, sea cual sea el ámbito en el que nos encontremos, gestionamos
el tema de los abusos sexuales y de poder. Depredadores de este tipo son
minoritarios, estadísticamente apenas residuales, pero sus efectos e impacto
resultan devastadores. No puede ser que admitamos como normal que organizaciones,
empresas, estructuras, sirvan de parapeto a estos sujetos. Lamentablemente pueden
encontrarse en todos los lugares de la sociedad y posiciones, poderosas o no,
cultas o incultas, urbanas o rurales, civiles o religiosas, y es trabajo de
todos desenmascararlos, denunciarlos, y reformar las organizaciones que les
puedan servir de defensa.
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