miércoles, febrero 14, 2018

Oxfam y los abusos sexuales

Acusaciones sobre altos cargos institucionales de haber cometido prácticas sexuales predatorias con personas indefensas, a las que forzaron sin darles oportunidad alguna, indicios de corrupción con los fondos destinados a ayudar a los más necesitados, noticias sobre abusos, también sexuales, practicados a empleados de la organización en establecimientos por ella regentada, en los que los contratos de trabajo a veces dependían directamente de si uno se dejaba acostar o cosas por el estilo con el superior, cortinas de engaños, excusas y tardanzas para estudiar estos casos y ponerles freno….

¿Les estoy describiendo algo que les suena? Sin añadir mucho más la mayor parte de ustedes empezarían a pensar en alguna institución religiosa, un convento, un colegio de curas, o algo por el estilo, dado que es allí donde más se han destapado este tipo de casos. Pero no, frío frío… los tiros no van por ahí. Todo lo anterior resulta ser una pequeña descripción del escándalo que está arrasando la imagen, y mucho más, de Oxfam, una de las ONG británicas más conocidas en todo el mundo, con cientos de miles de voluntarios repartidos por todo el planeta y un presupuesto que, constituido a base de negocios propios, aportaciones voluntarias y subvenciones públicas, se encarama a cifras de cientos de millones de euros. Oxfam no es un chiringuito, no, sino una de las ONG más potentes, poderosas e influyentes del mundo. Las revelaciones sobre el comportamiento de algunos de sus dirigentes en Haití, en lo que resulta ser un compendio de nauseabundas prácticas en medio del desastre, ha abierto la caja de los truenos y las denuncias se suceden en todos los estratos de la organización, revelándola como un lugar siniestro en el que el delito, de marcado carácter sexual, se extiende por todas partes. Y junto al delito, otra grave característica que replica casos similares en el pasado, la ocultación. La sensación para el público que observamos este caso que, otra vez, una y mil veces después, la organización sabía que cosas de este tipo estaban sucediendo, pero nada hizo para impedirlo. Todos los esfuerzos se dirigieron a acallar a las víctimas, a ocultar el delito, a tratar de mover a los presuntos responsables de puesto y nación para enmascarar sus actos e impedir que la información se propagase ¿Les suena? Sí, siempre es la misma actitud. Llámese Oxfam u Obispado de Boston, la gravedad y extensión de los delitos es coincidente con las estrategias de ocultamiento por parte de una estructura, una dirigencia, cuya principal, y al parecer única preocupación, es que la organización no sufra por los escándalos. Huelga decir que a los responsables de Oxfam les daba absolutamente igual los proyectos desarrollados, la cooperación o la ayuda a los necesitados. Sobre todo les importaban sus cargos, sus remuneraciones, su posición en la sociedad, la defensa de los otros cargos, que en el fondo eran como ellos y la persistencia de la organización que les daba de comer. En el caso de las tarjetas black de Bankia, afortunadamente sin connotaciones sexuales de por medio, vimos un comportamiento muy similar, de asociación colectiva en defensa mutua para ocultar delitos, en aquella ocasión financieros, y una organización corrompida hasta el fondo cuyo único interés era la pervivencia y el saqueo. Observar que delitos de este tipo y comportamientos similares se dan, con un paralelismo asombroso, en estructuras creadas en principio para ayudar a los demás, posean componente religioso o no, resulta más indignante y, sobre todo, desmoralizador. ¿Acaso hay alguna organización en la que este tipo de prácticas no existan? ¿ o se persigan? ¿O, incluso, se denuncien?


El daño que puede provocar el caso Oxfam en el sector de la cooperación al desarrollo es, potencialmente, inmenso, y nos vuelve a poner sobre la mesa la manera en la que, sea cual sea el ámbito en el que nos encontremos, gestionamos el tema de los abusos sexuales y de poder. Depredadores de este tipo son minoritarios, estadísticamente apenas residuales, pero sus efectos e impacto resultan devastadores. No puede ser que admitamos como normal que organizaciones, empresas, estructuras, sirvan de parapeto a estos sujetos. Lamentablemente pueden encontrarse en todos los lugares de la sociedad y posiciones, poderosas o no, cultas o incultas, urbanas o rurales, civiles o religiosas, y es trabajo de todos desenmascararlos, denunciarlos, y reformar las organizaciones que les puedan servir de defensa.

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