Ha
hecho bastantes entrevistas en los medios estos días ese señor que, con ochenta
años cumplidos, se va de Erasmus a Italia los próximos meses para continuar
sus estudios de Historia. Miguel Castillo, que así se llama el señor, es un
notario jubilado, casado en segundas nupcias tras enviudar, que estudia en la
Universidad de Valencia y que va con su mujer a pasar unos meses estudiando en
el extranjero, probablemente sin acudir a las fiestas universitarias que los “orgasmus”
montan de manera tan afamada y residiendo no en un colegio mayor, sino en un
piso de alquiler. En sus encuentros con los medios contrastaba la naturalidad
de Miguel con el asombro de los entrevistadores, que no entendían lo que veían.
Menudo ejemplo nos da Miguel.
En
un tiempo en el que se asume que todo se sabe, que todo es trivial y que uno
tiene las soluciones para todos los problemas, y se pregona a los cuatro wifis
esa soberbia, Miguel es un señor que, tras jubilarse, quería seguir
aprendiendo, admitía que no sabía de algunas materias lo que desearía, y en
palabras suyas, en vez de dedicarse a sestear, se apuntó a la Universidad. Miguel
no ejerce eso que ahora se llama “cuñadismo” extraña expresión que todos
entendemos, y que seguramente hace unos años se denominaba de otra manera,
porque sabiondos los ha habido siempre. En estos tiempos que vivimos decir “no
se” es uno de los mayores atrevimientos posibles, y una de las muestras más profundas
de asumir la cada vez más compleja realidad. Y es que esto es lo más absurdo de
todo, el mundo que nos rodea no hace sino complicarse cada vez más, acelerarse,
volverse incomprensible. Las certezas que uno puede tener fallan sin cesar, y
en distintos ámbitos de la vida la sensación de descontrol no hace sino crecer.
En el trabajo, en la actualidad, en lo que nos rodea, mi sensación personal es
que cada vez se menos, y me equivoco más, no tanto porque pasen los años, que
quizás también, sino porque todo se complica y cada vez hay que tener en cuenta
más y más factores. Trato de informarme de la realidad que me rodea y me
sumerjo en un enorme océano descontrolado de datos y opiniones de los que
apenas puedo sacar algo de conocimiento, pero que sobre todo acrecientan mis
dudas. Dicen que es muy grande la osadía del ignorante, y Miguel muestra justo
el reverso contrario de esa perversa sensación de dominio. Seguro que una larga
charla con él nos mostraría a una persona que duda, que cree saber algunas
cosas pero, sobre todo, es consciente de todo lo que desconoce, que se equivoca
en sus predicciones y que apenas es capaz de atisbar razones o lógicas en
muchos, muchísimos campos de la vida. A sus años ha visto mucho, muchísimo más
que otros, infinitamente más de lo que he visto yo (y probablemente vea) pero
eso no le ha saciado, porque cuanto más ha visto más ha deseado saber. Seguro
que cuando comentó en su entorno que quería apuntarse a la universidad hubo cierto
cachondeo entre amigos y familiares, tanto por una idea que algunos
calificarían de excéntrica como por la inutilidad de “a esa edad, querer saber
esas cosas” argumento que, a buen seguro, alguien empleo. Y ante esa frase
Miguel, y uno mismo, no puede argumentar nada más que la ignorancia, la
asunción de lo mucho que no se sabe y de lo que queda por aprender, y de la
oportunidad que ofrece la vida y, hoy en día, los medios y tecnologías existentes,
para poder aprender. Quizás el saber historia era algo que preocupaba a Miguel
desde hace mucho tiempo, pero su trabajo y ritmo de vida diario no le
permitieron hacer el hueco necesario para que esa materia se expandiera como
deseaba. La jubilación, ese enorme caudal de presunto tiempo libre, le dio la oportunidad,
y la aprovechó.
Muchos
mirarán a Miguel como un caso exótico, sobre todo sus compañeros de clase, la
mayoría de los cuales están ahí más por obligación que por ganas, pero Miguel
es, para ellos, y para todos nosotros, no sólo un ejemplo de fuerza de voluntad
y de ausencia de miedos, que también, sino sobre todo una señal, una guía, para
que admitamos que no lo sabemos todo, que nuestra palabra no pontifica, que el
conocimiento es amplio, complejo y está muy repartido, que cuando creemos estar
en posesión de la verdad la mayoría de las veces sólo hacemos el ridículo, y
que nunca, nunca, es tarde para aprender cosas nuevas. Disfrute del Erasmus
italiano, Miguel estudie mucho, conozca la vida de aquel país y, también, cate
la experiencia de la “bona vita” italiana. Muchas gracias por su actitud y
ejemplo.
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