Las
previsiones meteorológicas a corto y medio plazo se han convertido en
plenamente fiables. Es raro que se produzcan fallos a tres cinco días, aunque es
posible en zonas localizadas y en épocas, como la primavera, más inestables. El
trabajo de los profesionales de AEMET y de equipos como el del El Tiempo de TVE
es enorme y se nota, tanto en la precisión como en la capacidad divulgativa.
Obviamente, la tecnología, la capacidad de recoger cada vez más datos y la
enorme potencia informática que los modela y trata está también detrás de ese
éxito. Pero, como siempre, si no hay expertos que analicen, estudien y tengan “ojo”
para ver lo que pasa de nada sirven los ordenadores y sus simulaciones. Esto
debemos aplicarlo a todos los campos.
Lo
que no está nada pulida es la previsión a medio plazo, la estacional, la que
nos indica cómo se va a comportar, por ejemplo, una estación. Hay las
dificultades son de todos los tipos posibles. Tenemos menos datos para poder simular,
la complejidad de los modelos crece, el comportamiento caótico de la atmósfera
hace que cualquier previsión sea totalmente diferente de las anteriores a poco que
alteremos el más mínimo parámetro o dato y, muy importante, existen muchas
cosas de la dinámica atmosférica global que todavía no somos capaces de modelar
o, directamente, desconocemos la influencia que pueden tener. Esto hace que los
cambios de estación y las tendencias que nos cuentan los del tiempo para la
entrante sean, muchas veces, poco más que ejercicios de futurología, más
cercanos a los vaticinios bursátiles que a otra cosa (sí, ayer otro grandioso
porrazo en Wall Street). Expresiones como “verano dentro de lo normal” o “verano
un poco más cálido de lo normal” han escondido en los últimos años estíos de
record que se han sucedido, casi, en las primeras posicione entre los más
cálidos y secos de los registros existentes. Aquí también la variabilidad local
juega muy en contra del pronosticador, porque un verano normal en el norte no
tiene nada que ver con el verano mediterráneo o el del interior, y las
sensaciones que ofrece cada lugar y geografía pueden condicionar la visión que
tenemos de lo que está sucediendo y la valoración que, finalmente, le
otorgaremos. Mala es la memoria humana, pero nefasta resulta ser en lo que hace
a la meteorología, área en la que nadie recuerda un verano o invierno como el
último, haya sido como haya sido. En este invierno de 2018, que se presentaba
como normal dentro de la media, se están registrando nevadas “como las de antes”,
fríos extremos y sensaciones gélidas que muchos no recuerdan haber vivido
nunca. Dense cuenta de la enorme contradicción que existe entre no encontrar
precedentes de lo vivido y rememorar épocas pasadas en las que estos fríos y
nevadas eran calificados como habituales. No puede ser, o lo uno o lo otro.
Habrá que esperar a que pase la temporada, pero sí parece que las nevadas que
se están viviendo este año son superiores a la media de las registradas en
España, y están siendo especialmente significativas en el Cantábrico, con
Asturias y Cantabria como zonas más afectadas. Noticias
como esta, de rescates en alta montaña de personas que lleva aisladas un cierto
tiempo no son raras estos días, y las incidencias que está ocasionando el
temporal en carreteras y la vida diaria, mitigadas por la experiencia y el
aprendizaje tras fracasos como el de la AP6 en Reyes, son constantes. Los
espacios meteorológicos son, desde hace bastantes días, un recuento incesante
de incidencias, más parecidas a una versión blanca de un parte de guerra que
otra cosa, y el despliegue de corresponsales de los medios de comunicación “a
pie de frío” resulta tan aparatoso como, hasta cierto punto, absurdo. No es
tanta noticia que nieve en invierno, aunque sí lo es la afectación de servicios
esenciales.
No
logró hacerlo en Reyes, pero sí este pasado lunes, cuando los copos llegaron a
Madrid con fuerza, y eso, definitivamente, declaró como oficialmente riguroso el
invierno que estamos viviendo. Si recuerdan, hubo una pequeña tregua a mediados
de enero, tras el primer temporal, con un fin de semana en Madrid de tiempo
espléndido, soleado e incluso con atisbos primaverales, pero luego, con febrero,
volvió el temporal, que parece que afloja este fin de semana pero que puede
volver a insistir para inicios de la semana que viene. Yo llevo mal el frío, no
me gusta nada, me aletarga. Y pese a ello se que es necesario. Y la bendita
nieve y lluvia que nos ha caído es la mejor medicina para paliar, en parte, la
sequía horrenda que vivimos. La gente del campo debe estar con una sonrisa
enorme al ver sus cultivos blancos, porque saben que la nieve es el mejor
regante. Que siga, que siga, que siga
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