martes, febrero 20, 2018

Marta Sánchez y la letra del himno

Sea buscado o no, tampoco importa mucho, Marta Sánchez ha conseguido que durante un par de días no se hable de Puigdemont en los medios, lo cual ya es algo de lo que debemos estarle agradecidos, pero el tema de debate no han sido sus cualidades como cantante (no me gusta ese tipo de música) ni su buen ver (en eso no hay discusión posible) sino su versión del himno de España con letra propia. Ya en los noventa tuvo la oportunidad de, emulando a Marilyn, ir a cantar a las tropas españolas que participaban en la primera guerra del golfo, y desde entonces no se veía la cantante en una situación tan patriótica ni mediática. Hace bien en aprovechar el momento, dado que todo artista vive de él.

Sobre el tema de fondo, el de la letra del himno, poco les voy a poder aportar, porque soy de los que opina que hace mucho tiempo, al menos más de un siglo, que se perdió la oportunidad de ponerle versos a una marcha granadera, el himno nacional, que no es especialmente llamativa en lo musical y que, sin texto, es como la hemos vivido durante toda la existencia. No pocas han sido las iniciativas de ponerle un texto, que han acabado estrellándose en el debate público para que todo lo que sea necesario fuera recogido y nadie se sintiera ofendido, algo que era imposible ya antes de las redes sociales, y que ahora, al parecer, es un imposible a la altura de la paz perpetua entre cuatro tuiteros. Los himnos de otros países de nuestro entorno poseen letra, sí, que tiene varios siglos de antigüedad y que, si examinamos con cuidado, nos retrotrae a épocas presuntamente gloriosas de batallas cerriles y enfrentamientos. La Marsellesa menciona la necesidad de degollar a los enemigos, el “God save the Queen” es una alabanza a los cielos a ya la monarquía eterna, y así podríamos ir uno a uno, traducidos, viendo textos que casi todo el mundo hoy en día consideraría como imposibles. Si los habitantes de esos países los recitan es por tradición, más que por el significado, y no habiendo lo primero en España, parce imposible encontrar lo segundo que genere unanimidades. El himno de la UE, la oda a la alegría de la novena de Beethoven, tiene letra, el poema alemán de Schiller, pero ¿cuántos españoles se la saben? Muchos piensan que el texto es el que cantó Miguel Ríos en sus años mozos, pero esa no es sino una versión muy libre del texto originario. Hay himnos laicos, como el de Star Wars, que a todo el mundo emociona, y que no necesitan un texto asociado, pero que representan a millones de personas. ¿Es por ello necesario recitar algo mientras se escucha la música? No lo creo. Se aduce que en competiciones deportivas, quizás el lugar en el que más se escuchan estas composiciones, el equipo español parte en desventaja frente al resto, que unidos en una melodía y texto, reafirman su unidad de grupo antes de salir al campo. Pero estamos hablando de deporte, algo menor en la vida y donde el componente de mercenariado es mucho más importante que cualquier bandera, insignia o color. Seguro que los neozalandeses tienen un himno bonito y con texto (ya me pueden disculpar, no tengo ni idea de cómo suena ni lo que puede decir) pero sabido es que su selección de rugby se motiva con una danza ritual maorí que, sospecho, poco tendrá que ver con el sonido oficial del país, que apuesto a que hará alguna mención a la reina de Inglaterra y a la Commanwealth. El problema de fondo del himno, la bandera y los símbolos nacionales en España viene de la época franquista, cuando fueron usurpados por una parte de la sociedad y usados como arma frente a la otra. Poco a poco ese trauma, afortunadamente, se va superando, pero el poso que ha dejado es el de un profundo, y quizás sano, descreimiento en la simbología patria. La locura “Puigdemoníaca” ha hecho que afloren bandereas y sentimientos nacionales españoles como nunca las ha habido, pero es una respuesta ante las ofensas que un grupo de exaltados han hecho a toda nuestra sociedad, empezando por la que más cerca les toca a ellos, a la catalana. La vuelta a la normalidad, ojalá a no muy tardar, hará que muchas banderolas se caigan de los balcones.


En esto de los himnos, a cada uno le vuelve loco el suyo, y reconozco que mío, que me emocione, no está ninguno asociado a nación, región, terruño o, desde luego, club deportivo. Ese citado pasaje de la novena de Beethoven, el coro final de la Pasión según San Mateo de Bach, o cualquiera de sus arias, muchas de las arias de Häendel, varios pasajes de Star Wars, algunas fanfarrias de Monteverdi, Gabrielli o Praetorius… Canten con fuerza el himno con la letra que deseen, usen el “chunda chunda” o el “lo lo lo lo” versiones genéricas que se usan día tras día, entonen el “Asturias, patria querida” himno oficioso del país y, según dicen, oficial con unas copas de más, y respeten todos los demás. Eso es lo más importante, respetar los símbolos, no usarlos como objetos arrojadizos.

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