Lo
primero que me pasó por el cuerpo cuando me enteré de la
reunión entre Trump y Kim Jong Un fue un escalofrío. “La disuasión funciona”
pensé, y me di cuenta hasta qué punto llega el poder del arma nuclear. Con sus
ensayos y desarrollos de bombas y misiles Corea del Norte se ha convertido en
un actor peligroso, realmente peligroso, y mete miedo, y consigue la
respetabilidad suficiente (el acojone colectivo si lo prefieren) para que el
Presidente de EEUU se reúna con el líder de esa infame dictadura. La lección es
obvia. Dictadores del mundo, haceros con armas de destrucción masiva lo más
rápidamente posible si queréis perpetuaros en el poder.
En
general predominan los comentarios positivos y esperanzadores ante este futuro
encuentro, previsto para abril o mayo, y que no tiene lugar de destino, aunque
cotiza al alza la zona desmilitarizada entre las dos Coreas. Si estuviéramos
hablando de dirigentes normales puede que una reunión así se viera con optimismo,
pero estamos muy lejos de la normalidad, y tengo miedo de que ese cara a cara
degenere en algo descontrolado. De momento Trump se ha vuelto a saltar a lo que
antes era el todopoderoso Departamento de Estado, convertido hoy en una sombra
de lo que fue, tomando la iniciativa y anunciando el encuentro de manera
personal, mala forma de empezar algo muy serio. Portavoces de la Casa Blanca
corrieron detrás para calmar los ánimos y mezclar esa reunión con la necesidad
de desnuclearización de Corea del Norte y la renuncia a su programa de
armamentos, promesa que era la base de la invitación norcoreana a la reunión,
pero eso no hay quien se lo crea. Es precisamente esa política de armamentos la
que le otorga el estatus de líder creíble al dictador norcoreano, y es su
principal baza, quizás la única, para perpetuar su régimen. No es descartable
que la presión china y el daño que producen las sanciones internacionales hayan
obligado a Kim a optar por una táctica conciliadora, quizás para ganar tiempo e
imagen púbica, pero no veo sinceridad alguna en el delincuente que ofrece
entregar su arma cuando ésta es lo único que infunde miedo a los rehenes. El
irracional, en apariencia, comportamiento de ambos líderes tampoco invita a ser
muy optimistas. Quizás se lleven bien, y decidan hacer negocios a costa de la
sociedad norcoreana y sus derechos humanos, cosa que no importa en lo más
mínimo a ninguno de ellos, pero también está el escenario en el que la reunión
resulta ser un fracaso. Primer encuentro, al máximo nivel, y encontranazo. Y
después que, ¿la guerra? Si la reunión sale mal ninguno de ellos tendrá
incentivos para volver a establecer un cauce diplomático o vías alternativas de
entendimiento, y los cargos a su disposición no podrán contradecir las órdenes
que emanen de los líderes y de sus impresiones tras la reunión. Sólo de pensar
un escenario así le empiezan a uno a recorrer escalofríos por la espalda, y
admite el riesgo enorme que supone dejar la seguridad global en manos de unos
sujetos que parecen vivir llevados por sus egos, manías e irresponsabilidades.
Con el surgimiento de liderazgos globales fuertes y autocráticos en otros
escenarios del mundo (China ya es imperial otra vez y Putin volverá a reinar en
Rusia tras las elecciones (jajaja) del domingo) los destinos globales cada vez
dependen más de volcánicos personajes, y menos de asesores y equilibrios. Mal
panorama.
En
definitiva, la reunión de estos dos sujetos puede dejar imágenes realmente
curiosas, y la podemos observar como un juego de cara o cruz. Si sale cara y se
llevan bien, el escenario en la península de Corea puede cambiar bastante en
poco tiempo, si sale mal, quizás acabe desapareciendo parte de la península de
Corea en breve tiempo. Doble o nada, un juego de apuestas muy peligroso con
millones de personas en medio, susceptibles de verse afectadas por la
irritabilidad de personajes de pelo extraño, ideas alocadas y concepciones
sociales atávicas y lo más lejanas posibles a lo que entendemos por democracia.
Crucemos todos los dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario