Llevábamos
un cierto tiempo de calma tensa en el frente de los atentados yihadistas, sin
que hubiera noticas al respecto, lo que es bueno. Cada día sin atentados es un
nuevo día ganado a la paz y, probablemente, el fruto de una operación de
contraespionaje que disuelve planes de ataque que no se llevan a cabo. Ese
éxito policial y de inteligencia tiene el reverso negativo que, como les pasa a
las vacunas, hace que pensemos que el mal ha dejado de existir, y nos
relajamos. Pero no, no es así. El mal sigue, en forma de virus, bacterias y
fanatismos, y debemos combatirlo día a día para que no resurja. Pese a todos
los esfuerzos, este pasado viernes se produjo un ataque en el sureste de
Francia que dejó un balance de cuatro muertos y el terrorista abatido.
El
protagonista de este cruel ataque, sin embargo, no es el terrorista, no, sino
un agente de la gendarmería, un cuerpo galo que tiene similitudes con la
Guardia Civil. El atacante intentó atropellar a unos policías que estaban
haciendo deporte, fracasó. Luego disparó contra algunos de ellos en su huida y
acabó refugiado en un supermercado de las afueras de Carcasone, donde todo
terminó al cabo de unas horas de secuestro. Fue en ese tramo final de la acción
cuando el agente, que se llamaba Arnaud Beltrame, se ofreció para ser intercambiado
por uno de los rehenes que el terrorista mantenía presos en el supermercado. El
atacante aceptó el canje y Arnauld pasó de la barrera de seguridad de la calle
para introducirse en el peligro mortal del área que controlaba el terrorista en
aquel momento. Ni Arnauld ni nadie sabía si ese movimiento iba a ser útil o no
para el buen resultado de la acción policial, pero todos estaban seguros del
riesgo que se corría, empezando por el propio gendarme, dispuesto a jugársela
para salvar a alguno de los retenidos. Durante el tiempo que estuvo retenido,
Arnauld dejó su móvil encendido y permitió a los agentes del exterior escuchar
las conversaciones que tenían lugar en el supermercado y así hacerse una mejor
idea de lo que pasaba allí, de las dimensiones del local, de cómo estaban
situados y de muchas otras pistas que, sin duda, fueron de utilidad En el asalto final al supermercado, cuando el
terrorista ya carecía de cualquier opción, se produjeron varios disparos y uno
de ellos hirió gravemente a Arnauld, que en la tarde noche del viernes se
encontraba en un estado de máxima gravedad. Cuando me levanté el sábado y
escuché las noticias, una de ellas era la confirmación de la muerte del agente,
dado que los médicos nada habían podido hacer ante la gravedad de sus heridas.
Arnauld fue el último de los cuatro muertos que produjo ese ataque en una
localidad tranquila de una zona tranquila del país, y
la forma en la que ha muerto ha conmocionado a Francia, y no sólo. Supone
su caso un ejemplo de entrega absoluto, de dedicación al servicio innegable y
de heroísmo cierto, que ha sido subrayado por todos en una de esas ocasiones en
las que la palabra héroe adquiere toda su dimensión. Muchas veces escuchamos
historias de fallecidos en actos de rescate, de valientes que se lanzan al agua
para salvar a personas que se ahogan y que, consiguiéndolo o no, pierden su
vida en ello. Son también héroes, pero actúan por instinto, sin pensárselo dos
veces. Arnauld tuvo tiempo para decidirlo, pudo no hacerlo, pero se ofreció a
ello, consciente del riesgo que corría y jugando a una apuesta en la que sus
cartas eran, por así decirlo, muy bajas. Corrió por sus venas el instinto
policial, desde luego, pero también la frialdad del sentido del deber, hasta un
punto que se me antoja casi inconcebible. La grandeza de su acción desborda por
mucho mi escasa capacidad descriptiva.
Su
madre, familiares y conocidos lo describen como un servidor público vocacional,
como alguien que sabía los riesgos que corría pero que no dudaba ante la
obligación de servir y proteger. Las loas a su figura se suceden en su entorno
y, cosa curiosa, la dirigencia política de Francia, tan dividida y extrema como
lo es en España, y su figura pude llegar a ser ensalzada en un homenaje
nacional, como ha propuesto el presidente Macron. Justo a las puertas de la
Semana Santa, al sur de Francia, un hombre dio su vida este pasado viernes para
salvar la de otra persona, desconocida para él. Como bien señaló Javier Gomá el
sábado, ante la pura barbarie del asesinato, el acto de Arnaul supone la pura
ejemplaridad del acto, el mayor exponente de grandeza posible.
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