lunes, marzo 26, 2018

En Francia, un hombre ha dado su vida por salvar a otros

Llevábamos un cierto tiempo de calma tensa en el frente de los atentados yihadistas, sin que hubiera noticas al respecto, lo que es bueno. Cada día sin atentados es un nuevo día ganado a la paz y, probablemente, el fruto de una operación de contraespionaje que disuelve planes de ataque que no se llevan a cabo. Ese éxito policial y de inteligencia tiene el reverso negativo que, como les pasa a las vacunas, hace que pensemos que el mal ha dejado de existir, y nos relajamos. Pero no, no es así. El mal sigue, en forma de virus, bacterias y fanatismos, y debemos combatirlo día a día para que no resurja. Pese a todos los esfuerzos, este pasado viernes se produjo un ataque en el sureste de Francia que dejó un balance de cuatro muertos y el terrorista abatido.

El protagonista de este cruel ataque, sin embargo, no es el terrorista, no, sino un agente de la gendarmería, un cuerpo galo que tiene similitudes con la Guardia Civil. El atacante intentó atropellar a unos policías que estaban haciendo deporte, fracasó. Luego disparó contra algunos de ellos en su huida y acabó refugiado en un supermercado de las afueras de Carcasone, donde todo terminó al cabo de unas horas de secuestro. Fue en ese tramo final de la acción cuando el agente, que se llamaba Arnaud Beltrame, se ofreció para ser intercambiado por uno de los rehenes que el terrorista mantenía presos en el supermercado. El atacante aceptó el canje y Arnauld pasó de la barrera de seguridad de la calle para introducirse en el peligro mortal del área que controlaba el terrorista en aquel momento. Ni Arnauld ni nadie sabía si ese movimiento iba a ser útil o no para el buen resultado de la acción policial, pero todos estaban seguros del riesgo que se corría, empezando por el propio gendarme, dispuesto a jugársela para salvar a alguno de los retenidos. Durante el tiempo que estuvo retenido, Arnauld dejó su móvil encendido y permitió a los agentes del exterior escuchar las conversaciones que tenían lugar en el supermercado y así hacerse una mejor idea de lo que pasaba allí, de las dimensiones del local, de cómo estaban situados y de muchas otras pistas que, sin duda, fueron de utilidad  En el asalto final al supermercado, cuando el terrorista ya carecía de cualquier opción, se produjeron varios disparos y uno de ellos hirió gravemente a Arnauld, que en la tarde noche del viernes se encontraba en un estado de máxima gravedad. Cuando me levanté el sábado y escuché las noticias, una de ellas era la confirmación de la muerte del agente, dado que los médicos nada habían podido hacer ante la gravedad de sus heridas. Arnauld fue el último de los cuatro muertos que produjo ese ataque en una localidad tranquila de una zona tranquila del país, y la forma en la que ha muerto ha conmocionado a Francia, y no sólo. Supone su caso un ejemplo de entrega absoluto, de dedicación al servicio innegable y de heroísmo cierto, que ha sido subrayado por todos en una de esas ocasiones en las que la palabra héroe adquiere toda su dimensión. Muchas veces escuchamos historias de fallecidos en actos de rescate, de valientes que se lanzan al agua para salvar a personas que se ahogan y que, consiguiéndolo o no, pierden su vida en ello. Son también héroes, pero actúan por instinto, sin pensárselo dos veces. Arnauld tuvo tiempo para decidirlo, pudo no hacerlo, pero se ofreció a ello, consciente del riesgo que corría y jugando a una apuesta en la que sus cartas eran, por así decirlo, muy bajas. Corrió por sus venas el instinto policial, desde luego, pero también la frialdad del sentido del deber, hasta un punto que se me antoja casi inconcebible. La grandeza de su acción desborda por mucho mi escasa capacidad descriptiva.

Su madre, familiares y conocidos lo describen como un servidor público vocacional, como alguien que sabía los riesgos que corría pero que no dudaba ante la obligación de servir y proteger. Las loas a su figura se suceden en su entorno y, cosa curiosa, la dirigencia política de Francia, tan dividida y extrema como lo es en España, y su figura pude llegar a ser ensalzada en un homenaje nacional, como ha propuesto el presidente Macron. Justo a las puertas de la Semana Santa, al sur de Francia, un hombre dio su vida este pasado viernes para salvar la de otra persona, desconocida para él. Como bien señaló Javier Gomá el sábado, ante la pura barbarie del asesinato, el acto de Arnaul supone la pura ejemplaridad del acto, el mayor exponente de grandeza posible.


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