Es
sabido que el uso de los datos es la principal fuente de ingresos de los
gigantes tecnológicos y, también, de todas aquellas empresas que tiene acceso a
ellos o son capaces de recolectarlos. Se dice, y es cierto, que cuando un
producto se entrega gratis al consumidor es porque el consumidor es el producto
final del que se van a obtener los beneficios. Esta práctica, desatada hoy en
día, choca con aspectos legales y morales como los relacionados con la
privacidad de nuestra vida, intimidades, protección de los datos y el uso
fraudulento de los mismos. Los cuatro principios que suelen amparar la creación
de estadísticas (confidencialidad, transparencia, especialidad y
proporcionalidad) chocan plenamente con la realidad en la que vivimos.
Facebook,
uno de los mayores acumuladores de datos del mundo, se encuentra sumido en su
primera gran crisis, que de momento le ha hecho perder un 12% de su cotización
bursátil, generando así un gran agujero financiero en los inversores, empleados
y propietarios de la compañía. El
escándalo asociado a la fuga de datos propiciada por la empresa británica
Cambridge Analityca ha puesto de manifiesto dos cosas claras. Una, el
extendido mal uso de la información que depositamos en las redes por parte de
aquellos que tienen fines comerciales o, como era el caso de la empresa
británica, políticos o sociales. Otra, que es la que le afecta de pleno a
Facebook, es el fallo absoluto en la custodia y salvaguardia de esos datos. Sin
que de momento se pueda decir que haya habido una práctica dolosa en la
compañía californiana, se ha puesto de manifiesto que el descontrol de la misma
hace que posea brechas de seguridad que permiten a otros explotarlas y sacar
tajada. De momento, en este caso, el malo de la película es Cambridge, que uso
un sistema de encuestas con excusas de investigación para recolectar datos y,
oh sorpresa, hacerse con muchos más de los que esperaba, al acceder a la
información de los perfiles de los contactos de aquellos cientos de miles que
participaron en la encuesta. Esto le permitió poseer información de cerca de
cincuenta millones de usuarios de la red social, y por lo que parece, el uso
que hizo de semejante cantidad de información fue el de sesgar opiniones y
comentarios para alentar al voto populista ante elecciones como las de Trump o
el Brexit. Véase que el comportamiento de Cambridge es presuntamente delictivo
por tres vías, una por vender como investigación social lo que era una campaña
que buscaba manipular opiniones, dos por la apropiación de los datos, dado que
encuentra una puerta para acceder a muchos más de los que esperaba y, sin
dudarlo, se los queda (es como si usted, robando carteras, encuentra algo de
mucho más valor, y decide quedárselo todo, ¿cómo llamaríamos a eso?) y la
tercera, y más novedosa, es la de la manipulación de esos perfiles para
sesgarlos. Se ha dicho que otras candidaturas también han utilizado Facebook para
hacer campañas, y es cierto, pero lo hacían en abierto, por así decirlo,
mandando mensajes generales y sin ocultar su procedencia y origen. Con la
información que poseía, Cambridge podía segmentar cada individuo y colar en su
muro noticias convenientemente manipuladas para sesgarlo, a sabiendas de qué es
lo que más motivaba o preocupaba a cada uno de los usuarios, con el objetivo de
influir sus decisiones de voto. Millones de personas de todo el mundo tienen en
Facebook la principal ventana de acceso a la información diaria, cosa que no
entiendo, pero es así. Por lo tanto, esos cincuenta millones de personas tenían
cada día, en su perfil de la red, una selección de noticias, ciertas o no, eso
es lo de menos, diseñadas para ellas por Cambridge con el objeto de sesgarlas,
sin que ninguna de esas personas fuese conscientes de estar siendo manipuladas.
“Era Facebook” quien ponía ante ellas la información, o eso pensaba cada uno. Una
trampa tan brillante como compleja.
Y
claro, el papel de Facebook en todo esto es, como mínimo, trascendental. Pueden
los responsables de la red sentirse enojados por haber sido utilizados por
Cambridge para engañar a sus usuarios, pero ha quedado clara la vulnerabilidad
de la red en la custodia de la información y en algo que se denuncia desde hace
tiempo, que es su responsabilidad como medio de comunicación (que dice no ser,
aunque también actúe como tal) ante las noticias, ciertas o falsas, que llenan
su muro y contenidos. Zuckerberg
y compañía van a tener que dar muchas explicaciones sobre lo sucedido y lo que
ellos hacen para preservar la intimidad de la información que almacenan, y
no está claro hasta qué punto un negocio como el suyo, que vive de la
confianza, sobrevivirá a un golpe como el que está sufriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario