La
verdad es que Trump no tiene precio como gestor de un programa de
telerrealidad. No me extraña que cuando presentó “El Aprendiz” consiguiera
enormes cuotas de audiencia y popularidad. En ese programa Trump tenía una
especie de academia de emprendedores, donde los aspirantes trataban de ser un
futuro empresario de éxito, como él (se oyen risas de fondo). En esas emisiones
el momento de más audiencia era cuando Trump abroncaba a uno de los
concursantes, le llamaba de todo por considerarle incompetente y le gritaba muy
alto “you are fired”, estás despedido, y el aspirante engrosaba la lista de
fracasados sobre los que Trump edificaba su imperio de fama e ingresos.
Algo
así le ha pasado esta semana a Rex Tillerson, Secretario de Estado de EEUU,
el Ministro de Asuntos Exteriores, el gestor de uno de los departamentos más poderosos
en la diplomacia e influencia internacional del mundo, que ha sido despedido
por el jefe del “reality” con un simple y cruel Tweet, así, sin más. El
nombramiento de Tillerson fue polémico y recibido, en su momento, con gran
disgusto por los expertos en diplomacia. Ajeno por completo a ese mundo, la
carrera de Tillerson era puramente empresarial, y muy exitosa, llegando a ser
presidente de Exxon Mobile, una de las principales compañías petroleras del
mundo. Cierto es que tenía contactos en el exterior, y de hecho fue muy
mencionado que Putin le condecoró por los acuerdos comerciales con los que su
empresa llegó con el gigante ruso GazProm, pero casi todos los analistas veían
a Tillerson como alguien ajeno, incapacitado para el puesto, desconocedor de la
estructura que iba a gestionar y demasiado centrado en el mundo de los
negocios, sin una visión más allá. El tiempo que ha estado al frente de la
institución ha dado la razón, en parte, a esta visión crítica. El papel de
Tillerson ha sido muy secundario en la administración Trump, porque el ególatra
del jefe no deja que nadie le haga sombra ni le lleve la contraria. Muchas de
las vacantes diplomáticas generadas tras el cambio de administración no se han
cubierto, y la situación de la política exterior norteamericana es, ahora
mismo, sorprendente, tanto por su inacción como por la irrelevancia. Ese enorme
gabinete de influencias languidece entre la desidia de unos y el torpedeo de
otros. También se debe señalar que Tillerson ha intentado ocupar el puesto, y
ofrecer un perfil moderado frente a los exabruptos de su jefe, que muchas veces
le dejaban en la muy incómoda situación de ser él el que tenía que defender
esas posturas ante terceros países. Sonados han sido los rumores de crecientes
desavenencias entre ambos, y declaraciones luego desmentidas en las que
Tillerson ponía a caldo, por ser finos, a un Trump que no se moderaba ante ninguna
coyuntura. ¿Venía parte de su inacción de la conciencia de que nada podía hacer
frente a su jefe? ¿Trato de controlarlo y descubrió que era imposible? No se si
llegaremos a saberlo, pero háganse una idea de la evolución de la
administración Trump en año y medio que el cese de Rex se ha visto como la
pérdida de una de las influencias moderadoras y razonables en el entorno
presidencial. Las crecientes amenazas comerciales que surgen del despacho oval
y el absoluto ninguneo de la diplomacia oficial por parte de Trump a la hora de
concertar la reunión con el dictador norcoreano quizás hayan sido la gota final
de un vaso en el que, si no llega a haber tweet de Trump, Rex se marcha solo.
Quizás lo sepamos en el futuro. O no.
Para
sustituirlo, Trump ha nombrado jefe de la diplomacia a Mike Pompeo,
anterior director de la CIA, un personaje que todo el mundo tacha de extremista
y de trumpista de pro, lo que garantiza que durante un tiempo las directrices
que surjan de esa área del gobierno sean plenamente concordantes con las
directrices del jefe descerebrado. Y con ello, probablemente, se agudice la
crisis que vive la diplomacia norteamericana, entre el estupor de los aliados y
la alegría de los rivales, que ven como la ineptitud yanqui deja el campo
libre. Pero que no se fie Pompeo. Desde el mismo día de su nombramiento como
altísimo cargo, su puesto pende de un hilo, y convertido en uno de los
aprendices jefes, su amo y señor no dudará en despedirle en cuanto considere
que ha hecho algo que no le satisface. Por usar términos televisivos, Pompeo ya
está nominado
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