martes, marzo 27, 2018

Expulse a un ruso de su embajada


En este juego en el que cada vez las apuestas son más altas, de momento las cabezas de los diplomáticos rusos caen sin contemplaciones y se ven obligadas a volver al Moscú de sus amores tras ser expulsados de consulados y embajadas. ¿Cuánta gente trabaja para una legación diplomática? Asombran las cifras de personal que se manejan, aunque a buen seguro sólo algunos serán empleados directos, mientras que otros tendrán “relación” con ellos, sea eso lo que sea. EEUU, Canadá y 14 países europeos se han coordinado para dar una respuesta conjunta expulsando a miembros de la diplomacia, directa o “relacionada” como respuesta al envenenamiento del exespía Skripal en Reino Unido. España, que en estas cosas pinta muy poco, ha decidido enviar a dos rusos a casa, justo ahora que el invierno parece tocar a su fin.

Mucho se habla de la vuelta de la guerra fría, pero creo que estamos ante un escenario bastante distinto al que se vivió durante varias (y muy peligrosas) décadas del pasado siglo XX. Empezando por el principio, no, no estamos ante otra situación similar, aunque no tengo nada claro ante lo que nos enfrentamos, y es que las características básicas de la guerra fría del pasado no se dan ahora, y eso invalida el modelo. ¿Y cuáles eran? Principalmente dos. Una era el enfrentamiento entre dos bloques ideológicos, dos visiones contrapuestas del mundo, que enarbolaban cada una la bandera de la superioridad tecnológica, militar, social, política, cultural… el ámbito que ustedes quieran estaba polarizado entre capitalistas y comunistas, y cada uno se lo disputaba al otro. Y hoy esa dicotomía no existe, dado que el capitalismo, de diversas formas y variantes, ha triunfado en todo el mundo, y no existe una ideología o cosmovisión alternativa. La otra característica, muy importante, es que el enfrentamiento se daba entre dos grandes naciones, EEUU y la URSS, que estaban muy lejos de las demás en todos los sentidos. Eran las más poderosas en lo económico, en lo militar, en sus ambiciones globales, en el desarrollo y uso de la tecnología. Era un mundo bipolar con dos grandes polos bien definidos y un conjunto de naciones que, seamos honestos, pesaban muy poco. Cada una de ellas tenía socios y aliados, que eran poco más que compañía decorativa (impuesta en el caso de los países del este de Europa, ocupados por la URSS) y el resto de naciones del mundo no pintaban nada. Eso hoy en día tampoco se da. EEUU sigue siendo el primer país del mundo en muchas variables, económicas, políticas y de poder, pero su ventaja respecto a los demás ya no es tan amplia, y desde luego la segunda nación, que aspira a hacerle sombra, no es Rusia, sino China, que en algunos aspectos ha superado al gigante norteamericano y empieza a aspirar a un trono global. Y sobre todo, tenemos desorden, un batiburrillo de grandes naciones que actúan un poco a su libre albedrío en las áreas de influencia local en las que se mueven y que no siguen dictados de ninguna superpotencia. En este caos en el que vivimos la confrontación de bloques no sólo suena añeja, sino de una simpleza angelical. Era fácil entonces adoptar posturas ante casi todo lo que sucedía, dado que uno era de los suyos o de los otros, y así se justificaban acciones de todo tipo, muchas de ellas indecentes, por el mero hecho de quién las ejecutase. Eso a posteriori ha arruinado la imagen de muchos que entonces se consideraron intelectuales de relumbrón (ay ay, ay Sartre y otros tantos) y nos deja ahora ante una realidad mucho más compleja, gris y difícil tanto de modelar como interpretar. Los frentes ahora son el de la información frente a las noticias falsas y los bulos, la libertad frente al autoritarismo, la privacidad frente al abuso de los que recolectan nuestros datos, las ideologías tradicionales frente al populismo, globalización frente a nacionalismo, etc.

En este tablero global Rusia juega un papel muy importante, sí, pero también decadente. Su economía, demasiado dependiente de los recursos naturales, no innova y pierde mercados a marchas forzadas, su población decrece y la imagen global del país es mala. Su gobierno, con el eterno Putin al frente, vende un discurso de poder duro de cara al interior para mantener erguido el espíritu nacional pero carece de fuerza para imponerse, y sólo en Siria o lugares devastados puede actuar con impunidad. Significa esto que Rusia no es peligrosa? No, y menos para Europa, la eterna vecina, pero la capacidad rusa de desestabilización no es lo que era. Lo que sí parece claro es que el enfriamiento de las relaciones con el Kremlin puede traernos costes a todos, y eso no será bueno. ¿Boicoteará algún país el próximo mundial de fútbol? Ay, cuánto lo dudo.

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