Vi
una vez, de casualidad, a Stephen Hawking. En 2006 visité en el Reino Unido a
una pareja amiga e hice algunas excursiones breves por el país. Un día fui a
Cambridge, para ver la ciudad, universidades, canales y, sobre todo, la capilla
del King’s College, joya absoluta del gótico y dotada de una acústica preciosa.
Esperando a que el semáforo me dejase cruzar una calle, cerca ya de la capilla,
una furgoneta estacionada en frente bajaba una rampa trasera y, a ella, se
acercaban dos personas y una aparatosa silla de ruedas que portaba un pequeño
hombre, muy retorcido, de aspecto casi infantil en su menudencia. Era Hawking.
La silla subió la rampa y se introdujo en la furgoneta, que cerró sus puertas y
se fue. Y cruce la calle.
Hawking
es, probablemente, la mayor celebridad científica de la era moderna, el sucesor
en popularidad del rey Einstein, y uno de los que ha tratado de expandir el
conocimiento de las teorías que el genio alemán descubrió en los años de
gloria. Su trabajo científico y divulgador es muy notable, y su capacidad para
contarlo también, pero es evidente que su enfermedad, su condición postrada, y
su aspecto han condicionado mucho al relevancia de su figura. Hawking
representa para muchos la simbiosis perfecta entre el hombre y la máquina, el
progreso de la tecnología a la hora de dotar a los humanos de capacidades que
no poseemos o que, fruto de la enfermedad, hemos perdido. Aquejado de ELA desde
la veintena de edad, Hawking afrontó uno de los diagnósticos más crueles e
irreversibles que uno pueda recibir, casi una condena segura de muerte, de
agostamiento, de putrefacción en vida. La ELA es devastadora para los que la
padecen y deja apenas espacio para la esperanza. La longevidad de Hawking,
extraordinaria, fuera completamente de lo común para un enfermo como él, es
quizás una de las pocas luces que les quedan a los que son diagnosticados con
este mal, en la ilusión de que en ellos se produzca también el milagro de una
larga vida. Al poco de su diagnóstico, Hawking adoptó una postura derrotista y
desenfrenada, como queriendo agotar, de manera salvaje, lo poco que le quedase
de vida, pero al poco cambió de actitud. La ciencia, que le ofrecía un mundo
por descubrir, y su novia, le ayudaron a encontrar una vía de escape mental, un
agujero de gusano para escapar del universo que se plegaba en torno a él con la
intención de estrujarlo. A medida que su cuerpo se debilitaba y perdía
funciones, y más necesaria era al colaboración de los que le rodeaban para
hacer cualquier cosa física, su mente se elevaba y evadía resolviendo
ecuaciones, adentrándose en campos como la gravedad cuántica y el origen del
tiempo. Sus descubrimientos, de física teórica, nunca han sido galardonados con
el Nobel, pero tampoco le ha hecho falta para alcanzar reconocimiento y
posteridad. Quizás su teoría más famosa sea la de la radiación de Hawking, que
una demostración de que algo puede surgir de un agujero negro. Su fama iba
creciendo con los años a medida que su cuerpo se convertía en el mayor peligro
para su ingenio. La tecnología fue paliando poco a poco algunas de sus
limitaciones, y la pérdida del habla, fruto de una traqueotomía para evitar su
muerte por ahogamiento al fallar la musculatura pulmonar, hizo que los
ingenieros obraran el milagro de que un sensor detectara el movimiento de sus
ojos y, escogiendo términos en una pantalla de ordenador, un sintetizador
hablara por él. Los Simpson, Big Bang Theory, La teoría del todo…. Hawking era
un icono social, una figura famosa en el mundo entero y que todo el mundo era
capaz de reconocer con apreciar un simple gesto de su torturado rostro, alguna
pieza de su silla o el metálico sonido de su voz artificial. Su vida personal,
agitada, turbulenta, llena de amores, divorcios y sucesos, era tan agitada como
su capacidad mental, y nunca dejó indiferente a nadie.
Ha
querido la cruel casualidad que Hawking ha muerto en el día internacional de PI,
el 3 14 de marzo, dicho en notación anglosajona, una jornada en la que
científicos, matemáticos, divulgadores y frikys de todo pelaje hablan sobre
ciencia y cuentan chistes sobre números irracionales, circunferencias, radianes
y demás. Seguro que Hawking disfrutaba mucho con todo esto. Ahora, sumido ya en
la oscuridad del único agujero negro del que, que se haya demostrado, no se
emite radiación alguna, su genio es una muesca en la historia de la humanidad,
y su figura, un referente. Y su voz sintética, ya apagada, un recuerdo de una
persona única, que investigó hasta el final y nos demostró que la vida se lucha
día a día, que nunca debemos dar por acabada. DEP, genio.
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