Esta
semana que acaba está siendo dura. La el tiempo sigue plomizo, gris y lluvioso,
con un frío que no cesa, que es necesario pero aletarga el espíritu, y la
actualidad ha tenido como un doble foco, centrado en las muertes del niño
Gabriel y el físico Stephen Hawking. Ambas tan distintas que apenas es posible
encontrar conexiones. Una fruto de un asesinato, motivado seguramente por los
celos, y otra, natural, tras una vida extraordinariamente larga para un enfermo
de ELA, tanto que los expertos llevaban años, décadas si me apuran, asombrados
por la inexplicable supervivencia del genio de Cambridge. Si existe cielo, en
el concepto religioso en el que se utiliza ese término, ambos merecen estar en
él.
Pero
sí encuentro un nexo entre esos dos casos, y que nos puede enseñar mucho a
todos, empezando por el que esto escribe. La unión viene del comportamiento de
Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, y del propio Hawking. Distintas,
opuestas casi, pero inimaginables, han sido las experiencias de ambos.
Sometidos a los avatares de la vida, ésta decidió ponerse en contra de ellos y
someterles a una tortura inconmensurable, eterna, incapacitante. Hawking, con
22 años, recibió uno de los diagnósticos más crueles que existen, que condena a
una muerte segura o, en su defecto, a una incapacitación tan absoluta como
frustrante. En la juventud de la vida, se le arrebató el derecho al futuro. A Patricia,
en poco más de una semana, la vida en forma de bruja ha arrebatado a su hijo,
generando un drama que, quizás, sólo las madres pueden entender, y dejando su
existencia, para siempre, marcada por este hecho. Quizás, siendo retorcidos, y
pensándolo con tiempo, podríamos imaginar torturas más dolorosas y lesivas para
ellos, o para cualquier otra persona, pero ambos casos me parecen extremos en
lo que al sufrimiento humano. ¿Cuál hubiera sido nuestra reacción ante noticias
como estás que, en vez de verlas por televisión, nos afectaran en persona? Cada
uno puede hacer un pequeño examen interior de cómo cree que reaccionaría si el
médico le diagnostica una enfermedad así, o se pone en la tesitura de ver
asesinado al ser cercano más querido. Probablemente sea un ejercicio inútil,
porque no somos capaces de, realmente, ponernos en el papel del otro ante una
conmoción así. Pero es casi seguro que el terror y la angustia fueran las
emociones dominantes. Nos derrumbaríamos, nos sentiríamos injustamente
maltratados y reaccionaríamos de manera visceral, con odio, con venganza hacia
lo que fuera, para tratar de vencer ese miedo que nos paralizaría. La
depresión, el suicidio, el oscurecimiento, serían sin duda pensamientos que
pasarían por nuestra mente, en una sucesión similar a las nubes negras que
cubren ahora el cielo de Madrid, y la luz de la vida ya no las traspasaría. Pues
bien, resulta que Hawking y Patricia han actuado de una manera totalmente
opuesta y, a la vez, luminosa. Stepehen, cuando se enteró del diagnóstico, se
sintió derrotado, y durante un breve tiempo se dedicó a la juerga desatada por
si sus días se acababan, pero luego se convenció de que sólo podía luchar, que
no debía dejar escapar la vida, la única que tenía, la única que tenemos, hasta
que esta se fuera. Cuantas más limitaciones tenía su día a día, con más empeño
trataba de vencerlas, y con más éxito lo lograba. Acompañado de su mujer y
familia, cada vez más dependiente de ellos, Hawking se fue convirtiendo en un
referente de la lucha contra la discapacidad. Su fama le ayudó a conseguir
recursos con los que pagar medios y tecnología, sí, pero fue su voluntad la que
hizo posible todo. Usted no se, pero yo creo que me hubiera derrumbado y,
probablemente, no pasaría de la veintena en su caso.
Patricia,
con su comportamiento, declaraciones y actitud, nos ha dado una lección a
todos. A los pocos días de saberse el desenlace fatal de Gabriel, con una sociedad
lanzada al morbo y el linchamiento, con unas redes sociales que vomitaban sin
cesar y unos medios que, en gran parte, han exprimido la carnaza hasta el
hartazgo, salió Patricia en algunas radios para dar un mensaje de cariño, de
agradecimiento a los que la han apoyado, de amor hacia su hijo y marido. Y una
constante petición a particulares, medios y sociedad, para que nos comportemos
como seres humanos. Como señaló un articulista, Patricia nos puso a todos un
espejo en el que pudimos ver reflejadas nuestras vilezas. Su coraje ha sido
enorme, su talla humana, mucho mayor. La ejemplaridad de su comportamiento
permanecerá para siempre. Y de ella, todos, tenemos mucho, mucho que aprender.
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