Tres
son las grandes elecciones que estaban marcadas a principios de este 2018 en el
subcontinente latinoamericano. Las colombianas eran las primeras, y en ellas ha
vencido Iván duque, candidato del centro derecha, relevando del poder a Juan
Manuel Santos. La gestión de la paz firmada con las FARC, que ha criticado en
fondo y forma, será uno de los retos de su mandato. La tercera de ellas,
prevista para octubre, tendrá lugar en un convulso Brasil, sumido en la crisis
económica y política. Lula, desde la cárcel, quiere presentarse, el descrédito
de los políticos tradicionales es alto y las encuestas dan aire a candidatos
populistas. La economía brasileña, sometida a grandes tensiones, será un enorme
reto para quien gane.
La
segunda de las votaciones ha tenido lugar este fin de semana, en México, y como
señalaban las encuestas, la
victoria ha correspondido a Andrés Manuel López Obrador, ALMA, candidato de la
coalición izquierdista Morera, que ha desbancado el monopolio de victorias
del PRI y su relevo, una coalición de centro derecha. ALMA ya fue alcalde del
DF, la populosa capital del país, y varios han sido sus intentos de llegar al
poder, frustrados todos ellos, hasta el día de hoy. Su discurso ha estado
basado en la regeneración política, el relevo de los dirigentes de toda la vida
y la lucha contra la corrupción, que
si aquí es tan extensa que afecta hasta a los semáforos allí se mide en
mordidas a cualquier tipo de colectivo. Visto desde fuera, dos son los retos,
enormes, que debe afrontar la presidencia de ALMA y que, visto los precedentes,
puede que le superen. Uno es de la guerra del narcotráfico. Actualmente México
es un país en el que ciertas zonas han dejado de estar bajo el control del
estado y están sometidas al poder del barco. Cárteles de la droga con unos
recursos tan inmensos como escasos son sus escrúpulos imponen la ley del
disparo en amplias regiones y varias ciudades del país, especialmente en la
zona norte. El número de asesinatos se ha disparado y la violencia que no cesa
alcanza dimensiones epidémica, propias de una guerra civil, que suponen muchas
más bajas de las que se pueden registrar en países que asociamos a guerras
constantes como pueden ser Irak o Afganistán. El gobierno del saliente Enrique
Peña nieto se ha visto completamente superado por este asunto y ha pedido el
control de áreas turísticas como Acapulco, donde el narco ya es el dueño de la
situación. El otro problema se sitúa en su frontera del norte y el vecindario.
Dice el dicho que pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de EEUU, y con
Trump en la Casa Blanca esa expresión se vuelve más certera que nunca. Más allá
de las declaraciones xenófobas y los muros, físicos y mentales, el peligro para
México son los aranceles y el proteccionismo de corto vuelo que impera en
Washington: gran parte del desarrollo económico del país proviene de las
empresas norteñas que han instalado allí sus plantas de producción, atraídas
por la cercanía, facilidad de las comunicaciones y, obviamente, los sueldos
mucho más baratos de la mano de obra, ante los que no puede competir un
trabajador norteamericano. Imponer aranceles en frontera dañará la
competitividad de esas plantas, y alguna de ellas puede optar por trasladarse a
EEUU, o al menos a echar cuentas sobre qué puede ser más barato, si permanecer
con la tasa o moverse para eludirla. Y eso dañará a la economía mejicana, y hará
aumentar el flujo de inmigrantes que desean cruzar hacia el rico vecino del
norte. Como siempre, economía e inmigración caminan muy de la mano, creciendo
una a la inversa de la otra. Trump y ALMA deberán verse antes o después, en
principio desde posiciones opuestas, y este será uno de los grandes temas que
no van a poder eludir.
Las
empresas españolas, asentadas en México y que obtienen de allí gran cantidad de
sus ingresos y beneficios, han visto con recelo la llegada de ALMA al poder,
dado que sus discursos recuerdan mucho a otros escuchados en la región que han
conducido a la ruina a prósperas naciones como Venezuela (de la que ya nada se
dice pero que vive en un infierno). ¿Cómo será su presidencia? No lo sabemos,
pero si somos optimistas puede que estemos ante algo similar a lo que hizo Lula
durante su mandado brasileño, que fue positivo para locales y foráneos. Eso sí,
los dos problemas citados pueden dar al traste con cualquier política racional
que podamos imaginar y no se, sinceramente, como van a ser enfrentados por la
nueva presidencia. Ni tengo muy claro cómo debieran abordarse. El reto para México
es enorme, ojalá lo supere con éxito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario