Con
una participación muy alta, superior al 80%, del exiguo censo de votantes que
podían hacerlo, la votación para la elección del presidente y compromisarios
del PP celebrada ayer otorgó unos resultados más que interesantes, y que dejan
bastante abierto el Congreso de dentro de dos semanas. El extraño sistema de
doble vuelta, una abierta otra cerrada, credo por el PP puede hacer que los
resultados finales sean confusos y, sobre todo, contestados por parte de la
militancia. De
momento, y por mil quinientos votos, algo más del 2,5% de margen, Soraya Sáenz
de Santamaría ha ganado a Pablo Casado y al resto de candidatos. Ellos dos
se disputarán el poder popular.
Muchos,
antes de la proclamación de candidaturas, esperaban un duelo S vs C, Soraya vs
Cospedal, pero finalmente esa “C” combatiente representa a Casado, un candidato
no esperado hace semanas y que ha hecho una campaña que a punto le ha dado la
victoria en votos. Las dos figuras representan almas distintas del partido, más
ideologizado él, más práctica ella, con experiencia de mitineo y de partido él,
con conocimiento de gobierno ella. De cara al éxito de la formación, lo ideal
sería un perfil que tuviera ambas características, y dado que eso no existe, un
acuerdo entre ellos, pero no parece que vaya a darse algo así, tras lo
escuchado la pasada noche. Casado ha visto ante sí la oportunidad de su vida de
alcanzar el poder real y Soraya tiene por delante la ardua tarea de hacer que
los compromisarios que pudieran apoyar a otras candidaturas no se unan en su
contra. En los discursos de anoche ya se vio esa diferencia de forma clara.
Casado estaba exultante, se le escapaba la sonrisa en todo momento, sonrisa que
no ocultaba un colmillo afilado que ansiaba ser clavado en la faz de Soraya.
Sus declaraciones dejaban claro que él y el resto de candidatos tenían en común
algo relacionado con las esencias del partido y las ideas (de las que nadie ha
dicho nada en varios años, por cierto) frente a otros (queriendo decir otras).
El discurso de casado era de ataque, de lucha hasta el final, y de ganas de
ganar. Su ambición era enorme, como la de cualquier político. Soraya, en su
alocución, sabedora de lo anteriormente dicho, tiró de la táctica de la
magnanimidad. Como ganadora, ofreció pacto, cesión, acuerdo y reparto de poder.
Llamaba a la unidad en todo momento, ofreciéndose como garante y gestora de la
misma y, por tanto, acusando a los que no acepten su oferta, de ser los
causantes de la desunión. Su discurso, mucho más amable en las formas, escondía
también cargas de profundidad destinadas al resto de contrincantes, y dejaba
claro que había partido, y que en estas dos semanas puede pasar de todo. Se
sabe ganadora débil frente a la fortaleza del derrotado. Ahora, desde ya, los
compromisarios elegidos para el congreso, más de tres mil, van a recibir
constantes llamadas de ofertas, de puestos, de cargos, de colocaciones futuras
para ellos y los suyos, por parte de ambos equipos. De la capacidad de convicción,
de las promesas hechas, del precio que pongan los compromisarios, de todo lo
que suceda entre las bambalinas justo antes de la votación del 20 – 21 de
julio, dependerá quién sea el ganador. Y la cosa está muy abierta. Como en
pasados congresos políticos, el del PSOE que eligió a ZP por ocho votos es un
buen ejemplo, la política es así.
Creo
que, de cara a unas elecciones generales, Soraya es mejor candidata que Casado
de cara a que el PP recupere voto, pero mi opinión en este caso es irrelevante.
De todas maneras, los compromisarios están mucho más pegados al cargo público
electo que los militantes. Muchos son concejales, alcaldes y cosas por el
estilo, y deben hacerse en todo momento la pregunta de Keynes. Si quieren
acertar no deben votar al candidato que ellos prefieran, sino al que creen que
el electorado le puede otorgar el voto. El PP, como todos los partidos, lo que busca
no son las ideas y el discurso, sino el poder. Y eso es lo que está en juego. Y
todo ello con el caso del máster de Casado que, en dos semanas, pudiera dar
novedades.
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