No
tenía pensado hablarles en este primer artículo tras la vuelta de la semana de
vacaciones de mi estancia en Elorrio, porque ha sido muy tranquila y sin apenas
sobresaltos, ni cosas reseñables. Iba a centrarme más en la actualidad diaria,
que no cesa, con huelgas salvajes del taxi que bloquean ciudades y aguas
marcianas que nos sorprenden y ofrecen nuevas perspectivas científicas en nuestro
propio barrio sideral. Iba a hablarles de eso, pero me he dado cuenta cuando he
llegado a la oficina que el móvil no estaba en su sitio, he movido el bolso que
me acompaña y he comprobado que no estaba “lo” que debía.
Tras
el susto inicial, que no se va del todo, he accedido a la web de google para
que me lo localice y, mi gozo en el pozo de las tinieblas, nada me dice. Eso
implica robo, porque de habérmelo dejado en casa, que pudiera ser, me lo
encontraría. Incluso el remedio básico, que es llamar al mismo habría dado
resultado, pero eso tampoco ha funcionado. Abocado a asumir el robo del
dispositivo, no queda otra cosa más que hacer lo obvio. Llamar a la compañía
para que anule la tarjeta SIM y no sea utilizable y esperar a llegar a casa
para que, si como doy por seguro, el móvil no está allí, coger la caja del día
de la compra y acercarme a una comisaría de la policía para poner la denuncia
correspondiente, que sospecho servirá de poco, pero que habrá que interponer en
todo caso. Una vez hecho esto, cosa que sucederá al final del día de hoy, tendré
que plantearme mañana la compra de un nuevo dispositivo, y el gasto que eso
supone, que no estaba previsto bajo ningún concepto, y el desagrado que me
generan estos imprevistos, desagrado que se ve aumentado porque hoy en día
perder el móvil ya es mucho peor que perder la documentación, y se ha
equiparado a la sustracción de las tarjetas de crédito, por todo lo que en él
llevamos y lo que nos pueden hacer con esa información. En mi caso no es mucho,
dado que no tengo (no tenía, me temo) aplicaciones financieras, por lo que no
pueden acceder a servicios bancarios, pagos y tarjetas, y confío en que el gran
Hermano google, al que tanto se le implora en estos momentos, tenga guardados todos
los contactos y registros, cosa que por lo que me indica la web, puede ser,
dado que la última sincronización de datos tuvo lugar ayer por la noche. ¿Conserva
google las fotos que se sacan con los dispositivos? Si es así podré recuperar
algunas de las hechas esta semana, en las que abundan los paisajes locales y
poco más, y que si se pierden son fácilmente recuperables dando nuevamente un
par de paseos por los alrededores de Elorrio, que es lo que más he hecho en
estas vacaciones. No eran demasiadas las aplicaciones que tenía instaladas, dado
que pese a que se usa mucho, demasiado, no soy un compulsivo probador de
programas, y aparte de las cuatro o cinco a las que solía recurrir de vez en
cuando, no instalaba más. Eso sí, todas ellas eran accesibles sin contraseña
alguna, dado que estaban registradas, por lo que sospecho que a lo mejor hay
alguien escribiendo en mi cuenta de Twitter sin mi permiso, sin ser yo, o
mandando whatsapps a troche y moche y a saber con qué contenidos, a múltiples
destinatarios, suplantándome, usurpando mi yo virtual.
Sin
él, sin el complemento virtual, me va a tocar estar algunos días, con la extraña
sensación de orfandad que se padece en estos tiempos cunado hemos convertido
ese dispositivo no en una extensión de nosotros mismos, no, sino en una extremidad
más, en otro brazo o pierna, en otro ojo y, en muchos casos, en el cerebro de
verdad que nos guía y gobierna. Ya les diré como se vive sin móvil, ahora que
me veo forzado a ello, o cómo se sobrevive a la sensación de aislamiento del
mundo virtual en el que se desenvuelven nuestras actuales vidas. Confío en que
en un par de días, pasta y papeleo mediante, solucione todo esto. Para casi
todo hay una primera vez.
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