Hace
poco se recordaba, celebrar no es el término adecuado, el segundo aniversario
del malhadado referéndum del Brexit, cuyo resultado favorable a la salida nos
conmocionó a casi todos. Transcurrido ese tiempo las negociaciones Reino Unido
UE no han avanzado demasiado, y lo que ha progresado, y mucho, es el proceso de
descomposición de la política británica, horadada por completo por este asunto,
que no deja de ser un trauma para formaciones de uno y otro signo que no son capaces
de gestionar aquel nefasto resultado ni de, con honestidad, reconocer que lo
mejor sería anularlo, mediante una nueva consulta, en la que debieran dejarse
la piel por la reentrada.
En
dos días han dimitido dos ministros del gobierno de Theresa May, justo después
de que el viernes ese gabinete alcanzase un principio de acuerdo sobre la
postura final en la negociación con las autoridades europeas. Ese acuerdo fue
calificado por muchos como blanco, componenda, solución de compromiso, y
adjetivos similares que dejaban ver cómo los duros del Brexit estaban siendo
arrinconados, o al menos ya no tenían el control de la situación. David Davies,
encargado principal de la negociación con la UE, que no creía en el acuerdo que
el gabinete en el que participaba le había impuesto, fue el primero en
abandonar, y Boris Johnson, el extravagante, vocero y nada diplomático ministro
de exteriores, ha sido el último. Ambos representan, dentro de los
conservadores, el ala dura de los partidarios de la salida, los que proclaman
una ruptura lo más brusca y unilateral posible con los socios europeos, los más
encantados de que la isla se aísle, los más ciegos. Esa corriente ve, con amargura,
como la débil y provisional May está logrando diluir su mensaje de dureza, y ay
no aguanta más. El portazo de ayer puede no ser el último pero, sobre todo, es
una manera de abrir el camino para derribar a la propia May, y para que esa
corriente dura de los conservadores se haga con el control del gobierno y la cámara.
Comentó ayer un corresponsal de radio en Londres, con agudeza, que por momentos
la situación de May le recordaba a la de Rajoy. A los pocos día de haber aprobado
unos presupuestos que, en teoría, le garantizaban estabilidad, el gobierno de
Rajoy cae con una moción de censura que nadie había previsto. Y a los poquísimos
días del acuerdo interno para el Brexit, que ofrecía a May un agarradero y un
argumentario para sostener su discurso, el gobierno se le descompone entre las
manos y no son pocas las voces que anuncian una posible moción de censura
orquestada por esos duros del Brexit, con las ambiciones gubernamentales de
Johnson, nunca ocultas, ahora libres de ataduras, y con la prensa
sensacionalista, y parte de la otra, clamando contra la pusilánime primer
ministra a la que nada respetan y ni consideran. ¿Va a pasar allí lo mismo que sucedió
en Madrid a finales de mayo? Quién lo sabe, pero no lo descarten. No debemos
olvidar tampoco que esta crisis que corroe al partido conservador se
desarrolla, casi de igual manera, entre los laboristas, que poseen dos
corrientes en su interior sobre el Brexit, siendo su actual líder, Jeremy Corbin,
nada europeísta. Es absurdo, pero así es. Y de mientras tanto el tiempo avanza,
la incertidumbre crece, las decisiones de inversión se aplazan, la economía real
se resiente y el futuro de los ciudadanos británicos se oscurece por culpa de
las necedades de muchos de sus políticos, que imbuidos por un sueño de
nacionalismo tan falaz como peligroso, alumbraron la criatura llamada Brexit
que, poco a poco, parece ir comiéndoselos uno a uno, devorando la estulticia de
los que estaban llamados a liderar el país. Tan patético como asombroso, en una
nación seria, racional y dominada siempre por el interés práctico como el Reino
Unido.
Y
esta crisis le estalla a May en un momento que no podía ser peor. Las relaciones
con Rusia se agrietan aún más tras la muerte de un ciudadano británico
intoxicado por accidente con veneno presuntamente utilizado por los servicios
de espionaje de Moscú, justo cuando Inglaterra puede llegar a la final de eso que
se está desarrollando en Rusia y que algunos llaman deporte. Y la cancillería
de exteriores queda vacía a las puertas de una cumbre trascendental de la OTAN
y la visita al reino de Isabel II de Donald Trump, abanderado del Brexit donde
los haya. Mientras
Suanzes analiza todo esto con una calidad que para mi es inalcanzable, el “Anarchy
in the UK” de Sex Pistols suena con más fuerza y sentido que nunca. Lo dicho,
tan triste como asombroso.
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