Fama
eterna tiene la frase “quousque tamdem, Catilina, abutere patientia nostra”,
que Cicerón arrojó en el senado romano dirigida contra Catilina, uno de los
populistas que, violencia y soflama en mano, trataban de usurpar el poder en la
república romana. Traducida como “hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra
paciencia” se utiliza en momentos en los que uno se harta del comportamiento de
aquel a quien se dirige, considera excesivos los malos modos, formas, actitudes
y decisiones tomadas por el aludido y cree que, usando otra metáfora romana, se
ha traspasado el rubicón de lo que se puede consentir. En la política española
podría ser una muletilla.
Para
muchos, incluso algunos de los suyos, ayer Trump acabó por convertirse en el
moderno Catilina que ha agotado toda nuestra paciencia, y que con su reunión
con Putin llegó al límite de lo tolerable, en el colofón de una sonrojante gira
europea que ha supuesto la voladura de demasiados puentes y consensos. Durante
estos días en Europa Trump ha insultado a todo el mundo, especialmente a los
líderes europeos, pero de paso a los ciudadanos de este continente. Y con esos
líderes se ha enfrentado sin descanso, no manteniendo el habitual pulso
proanglosajón que ya se vio en pasados presidentes norteamericanos, no, sino
traicionando tanto al aliado inglés como al resto de mandatarios continentales.
La exigencia de aumento de gasto en defensa por parte de los países europeos,
que tiene razones de fondo, se convirtió en la excusa con la que Trump nos
acusó de vagos y de aprovecharnos de sus fondos y dotaciones militares.
Alemania fue el principal foco de sus críticas, pero la vergonzosa entrevista
que ofreció al sensacionalista The Sun horas antes de su encuentro con May fue
un golpe igualmente duro a la débil primera ministra británica. Tras ello, y un
intento de rectificar las cosas, en una nueva entrevista calificaba a la UE de
enemigo, previamente a su encuentro con Putin, del que afirmaba tener pocas
expectativas. Pues
vaya. Una semana de insultos a todo el mundo y, tras el encuentro con su
enemigo de siempre, abrazos, palmaditas, elogios y agradecimientos sin fin.
La actitud que mostró ayer Trump en la kafkiana rueda de prensa que se ofreció
tras la cumbre era digna de estudio. Toda la animadversión vertida sobre la UE convertida
en alabanzas al liderazgo de Putin, todas las informaciones obtenidas por las
agencias de inteligencia norteamericanas (las suyas) sobre la manipulación
electoral rusa en las elecciones de 2016 refutadas por un Trump que afirmó
creer más al líder ruso que a todos sus empleados. Y todo ello con un Putin al
lado, con pocas sonrisas, cara hierática marca de la casa, pose de jefe, de
señor, de ser el que manda, afirmando sin ruborizarse que prefería que fuese
Trump el ganador de las elecciones, en las que no hizo nada para buscar ese
resultado, y dejando caer perlitas en las que mostraba agradecimiento a la
constructiva actitud de su homólogo. La cumbre ha tenido dos citas
consecutivas, una segunda con cámaras y registro, y una primera privada, de
ellos dos solos, con los traductores más fieles, sin guion, de la que no quedará
constancia, de la que nada se sabe sobre lo que se ha tratado y qué ha sido lo dio.
¿Qué han tramado estos dos? ¿Cuáles son los poderes de Putin frente a Trump? ¿Sirvió
la comparecencia de ayer para confirmar la sospecha de que el líder ruso tiene
en su mano al presidente de EEUU? ¿Pero qué diablos es todo esto a lo que
asistimos en medio de nuestra absoluta incredulidad?
Es
habitual que haga calor en julio en Washington,
pero ayer la capital de los EEUU hervía entre declaraciones de asombro, ira y
enojo, asistiendo impotente a un encuentro y declaraciones que muchos consideraban,
directamente, como un acto de traición. El partido republicano, conocido allí
como GOP (siglas de great old party) sigue abducido por la estrategia de
Trumpo, secuestrado por el personaje, pero al menos ayer voces de esa formación
empezaron a clamar contra algo que les provocaba repulsión, la imagen de un
presidente de EEUU que insulta a los aliados y las democracias y que alaba a
hombres fuertes y dictadores como Putin. Más allá de la guerra comercial y la
condicionada visión del mundo que otorga, ayer Trump, en público, sí traicionó
a sus servicios de inteligencia y seguridad. Y de paso, a todos nosotros.
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