jueves, febrero 28, 2019

Trump, Kim y Cohen


Ya no asombra, pero sigue siendo digno de admiración, y de inquietud, el que Trump se muestre mucho más cómodo y distendido con sátrapas y dirigentes autoritarios que con mandatarios electos. Está muy a gusto en su presencia, les dedica gestos de cariño y comprensión que torna en reprimendas y posturas soeces para sus congéneres democráticos. Más allá de lo que puede ser una táctica negociadora para embelesar a quien lo requiere, no oculta Trump una envidia manifiesta ante los que pueden ejercer el poder como él quiere, sin cortapisas, sin controles, sin tener que sujetarse a burdos parlamentos, debates y tonterías por el estilo. En el fondo Trump ansiaría ser dictador, y eso se nota cada vez que se junta con otros de su estilo.

La cumbre que se desarrolla estos días en Hanoi entre Trump y Kim Jon Un ha ofrecido nuevamente imágenes de complicidad entre ambos que rozan lo esperpéntico. Las últimas crónicas del encuentro hablan de cancelaciones y discusiones, pero hasta el momento lo que se ha podido ver es a un presidente norteamericano que adula hasta el extremo al dictador norcoreano, alabando su país, el potencial que posee y la posibilidad de hacer negocios juntos. ¿Aspira Trump a construir una de sus torres en Pyongyang? No lo descarten. De lo mollar del encuentro, el proceso de desnuclearización en Corea del Norte, poco ha trascendido. Ya saben que yo soy de los que ven como algo utópico el que el régimen norcoreano renuncie al arma que le ha dado la posibilidad de perpetuarse en el poder y convertirse en un interlocutor respetado. Una vez alcanzada, la bomba te incluye en un club respetable, un club regido por el miedo que impones a los que te rodean, y ese miedo es el que, en última instancia, garantiza la perpetuación de la dictadura infame que somete desde hace décadas a aquella nación. El objetivo internacional puede ser el de encapsular el problema, acotar las aspiraciones del régimen, y atornillarlo poco a poco con sanciones económicas que acaben provocando un levantamiento interno de la población, y que esa sea la vía para que la dictadura caiga, pero este guion clásico se topa con el oscurantismo y paranoia que se vive en la sociedad más cerrada y militarizada del mundo, intoxicada hasta un extremo en el que es realmente difícil saber no ya lo que piensa la población de su régimen, sino si es capaz de pensar dada la opresión en la que vive. El caso norcoerano es uno de los más difíciles, y potencialmente peligrosos, en una región que cada vez acumula más potencial bélico, con un China convertida en superpotencia local, un Japón declinante pero lleno de aspiraciones nacionalistas y un conjunto de países, Vietnam entre ellos, que poseen aún el recuerdo de las atrocidades que las distintas guerras orientales han causado en su territorio, y observan con mucho recelo el expansionismo chino en sus mares. ¿Piensa Trump en algo de todo esto? Evidentemente no, pero tampoco es necesario, para eso están los asesores y expertos, y en este caso hay serias dudas sobre cuáles son las intenciones reales de unos EEUU que ven en Corea del Norte un grave riesgo pero que parecen tan perdido sobre cómo afrontarlo como el resto del mundo. De momento el que está ganando con estos juegos de cumbres y respetabilidad es Kim, el sátrapa gordito, que de ser despreciado internacionalmente ha pasado a ser visto como un interlocutor necesario. Eso da oxígeno a su régimen y margen para seguir hacia adelante, lo que en su caso es, básicamente, conservar el poder absoluto y pegarse la gran vida a cuenta de la miseria de su nación. En los meses transcurridos desde la primera cumbre no se ha dado un paso en el proceso desnuclearizador, y sólo la mejora de las relaciones entre las dos Coreas ha sido el fruto de este proceso negociador. No es poco, dado que técnicamente siguen en guerra tras el armisticio de los años cincuenta, pero es muy insuficiente. ¿Dara algo de sí esta cumbre? Y si se produce esa ruptura que ahora se cuenta ¿Qué consecuencias tendrá?

De mientras Trump alababa al gordito dictador en Hanoi, en Washington su exabogado Michael Cohen rajaba de lo lindo ante el Congreso, calificando a su anterior cliente de racista, estafador y mentiroso, lo que es sabido por todos, pero relevante si así lo dice un estrecho excolaborador. Cohen presentó pruebas sobre la compra del silencio por parte de Trump a antiguos escarceos, como el de Stormy Daniels, y no pudo afirmarlo, pero cree en la posible connivencia entre su antiguo jefe y los servicios secretos rusos. Si las cabezas nucleares norcoreanas son difíciles de desactivar, la onda expansiva de Cohen puede ser directamente irrefrenable. Pensarán los apocalípticos religiosos que cuánto mal ha hecho EEUU para tener al castigo de Trump como presidente y ser él el que encarne su presencia en el mundo.

miércoles, febrero 27, 2019

Brexit, capítulo 9.328


Se me antoja que existe un paralelismo entre el dilema catalán en España y el brexit en Reino Unido. Más allá de la complejidad e importancia de ambos problemas, suponen un sumidero de energías, esfuerzo y capacidad, que lo absorbe todo y deja extenuadas a ambas naciones. Los daños que ambos procesos van a provocar a nuestra y su sociedad pueden ser profundos y duraderos, ya lo son en gran medida, y se pueden acabar convirtiendo en problemas crónicos con los que habrá que acostumbrarse a vivir, llegando a olvidar en parte aquellos tiempos en los que ese dolor, tan instalado, no existía, o no mostraba toda su fiereza. ¿Nos convertiremos en naciones permanentemente heridas? No lo descarten.

En el caos del Brexit poco se ve en claro con el paso de los días, y la cercanía cada vez mayor del límite del 29 de marzo, fecha en la que se ejecutará la salida, haya acuerdo o no, si nos e solicita una prórroga por parte de Reino Unido. La frase anterior define las alternativas que tenemos, tanto si pedir una prórroga o no o llegar al final con acuerdo o sin él. Los movimientos de May y del ala de diputados que la respalda parecen converger estos días a la solución de prórroga dado que no hay acuerdo, para evitar una salida sin acuerdo. May parece estar jugando al juego de la gallina para confrontar a los diputados, los suyos, los suyos no suyos, y los que no son suyos, ante un escenario de ruptura brusca y que se genere una mayoría parlamentaria que vote para pedir el aplazamiento. La división en el parlamento británico es total se mire por donde se mire, pero sí parece existir un mínimo de consenso sobre el rechazo a un Brexit duro sin acuerdo, postura defendida por los ultramontanos del Brexit que viven entre los conservadores, que no se muy bien que pretenden “conservar” con su actitud. Ganar tiempo con, pongamos, un aplazamiento de tres meses, hasta junio, ¿serviría de algo? Es una buena pregunta ante la que no tengo respuestas. En teoría no parece sencillo arreglar en tres meses de prórroga lo que no se ha podido remediar en meses de discusiones, y el gran problema que subyace a la salida, la situación de Irlanda del norte, sigue empantanado. De hecho el acuerdo ratificado entre May y Juncker y que fue rechazado por el parlamento británico resuelve ese dilema con una moratoria, es decir, un tiempo extenso para acordar realmente cómo gestionar esa frontera y las implicaciones políticas y económicas que se pueden producir a ambos lados. Es decir, un “ya lo veremos” para desatascar el asunto. Una de las novedades que se va a producir en este periodo de meses que van de marzo a junio son las elecciones europeas de mayo, en las que, de momento, Reino Unido ya no vota, y la creación de una nueva comisión europea, en la que Juncker y su equipo ya no estarán presentes. ¿Favorece o perjudica eso a alguna de las partes negociadoras? No lo se, pero es probable que tenga efectos. Otra cuestión interesante, si se produce ese aplazamiento, es la posición de la propia May. Los conservadores duros, los que con su actitud parecen buscar no conservar nada, ya empiezan a acusarla directamente de traición por buscar el aplazamiento. Argumentan que es un subterfugio para no ejecutar el mandato del referéndum y que, en el fondo, May busca no salir, con lo que viola el voto popular y se une a las huestes de los que piden un segundo referéndum. No está May a favor de esta segunda consulta, al menos a día y hora de hoy, pero sí está claro que la primera ministra sabe el desastre que supondría para Reino Unido una salida a las bravas sin acuerdo alguno, y no lo quiere. El peso de esa facción dura dentro de los conservadores se mantiene estable en el tiempo, peo su furibundia va a más y, con su poder mediático, monopolizan gran parte del debate social en el país, lo que les da una enorme influencia. Su actitud es muy lesiva, sobre todo, para los intereses del país que dicen defender, pero eso es algo cada vez más habitual entre los grupos extremistas que, envueltos en banderas, no hacen otra cosa que mancillarlas.

Y en frente a May se encuentra un partido laborista sumido en un caos muy simétrico al de los conservadores. No está claro que Corbyn sea el líder más incompetente y sectario de los que han pasado por ese partido, pero apunta maneras para hacerse con el nombramiento. Varios son ya los diputados de su partido que se han pasado al mixto, acusando a Corbyn y su equipo de autoritario, desnortado, antisemita y otras lindezas por el estilo, que tienen respaldo en manifestaciones y actitudes de un dirigente de partido mucho más preocupado por su propia supervivencia que por cualquier otra cosa. Imagino a la Reina den Buckingham agotando todas las provisiones de Beefeater en cada desayuno sin saber dónde se ha escondido la flema y raciocinio británico. Desde luego brillan por su ausencia.

martes, febrero 26, 2019

Pablo Casado en TVE


Ayer Carlos Franganillo entrevistó en TVE a Pablo Casado a la misma hora a la que lo hizo a Pedro Sánchez hace una semana. Supongo que esto será suficiente para acallar el ruido de los que hace siete días clamaban en las redes en contra de la politización de TVE y el uso partidista de la misma por parte del gobierno y su partido. Vivimos épocas de fanatismo en las que las que se vuelcan odios viscerales a cada paso que se da. Ayer esos indignados estaban aplacados, pero tranquilos, que otros surgirían, porque como dice la bola de JotDown, en plan irónico, cualquier momento es buen para odiar, y cual excusa resulta válida. Qué agotador debe ser vivir así todo el día.

Casado llegó a la jefatura del PP hace pocos meses, y se le nota un alto grado de bisoñez en su comportamiento y declaraciones. Es normal. Es una persona muy joven que apenas ha tenido experiencia de gestión y de hacer frente a crisis y problemas serios. Está al frente de una maquinaria, la del PP, engrasada desde hace tiempo para comportarse electoralmente muy bien pero que adolece de problemas de fondo que, de momento, no ha sido capaz de afrontar. El PP en su conjunto no acaba de entender que la pérdida de votos y escaños que ha sufrido durante las últimas elecciones no se debió a su gestión, buena o mala, sino a los casos de corrupción que salpicaron esos años y a todos sus dirigentes. Era necesaria una renovación de los mismos, y de ahí surge Casado, un candidato no esperado tras el proceso de primarias del partido, donde dos mujeres eran las grandes aspirantes, y acabaron siendo derrotadas por él. Si el contexto electoral que vivimos fuera normal las posibilidades de victoria del PP, tras el proceso de renovación, serían elevadas, pero nada es como era. La crisis catalana condiciona el día a día de la política, empantana al país en un bucle melancólico que ni Juaristi hubiera sido capaz de imaginar en toda su profundidad y ha alterado, de manera profunda, las pautas de voto y los actores políticos. Por primera vez a unas elecciones generales se presentan tres formaciones políticas que se disputan el electorado del centro derecha, y ambas van a sacar representación. El PP, que hasta hace no muchos años jugaba sólo en ese ámbito de ideas, tiene dos serios competidores. Por un lado Ciudadanos, que ya le arrasó en la propia Cataluña, donde nació, y que ha jugado a la transversalidad para arañar votos desde una posición de centro. Por otro lado Vox, escisión de personas provenientes del PP de toda la vida, que representa el discurso de extrema derecha que tanto éxito tiene en otras naciones europeas en nuestros días y es alentado (y financiado) por redes en las que participan sujetos como Steve Bannon o Putin. Vox va a ser la no sorpresa electoral de abril, porque la duda es cuántos escaños va a sacar, no si lo hará o no, y todos esos escaños antaño estaban cobijados bajo un PP moderado, que era votado por algunos de los actuales votantes de Vox con pinzas en la nariz ante la ausencia de alternativa. Comido por todas partes, el PP y Casado se enfrentan a unas elecciones que pueden ser para ellos muy lesivas en votos y escaños y, paradójicamente, muy efectivas en el acceso al poder si la suma de las tres formaciones alcanza los míticos 176 escaños de la mayoría absoluta. Pero sabe el PP, lo sabemos todos, que la división del voto resta, que la asignación de escaños puede ser muy cruel ante la existencia de muchas listas, que en la izquierda se está produciendo un reagrupamiento de voto en torno al PSOE vista la debacle de Podemos, y que el PP debe conseguir no perder votos para mantener las opciones de victoria coaligad. Por eso fueron dos los grandes ejes de su discurso de ayer. El enfrentamiento con Pedro Sánchez, como figura maligna necesaria para movilizar al voto, y el del voto útil, el del PP como el lugar en el que ese voto de descontentos, enfadados y temerosos del sanchismo deben acudir para conseguir su objetivo. En este sentido la campaña del PP es más bien a la defensiva, a tratar de minimizar las pérdidas de sufragios que, saben, se van a ir a otras formaciones políticas.

¿Es Casado el mejor líder para conseguir este objetivo? Su bisoñez es un problema, y sus declaraciones, cambiantes y dominadas por la necesidad de generar impacto, incurren en contradicciones y titulares gruesos que le acaban dejando en mal lugar. Frente a una Soraya Saénz de Santamaría, que poseía experiencia y no generaba rechazo en el votante moderado, Casado ha optado por implantar una línea dura y “sin complejos” que le puede cercenar el mercado político mucho más de lo que cree. Es un error, a mi entender, aproximar al PP a los postulados de Vox, porque siempre, entre originales y copias, la gente vota a los originales y los extremistas que se han unido a la moda Abascal no van a votar a Casado. Se encuentra, por tanto, a un reto al que el PP nunca se ha enfrentado, y no está claro cómo va a salir de ahí.

lunes, febrero 25, 2019

Green Book gana en la noche de Roma


Venía con malos augurios la gala de los Oscar de este año. Decisiones erróneas de la academia, como la de entregar algunos premios en los intermedios publicitarios, que finalmente se rectificaron, han sido el colofón a una ceremonia sin presentador ni grandes títulos, en lo que hace a promoción y taquillaje. Las películas de este año se pueden considerar menores, si nos fijamos en sus presupuestos y taquillas. El año pasado tocó fondo la audiencia de este espectáculo, y aún es pronto para saber cómo se ha comportado el público televisivo esta noche, pero Hollywood necesita que el espectáculo remonte. Vive de ello. ¿Lo conseguirá? Está por ver.

Ya empiezo mal mi comentario de los Oscar si les digo que no he visto Green Book, la que al final se ha llevado el premio a la mejor cinta del año. Vi su tráiler hace unas semanas y me llamó a medias, pero me dio la sensación de que el avance de la cinta ya contaba casi todo lo que pasaba en ella, por lo que la consideré prescindible. A nueve euros la entrada en la sala hay que ponerse exquisito, no queda otra. La película, que cuenta una historia en el marco del racismo de la américa sureña de los años sesenta, ha sido calificada por algunos como una versión de “Paseando a Miss Daisy” con Viggo Mortensen como chófer, y pese a que ha recibido algunos galardones a lo largo del año, no estaba entre las favoritas de las quinielas, que se decantaban claramente por dos cintas; La favorita, que no he visto, y Roma, que sí. La primera, con un reparto protagonista casi exclusivamente femenino, se ha llevado el premio a la mejor actriz por el papel encarnado por Olivia Colman, de la que poco puedo contarles. Roma ha sido, casi, la ganadora de la noche. Se ha llevado tres estatuillas de primera división. Mejor película extranjera (muy salomónica la academia en el reparto de la mejor película propia y ajena) mejor fotografía y mejor dirección, lo que ha permitido que Alfonso Cuarón vuelva a subir al escenario de los Oscar a recoger un premio que ya alcanzó en 2013 con Gravity. Sí he visto Roma, la película de mayor polémica en esta edición, y se la recomiendo encarecidamente, pero no corran al cine a verla porque probablemente sea una carrera infructuosa. El Oscar de Cuarón es el primero que recibe un producto creado por una plataforma de distribución online, en este caso la omnipresente Netflix, lo que sin duda marca un antes y un después en la industria del cine, y fíjense que digo industria y no arte, porque para disfrutar del producto da bastante igual cómo se haya elaborado, pero para los que trabajan en ese mundo no tienen nada que ver la estructura de productoras y estudios que ha existido durante décadas frente al surgimiento de estas plataformas, que tienen en internet y la televisión a la carta su forma de ser y existir. Roma ha sido estrenada en muy pocos cines, con el único objeto de cumplir el requisito legal de que alguno la proyecte para ser considerada “película” y por tanto optar a premios en festivales y galas como las de anoche. Desde el momento de su estreno se puede ver sin freno y límite en su plataforma, y en Madrid, por ejemplo, sólo un cine, los Verdi de VOS de la calle Bravo Murillo, la emite. Ahí es donde la vi, porque empiezo a ser uno de esos raros que no tiene contratada plataforma alguna de streaming. La película es buena, dura, seria, contiene belleza, imágenes poderosas, interpretaciones certeras, y retrata un México duro, clasista hasta el extremo, de sociedades de ricos y pobres que viven juntos pero separados por barreras tan difusas como inviolables. Retrata la historia de una familia en la que uno de los hijos pequeños es el propio Cuarón, vista desde la óptica de una de las criadas de la casa (Yalitza Aparicio borda su papel), que se desvive por ellos, trabajando sin cesar. Merece mucho la pena verla, aunque lo que cuenta, en el fondo, no es nada disfrutable.

Cuando se produjo su estreno, Roma fue rechazada por algunos festivales y premiada por otros, en una nueva prueba de cómo la tecnología y las empresas que de ella han surgido está cambiando los patrones con los que se ha creado el mundo en el que nos desenvolvemos. El Oscar a Cuarón es un respaldo de Hollywood a estos nuevos actores, a esas plataformas, en un mensaje que parece decir “llevémonos bien para que el negocio sea bueno para todos”. Parecen asumir las productoras, las creadoras del negocio, que su mercado está cambiando y que empiezan a perder el monopolio de la creación y distribución de su producto. Es, si se fijan, una reedición del combate entre taxis y plataformas VTC, sólo que en este caso los actores clásicos parecen ser bastante más listos que los que viven de la bajada de bandera. Y es que lo importante es contar historias interesantes, y contarlas bien. El formato es lo de menos.

viernes, febrero 22, 2019

Auster, la música del azar


Ayer. Deposité las pocas cosas que llevaba en la cesta de la compra en la caja del supermercado para pagarlas, mirándolas con cierto tono de vergüenza, el mismo que me asalta cada semana cuando hago un gesto semejante uy es casi lo mismo y escaso lo que contemplo en la cinta que avanza hacia el lector óptico para ser cobrado. La cajera me peguntó si necesitaba bolsa y le dije que no. Me fui al extremo de la caja, donde dejé el gordo libro, pese a ser de bolsillo, que llevaba encima, y me dispuse a ir cogiendo los enseres y meterlos en las dos bolsas que llevaba encima, repartiéndolos entre ellas para que ninguna pese demasiado y sean manejables por mis enclenques brazos.

De mientras pasaba los artículos por el lector, la cajera se fijó en el libro que había depositado en una esquina y me preguntó que qué tal estaba. Es un ejemplar de 4 3 2 1, la última novela de Paul Auster, una vuelta de tuerca hasta el extremo de las obsesiones del autor por el azar y los cambios en la vida. Mucho más grande que sus anteriores trabajos, y muchísimo más enrevesada, se disfruta pero exige al lector una alta atención. Eso es más o menos lo que le conté a la chica mientras metía cosas en las bolsas y ella facturaba a una velocidad aún mayor  de lo que operaba el procesador de la caja. Joven, veintimuypocos años, voz agradable y normal, coleta, me dijo que Auster era un escritor que le gustaba mucho y que las cuatro o cinco novelas suyas que había leído le encantaron. Comentamos algunas de ellas, tanto de las primeras (la música del azar, el libro de las ilusiones, Leviatán) como de las últimas (Sunset Park, Brooklyn Folies) y ambos coincidimos en que era divertido entrar en el juego que el escritor neoyorkino plantea al lector, que se arriesga a introducirse en una trama en la que, de repente, suceden cosas no previstas que alteran el rumbo de los personajes, del rumbo que ellos habían trazado para sus vidas y del rumbo que el lector preveía que siguieran en las páginas siguientes. De mientras depositaba la tarjeta en el lector de contacto y unos pocos euros me eran retirados, como por arte de magia, de mi cuenta, y el intercambio económico terminaba, le comenté que Auster está muy marcado por un episodio que sucedió cuando era pequeño, en una excursión en la que una gran tormenta le pilló a él y a unos amigos que estaban en el campo. Buscaron refugio, pero quiso la mala casualidad que uno de ellos muriera por el impacto de un rayo, hecho poco frecuente, pero no tan inverosímil como pudiera parecer, y que es visto en todas las culturas como paradigma de lo aleatorio. Auster vivió la escena y salió indemne, pero se grabó en su cabeza no sólo la fragilidad de la vida que poseemos cada uno, que en un momento dado puede desaparecer sin que seamos conscientes de ello, sino sobre todo lo insignificantes que somos frente a la realidad que nos rodea, que pensamos ingenuamente que controlamos, que dirigimos, y no hacemos nada más que engañarnos en todo momento para no admitir que es justo lo contrario. Que, como copos de nieve, es la realidad la que nos moldea y arroja al mundo, la que en cada momento nos condiciona, y ante ella respondemos en la creencia de que nuestros deseos y razones nos guían, cuando muchas veces lo único que hacen es inventar las perfectas excusas que justifiquen el por qué nos hemos comportado de una manera dada, imprevista, ante sucesos que no hubiéramos sido capaces de imaginar que iban a suceder en nuestro devenir. El episodio del rayo y la tormenta figura en esta última novela que, de manera muy retorcida, es una autobiografía del escritor en la que parece querer contar lo que le ha sucedido a él y, también, lo que le hubiera podido pasar si no hubiese actuado como lo hizo en ciertos puntos de la vida. Es un libro muy autorreferencial en la obra de Auster, casi una explotación hasta el extremo de sus recursos, y siempre con una narrativa fluida y aparentemente sencilla, pero trabajada hasta el extremo.

Recogí mis bolsas mientras contaba cosas como estas y la chica me dijo que este año intentaría el asalto a esta novela, de casi mil páginas, que impone por volumen. Estaba muy de acuerdo con lo que le había comentado y compartía la idea de que el azar era, en gran parte, el motor de nuestras vidas. Le di las gracias por el trabajo bien hecho, nos dijimos adiós y me fui mientras la montaña de productos de un cliente con un pedido normal iba ocupando el espacio que yo dejaba. Y al salir del supermercado pensé en la gracia que le haría a Auster que una de sus novelas, y su estilo y forma de ver la vida fueran el centro de una conversación en el proceso de pago de cuatro cosas en la caja de una tienda sita a miles de kilómetros de su casa y vida. Y es que cuando un escritor arroja un texto, los lectores lo hacen vivir. Y la vida, ya saben, azar, es.

jueves, febrero 21, 2019

Matar a un ruiseñor en, pongamos, Cataluña


Ayer La 2, dentro de su sección de cine clásico de los miércoles, echó “Matar a un ruiseñor” excelente película basada en el homónimo libro de Harper Lee, que casi nada más escribió en su vida. Cuenta una historia que sucede en el profundo sur de EEUU en los depresivos años treinta, vistas por los ojos de Scout, la hija del protagonista, en la que no cuesta imaginar a la propia Lee en sus años juveniles. Atticus, el padre, su hermano Jem y otros lugareños son los protagonistas de un relato de juicio, culpabilidad, inocencia, maduración y amor fraternal que se puede ver una y mil veces.

Son muchas y de todo tipo las lecciones que encierra esta película, pero quiero hoy quedarme con una de ellas en el marco de lo que estamos oyendo en las declaraciones de algunos de los encausados en el juicio del procés que se celebra en el Supremo. En un contexto de racismo exacerbado, Atticus acepta ser el defensor de Tom Robinson, un negro acusado de haber pegado y abusado de una joven con una cierta deficiencia, hija de un padre violento y racista a más no poder. El juicio en el que Atticus desarrolla su papel de abogado es una de las piezas maestras de la película, pero más si me apuran son aquellas en las que se ve claramente como la ley, encarnada en ese abogado, en ese hombre bueno que no recurre a la violencia, es la única frontera que separa a los hombres del salvajismo. No son pocas las ocasiones en las que se reclama la justicia del pueblo para castigar al negro Tim, en el que el padre de la presunta agredida y algunos de sus amigos quieren tomarse la justicia por su cuenta y amenazan la integridad de Atticus y de aquellos que junto con él quieren un juicio justo para Tom. Si en esa localidad se hubiera hecho una consulta sobre lo que quisiera el pueblo para resolver ese caso no hay muchas dudas sobre el destino de Tom, probablemente colgado por una multitud de un árbol, otorgando un final brusco a la historia. Pero no es eso lo que sucede. Se desarrolla el juicio y Tom tiene una defensa justa. Por si no la han visto (qué hacen sin verla, dejen de leer estas tonterías y corran hacia su pantalla) no les cuento el desenlace, pero volveremos a ver a Atticus, en su debilidad, en su soledad, encarnando a la justicia, y enfrentándose a aquellos que, amparados en la masa y la violencia, tratan de imponer sus doctrinas. Algunos de los encausados en el procés o el mismo presidente de la Generalitat han declarado que la democracia o la expresión del pueblo está por encima de las leyes, y que ese derecho da amparo para no cumplirlas si así se considera conveniente. Ideas de este tipo, que suenan a libertarias y progresistas, suelen esconder habitualmente pensamientos reaccionarios, totalitarios, en los que una parte de la sociedad bues por encima de todo imponer su proyecto a todo el colectivo, y suele ser la ley, los Atticus de turno, los que se oponen, los que ofrecen el último muro de resistencia ante la presión de ese “pueblo” que los líderes dicen encarnar. En el País Vasco, durante décadas, los Atticus fueron, directamente, asesinados, por los que encarnaban la idea totalitaria de la sociedad, y ha costado décadas de sufrimiento y cientos de muertos llegar a una situación de mínima convivencia estable en al que la ley se impone y el delito se persigue, pese a que aún se jaleen los asesinatos y se admire a sus perpetradores en algunos sectores de la sociedad. El avance que se ha vivido en Euskadi en estos años es innegable, aún insuficiente, pero va en el buen camino. Justo al revés es el recorrido que se vive en Cataluña, donde la idea de violentar la ley en nombre de un pueblo se ha abierto paso en una parte significativa de la sociedad, que entiende por ley sus deseos y nada más. El problema, que es de fondo, es grave.

Es el débil, el que no puede recurrir a la fuerza, el que más necesita que la violencia sea sometida por la ley. En los colegios se busca proteger a los enclenques de los matones, y así debiera ser en toda colectividad. Esa esa pulsión entre la violencia desatada y el orden legal es una de las constantes en muchas películas del oeste, que narran en el fondo la creación de una sociedad partiendo del salvajismo y la ley del más fuerte. Atticus, modelo de integridad admirado durante generaciones, enseña estas y otras muchas lecciones a sus hijos en un ambiente que ellos, poco a poco, descubren que es más hostil de lo que la infantil visión de la vida hace creer. Pero también descubrirán que personas que parecen malvadas no lo son cuando se les conoce. Sí, vean esta excelente película, si tiene hijos, con ellos, y háganse preguntas sobre lo que les cuenta.

miércoles, febrero 20, 2019

Munich y el desgobierno local


El fin de semana pasado tuvo lugar la conferencia de Munich, encuentro que, en la capital bávara, reúne a dirigentes políticos de medio mundo con el tema de la seguridad y la geoestrategia como centro de todos los debates y ponencias. Es un foro técnico y de tamaño medio, pero que en los últimos años ha ido creciendo en atención mediática y en capacidad de convocatoria de altos cargos internacionales. Se le considera el “Davos” de las relaciones internacionales, pero se mantiene alejado de la parafernalia que acompaña a la reunión de la montaña mágica suiza. Pese a ello, cada vez son más las noticias que surgen de este encuentro y las anécdotas que en él se protagonizan. Y de un tiempo a esta parte, los desencuentros que allí se manifiestan.

Y es que sí, estamos en una era turbulenta en la que las relaciones internacionales globales caminan a un cada vez mayor desorden. Las reglas que el mundo se dio a sí mismo tras el final de la Segunda Guerra mundial, que son las que han regido nuestra existencia, ya no funcionan, y poco a poco pierden fuerza ante un cambio de sociedades y poderes que no se tuvieron en cuenta en aquel momento. El papel hiperglobal de EEUU se mantiene, pero su hegemonía ya no es tan absoluta, y un nuevo rival, China, ha emergido en el horizonte y crece a pasos agigantados, reclamando poco a poco el poder que su peso específico le confiere. Antiguos poderes como Rusia decaen, pero lo hacen de manera revoltosa, poniendo zancadillas a su alrededor y alterando en lo posible la convivencia de países vecinos, en una actitud que demuestra, más que la fuerza de esa nación, el miedo a asumir su decadencia. Vínculos internacionales que se creían sólidos y casi eternos se debilitan a marchas forzadas sin que sepamos muy bien cómo replantearlos. El caso de la alianza trasatlántica entre el mundo anglosajón y Europa es un claro ejemplo de esto. Los EEUU, dirigidos de manera caótica por un Trump que ni siente ni padece, rompen amarras con el resto del mundo y, por primera vez en muchas décadas, se muestran como un socio poco fiable, como una fuente de problemas más que de soluciones. El caso de Reino Unido es una versión a escala de este problema, con una actitud de fuga ante sus socios europeos que refleja la profunda división de su sociedad y la no asunción de la pérdida efectiva de poder de lo que antaño fue un imperio, y hoy sólo es recuerdo. Los países europeos, como dice el dicho, se dividen entre aquellos que saben que son muy pequeños en el mundo global y los que aún no son conscientes de ello, y Reino Unido no acaba de asumir su pequeñez ante el panorama internacional. Las oleadas de populismo, uno de los frutos más indeseables de la crisis económica de 2008, han hecho mella en la confianza mutua de las naciones, y los organismos globales se las ven y desean para si quiera juntar a todos los actores importantes de cada uno de los temas en un mismo foto global. El crecimiento de los problemas que afectan a todo el mundo y exigen soluciones coordinadas es cada vez mayor en un contexto, cruel paradoja, de más división y recelo. Cuestiones como el cambio climático, el envejecimiento de la población, la regulación económica global, el surgimiento y gestión de la IA, la privacidad y otros temas de enorme calado no pueden ser resueltos por una sola nación, ni siquiera por un grupo de ellas, sino por una actitud coordinada que diseñe estrategias adecuadas y calcule y reparta costes y beneficios. Visto el panorama actual podemos sentarnos a esperar, en un sofá muy cómodo, a que surja de los principales países una voluntad de consenso y cooperación. Y mientras eso ocurre, las reglas conocidas, algunas todavía operantes, otras obsoletas, empiezan a amenazar ruina y pueden decaer sin que sus repuestos se hayan puesto en marcha. Como muchas otras cosas, el orden global es algo que se nota cuando deja de funcionar, y se ven entonces los costes de haberlo perdido.

Circula un vídeo de este fin de semana en Munich en el que Merkel clama a favor del comercio global, en contra del proteccionismo, admite que los coches alemanes son muy buenos, lo que no ve como algo negativo, y señala que una de las mayores plantas de montaje de los mismos está en EEUU, y que de allí se exportan a otros países, creando empleos en esa América que vota a Trump. Su intervención es recibida con risas y aplausos. La cámara enfoca al auditorio en el que, junto a Borrell, vemos a una Ivanka Trump que ni ríe ni muestra reacción alguna ante las palabras de la canciller, porque lleva mal puesto el auricular y no puede escuchar la traducción simultánea de las palabras dichas en alemán. Como imagen de desunión global, pocas me parecen mejores.

martes, febrero 19, 2019

Pedro Sánchez en TVE

Ya lo siento, pero desde hace un tiempo, y hasta finales de mayo, todo lo que veamos u oigamos que provenga de políticos será sólo campaña electoral, propaganda pura y dura, maniqueo discurso en el que se tratará de movilizar a los propios y atacar con saña al resto. No esperen verdades, sinceridades, abiertos mensajes de sincera concordia ni nada por el estilo. Para un político una campaña electoral es el terreno perfecto para la marrullería, el vicio, la lucha sin cuartel, en el que no importa lo que se diga sino el efecto en votos que eso produzca. Normalmente los medios de quien ocupa el poder son superiores y sus campañas suelen ser más intensas, y ayer vimos un buen ejemplo de esto último.

La entrevista que concedió Sánchez en TVE debe verse, por tanto, como la puesta en escena ante los grandes medios de la campaña del PSOE, de la reelección de Sánchez para un nuevo mandato, esta vez con respaldo de las urnas. Pocas novedades dejó en la entrevista el candidato que no se supieran, salvo la admisión, por si quedaban dudas, de que no se cierra a pactar con los independentistas de cara al escenario posterior al 28 de abril. Tratando de defender en todo momento lo que ha hecho en sus ocho meses de presidencia, y denunciando lo que no le han dejado hacer, la táctica del PSOE tiene dos pilares muy claros. Uno es el de presentar a ese partido como ejemplo de centralidad, como un Jesús redimido que se encuentra entre dos ladrones, el independentismo y la derecha, en un símil forzado y ajeno a la realidad, porque cierto es que hay dos extremos, que son los independentistas y los exaltados, de derechas e izquierdas, pero el juego de Sánchez pasa por considerar escorado hacia el infinito a todo aquel que no comparta sus ideas. El otro eje de la campaña es el miedo a las derechas, a esta trifálica a la que se refirió la Ministra de Justicia Dolores Delgado, en una expresión de la que un buen freudiano sería capaz de sacar oro. Ese miedo obliga al votante de izquierdas a movilizarse y, sobre todo, a ejercer un voto útil al PSOE y dejarse de experimentos podemitas. Ansía Sánchez con fagocitar la mayor parte del voto que ahora tiene una etiqueta morada, mucho del cual provino del desencantados socialistas, y teme Sánchez que pueda darse la paradoja de que Podemos se derrumbe no tanto en votos pero sí en escaños, haciendo que la suma combinada de ambos crezca, pero no lo suficiente, por lo que un mejor resultado del PSOE que el actual de 84 diputados, algo que vaticinan todas las encuestas, puede no servir de mucho. Estas dos grandes ideas dieron vueltas y vueltas en el discurso entrevista de anoche, en el que Sánchez demostró nuevamente lo que se gusta a sí mismo como presidente del gobierno, lo que se cree en ese papel y lo cómodo que estaría si este fuera un sistema presidencialista, que no lo es. Escurrió balones fuera ante problemas que le fueron planteados a lo largo de la sesión y, aunque se fue poniendo más nervioso a medida que avanzaba el tiempo y cometió algunos errores de frases y vocablos, transmitió una imagen templada y con ganas de salir a por la victoria, cosa que todo candidato debe hace cuando se presenta a unos comicios. ¿Logró transmitir sus mensajes y alentar a los suyos? Pudiera ser, porque el rechazo que suscita la figura de Sánchez entre los opositores es tal que resulta ingenuo pensar en el posible trasvase o captación de voto no de izquierdas. En algunos momentos me fijaba en su mirada, que parecía querer decir cosas distintas a las que expresaban sus palabras. En estos meses hemos visto un Sánchez que a todo el mundo le ha dicho lo que quería oír y luego ha hecho lo que le ha dado la gana. ¿Cuál veremos en campaña? ¿el “solamente Pedro” de antes de llegar a la Moncloa o el presidente transformado?. No lo se. Quién lo sabe.

Un apunte para Carlos Franganillo, el entrevistador. Creo que ayer fue, si no me equivoco, su primera gran entrevista, e hizo un buen papel. Entre el adulador que deja a su jefe dictar el discurso (era un entrevista en TVE al que manda allí) y el interruptor faltón formato Ana Pastor, Franganillo optó por un estilo serio, riguroso, suave, pero con repreguntas, sacando temas espinosos como el de la purga a los socialistas enfadados por el tema del lamentable relator, y actuó como un periodista honesto y con interés en sacar algo de verdad de un acto que estaba diseñado para otra cosa. Su trabajo fue muy correcto y es una muestra más de la sólida trayectoria de un profesional que, en su etapa de corresponsal y como presentador de telediarios, muestra un buen hacer y un intento de objetividad que le honra.

lunes, febrero 18, 2019

Antonio César Fernández, misionero, asesinado


¿Conocían ustedes de algo a Antonio César Fernández? ¿Le sonaba su nombre o rostro? ¿Sabían a qué se dedicaba? ¿Habían oído hablar alguna vez de su trabajo y de los frutos que da? ¿Sabían que se encontraba en Burkina Faso, en plena África Central? Antes que nada, ¿cuántos de nosotros sabemos dónde está Burkina Faso? ¿Y lo que allí sucede? Hay veces en las que la noticia que nos llega está tan desubicada respecto a la experiencia vital de nuestro día a día que el impacto que genera es prácticamente nulo. Y en muchas de esas ocasiones es pura injusticia lo que hacemos al ignorar esa noticia, que muchas veces esconde problemas reales, enormes, y actitudes humanas que, en su bondad y maldad, extremas, nos hacen cuestionarnos todo.

Antonio César Fernández era un misionero salesiano, del que nada sabía yo hasta que este fin de semana vi la noticia que ha protagonizado en la prensa, en páginas no muy destacadas, y en los telediarios, en los momentos esos de relleno que empiezan a partir del minuto veinte veinticinco, que son tratados a toda velocidad y sin detenimiento, y que a veces incluso se narran con una musiquilla de fondo para que su duración parezca aún más breve. Antonio César Fernández tenía 72 años de edad, una edad a la que muchos se dedican al paseo y al inicio de la contemplación de los años restantes con una mezcla de inquietud, desgana y curiosidad, con el cansancio acumulado de la vida transcurrida, mejor o peor según haya sido. Él no estaba jubilado, sino que seguía trabajando día a día. No precisamente cerca de su casa, el cordobés municipio de Pozoblanco, sino en Burkina Faso, uno de esos países de África que nos suenan remotamente, que no somos capaces de situar en mapa alguno y de los que acertaremos si decimos que sufren violencia y pobreza, pero casi seguro que nada más somos capaces de aportar cuando nos pregunten por él. Antonio César Fernández era misionero salesiano. Ordenado hace muchos años, su vida eran las misiones, y allí se encontraba, allí donde él se encontraba a sí mismo, lejos de casa, de lo conocido y lo seguro, trabajando sin descanso por unas personas a las que nadie, casi nadie, excepto locos como Antonio, les importa. En las misiones, oculto a los ojos de la sociedad de la que partió y que hace mucho que olvidó su existencia, Antonio se desvivía por aquellos que, entre los más necesitados, lo son mucho más. Países y sociedades desgarrados por la violencia, la pobreza y el absoluto olvido. En las misiones Antonio y sus compañeros enseñarían la palabra de Dios, sí, y también desarrollarían todo lo que fuera necesario, trabajando como médicos, asistentes, ingenieros, maestros, divulgadores, agricultores, hombres del tiempo, organizadores, cuidadores infantiles, y piensen cientos y cientos de profesiones más. Sin ingresos, sin derechos, sin horarios, sin desconexiones. A una edad en la que casi todo el mundo ya no hace nada, y que empieza a ser arrinconado por la sociedad propia, obsesa por esa juventud eterna tan apasionante como falsa, Antonio se desvivía a los 72 años por una comunidad sita en Uagadugú, un lugar en el que sólo GoogleEatrh me puede decir dónde está, porque nada de mi existencia o conocimiento previo es capaz de ayudarme si quiera a situarme. Ahí volvía Antonio desde Lomé, en Togo, cuando un comando yihadista se cruzó en su camino y le mató a tiros. Los terroristas quizás buscaban misioneros, en su lucha contra todo lo que no sea la fe verdadera del islam, que corrompen a cada paso que dan en su fanatismo. O no, les daba igual si era religioso o no, si era occidental o no, si era de allí o no. Lo mataron, de tres disparos, y acabaron con la vida de Antonio, que en 1982 llegó a África y que este sábado, en 2019, murió dejando su sangre en aquella remota y olvidada tierra.

A diario los informativos abren sus ediciones con casos de corrupción y pederastia en la iglesia, con las denuncias de abusos y delitos, continuados a veces, ocultados casi siempre. Es normal que así sea, y que estas conductas, viles, se aireen y sean castigados como es debido los culpables de esos crímenes. Pero qué poco se dice, apenas nada, de aquellos sacrificados que, en nombre de su fe, dan la vida por otros, y que han abierto el camino a organizaciones civiles no gubernamentales, que siguen sus pasos. La única arma que poseía Antonio era su creencia en un Dios de amor y la entrega que esta fe le obligaba a profesar a los demás. Su muerte ha sido poco más de un breve en las noticias. Su vida, un monumento de entrega y sacrificio, seguirá oculta para todos nosotros. Pero sus actos, buenos, y su testimonio, verdadero, no habrán sido en vano.

viernes, febrero 15, 2019

Adiós, Opportunity


No hoy ambiente más hostil que el espacio exterior. Nada allí es compatible con la vida, y su exploración exige medidas extremas para garantizar la mera supervivencia de los astronautas. Las mismas máquinas y componentes sufren condiciones absurdas, extrañas, que obligan a testar todo una y mil veces y encarecen todos los proyectos. Las sondas que se mandan en la exploración de otros mundos no pueden usar la tecnología más moderna que usamos aquí en nuestro día a día porque no está aún diseñada la protección que la haga viable en esos ambientes. Son rudas, bastas en ciertos aspectos, pero hechas para sobrevivir. A veces logran superar su esperanza vital y, en ocasiones, se convierten en maravillas que siguen vivas mucho más allá de lo que nadie imaginó.

Tras el éxito científico y mediático de la misión Pathfinder, la primera que puso un pequeño rover en Marte, del tamaño de un microondas, la NASA diseño una misión con dos vehículos mucho más grandes y potentes. En 2004 Spirit y Opportunity, los nombres que finalmente recibieron esos vehículos, llegaron a Marte. Su misión era explorar las zonas en las que aterrizaron en busca de rastros de pasados cauces fluviales, cosa que lograron. Con un peso cercano a los doscientos kilos cada una, eran las sondas móviles más complejas jamás lanzadas a aquel planeta, y su duración estimada era de unos noventa días marcianos, lo que supone unos noventa y tres días terrestres más o menos. Alimentadas por placas solares, poseedoras de baterías que les permitían funcionar, o al menos mantener los sistemas encendidos durante la noche marciana, ambas sondas duraron mucho más de lo que nadie pudo imaginar. Spirit se mantuvo operativa hasta el año 2011, siete años de vida útil desde su puesta en marcha, lo que tenía asombrados a los responsables de su misión. Su baja se vivió como una gran pérdida pero, como en esas películas del mar en la que se rinde tributo en la cofia al cadáver que va a ser arrojado al agua, con sentido agradecimiento. No consta que el gemelo de la misión, Opportunity, sintiera pena por la marcha de su compañero, y quizás por eso, por ser una máquina, siguió trabajando sin descanso. Con un rendimiento decreciente por el deterioro de la maquinaria, pero con una capacidad fuera de toda lógica, el robot siguió su deambular por la superficie marciana explorando cráteres y dando a su equipo en la Tierra información de primer nivel sobre la geología marciana y, también, mucho más trabajo de lo que nadie hubiera sido capaz de imaginar. El envío de nuevas sondas marcianas y robot, como el Curiosity, que es mucho más grande que los dos gemelos comentados, no condenó a la obsolescencia al infatigable trabajador marciano, que año tras años seguía ahí, impasible y sin querer jubilarse. El año pasado una enorme tormenta de polvo, de varias semanas de duración, azotó la zona en la que Opportunity estaba trabajando. Los técnicos de la NASA percibieron que el peligro para el robot era máximo, y trataron de que entrase en un modo ahorro lo más intenso posible para intentar sobrevivir a largas semanas en las que sus paneles solares no iban a poder captar luz del Sol alguna. La tormenta duró más de lo esperado, fue más virulenta de lo normal y se convirtió en un fenómeno espectacular desde la óptica de la meteorología marciana, condicionando el envío de las misiones que amartizaron en 2018. Tras el paso de la tormenta se ha tratado sin descanso de contactar con Opportinuty, pero no se ha logrado respuesta alguna. Puede que la sonda haya quedado medioenterrada en el polvo, que sus baterías se hayan descargado del todo, que el intenso frío haya congelado sistemas vitales que los calefactores del equipo no han logrado reanimar. No se sabe exactamente qué ha sucedido,

Como bien cuenta Daniel Marín en su artículo de homenaje a esta tenaz maravilla, quizás una futura misión humana llegue hasta donde yace Opportunity y logre rescatarlo. Quién sabe si reanimarlo, pero en todo caso poder tocarlo y darle “en persona” las gracias por lo que durante todos estos años ha proporcionado a la ciencia e investigación espacial. Ya puestos, soñemos que dentro de algunos siglos haya una ciudad marciana llamada Opportunity, y que uno de los edificios que la compongan sea un museo de homenaje a esa sonda, y que los viajeros que provengan de la ciudad de Spirit, su ciudad gemela sita a miles de kilómetros, tengan en ese lugar una de las principales atracciones turísticas del planeta. “He ahí la sonda que más sobrevivió sobre la superficie de Marte” Y Opportunity, en el centro de su museo marciano.

jueves, febrero 14, 2019

Adiós presupuestos, hola elecciones


Al final ayer los presupuestos de Sánchez cayeron en el Congreso. Los independentistas no retiraron sus enmiendas a la totalidad y su voto, con el de PP y Ciudadanos, acabó con cuentas socialistas antes de que empezaran si quiera a ser tramitadas. No hubo sorpresa ni retirada de los faroles lanzados por unos y otros, ejecutándose el primero de ellos (el rechazo independentista a Sánchez) y quedando en el aire la posibilidad del segundo, la convocatoria anticipada de elecciones. Esa decisión sólo le corresponde al presidente del gobierno, pero tras la puesta de largo ayer de su estrepitosa minoría parlamentaria adelantar las elecciones parece un imperativo moral. Cada día que el gobierno aguante es una agonía con poco sentido.

Anuncia hoy el diario.es como segura la fecha del 28 de abril para las elecciones, último domingo de ese mes y primero tras la Semana Santa. Puede que sí, esto sea lo más probable, pero acostumbrados como ya nos tiene Sánchez al ejercicio del funambulismo y la sorpresa no es descartable cualquier otra opción. Cuenta él con la ventaja del ajedrez de decidir cuándo y qué movimiento ejecutar, pero visto con perspectiva no queda nada claro cuál es la mejor de las opciones que tiene sobre la mesa, o la menos mala. Los barones de su partido, que tienen el examen electoral a finales de mayo, de manera inaplazable, no verían nada bien que Sánchez optase por el superdomingo electoral, juntando todas las elecciones ese día. Sería un ahorro de costes y pesadas campañas electorales el hacerlo todo a la vez, a riesgo de desvirtuar el resultado y la visibilidad de unas y otras elecciones, que quedarían inevitablemente vinculadas y enredadas. Convocar las generales en abril nos llevaría a una doble dura campaña electoral, y el resultado de las primeras elecciones sería condicionante de las segundas, que muchos utilizarían como una segunda vuelta. Además no es descartable una desmovilización del voto en esa segunda convocatoria por mero hartazgo de los electores ante tanta urna. ¿Y cómo afecta esto a las expectativas electorales? Pues depende de a quienes preguntes. Para el PSOE no está claro que haya fechas buenas, sumido en un dilema tras el golpe de los independentistas. Parte de su discurso está desarbolado y en sus bases conviven militantes muy motivados con el sanchismo con otros que ven a la figura del actual presidente como un peligro. La situación de Podemos es aún peor. Desgarrado por sus luchas internas, con sus confluencias divergiendo unas de otras y con el líder supremo de baja paternal para lo que le interesa y ejerciendo el liderazgo cuando cree que su mujer no da la talla (vamos, lo que siempre se ha llamado machismo) se arriesga a una importante bajada de votos y a la aún mayor pérdida de escaños por el efecto de la ley electoral. En el otro lado, Ciudadanos y PP llevan tiempo reclamando elecciones y por ello, se supone, están más preparados para ellas, pero eso no quiere decir que les vaya ir mejor o peor. A día de las expectativas es que Ciudadanos mejorará su número de escaños, aunque fuera sólo por el hecho de superar a Podemos como tercera fuerza y el efecto en el reparto que eso supone, La situación del PP es más compleja. El liderazgo del histriónico Casado se ha asentado sobre un sector del partido, en medio del silencio del otro, orillado por completo, y la competencia que plantea Vox sobre parte de su electorado puede hacerle perder votos por ambos extremos del espectro, el de los derechistas duros y los más tibios. Debiera saber Casado que sin la “derechita cobarde” que mencionan de manera insultante los de Vox (son así, es su estilo) no se puede gobernar, y si lo que aspira es a convertir al PP en un partido de “desacomplejados” puede lograrlo a costa de perder escaños, que son los que votan leyes y respaldan gobiernos. La mayor fragmentación derivada de la segura entrada de Voz en el Congreso complicará aún más la asignación de escaños por provincias y el escenario de la cámara puede ser quizás incuso más complejo que el presente.

Lo que es seguro es que nadie va a ganar esas futuras elecciones ni con mayoría suficiente ni clara, y como ya nos estamos acostumbrando, quedar primero no implica en ningún caso poder gobernar. Se da por segura una unión PP Ciudadanos Vox, en un pacto a la andaluza, pero no es descartable una entente Ciudadanos PSOE si los números dan y el PSEO postelectoral vira en aspectos catalanes respecto a la postura mantenida por Sánchez. Desde luego no se atisba un panorama estable, y el caos político y la parálisis económica que vivimos se prolongará meses y meses y meses casi con total seguridad. Y en medio del desgobierno la ciudadanía tira para adelante y la sociedad no logra realizar muchas de las reformas que los tiempos y retos que vivimos nos exigen. De esos problemas de fondo no habla nadie, y en campaña menos.

miércoles, febrero 13, 2019

¿Está frenando China?


En el debate internacional, en el que nuestras minucias y miserias apenas importan, la situación económica de China está en medio de todas las discusiones y especulaciones. Una constante en la economía global de las últimas décadas ha sido el imparable crecimiento chino, con tasas de dos dígitos en los noventa y cifras de uno, pero muy alto, en los últimos quince años más o menos. Los últimos ejercicios la cifra oficial de crecimiento chino ha estado en el entorno del 6,5 – 7%. Esta asombrosa progresión ha llevado a que la suma de China y EEUU sea las dos quintas partes de la economía global y que la diferencia entre las dos potencias se acorte día a día.

Desde hace tiempo se rumorea que la economía china está perdiendo impulso y que puede ser difícil que este año logre llegar a un crecimiento superior al 6%. Desde la perspectiva occidental, donde crecer cuesta, y superar un 2% es un éxito apabullante, que haya preocupación global o por si China no mantiene su ritmo del 6% puede resultar absurdo o incluso frívolo, pero tiene su importancia. Como segundo actor de la economía global, primero ya en varias estadísticas relevante, una reducción del ritmo de crecimiento chino tendrá consecuencias en todo el mundo, y no sólo afectará a aquellas naciones directamente involucradas en el intensivo comercio de materias primas que abastecen al gigante asiático (piensen en todos los recursos naturales y agrarios que Latinoamérica y África exportan a China, o que esta produce allí directamente de una manera semicolonial) sino que también la presencia china en todas las cadenas de producción y suministro global hace que esos flujos puedan verse afectados. ¿Hay algo en nuestras vidas que no se produzca en China o que, en algunas de sus fases, no pase por allí? La guerra comercial que enfrenta a chinos y norteamericanos, y que ya empieza a generar efectos negativos en otras naciones como Alemania (y de rebote a nosotros, sin ir más lejos) está tensando esas cadenas de suministro global, y hace daño a ambas naciones, que libran un pulso no tanto por la hegemonía del comercio global sino directamente por el liderazgo económico en su conjunto. A todo este panorama se deben añadir problemas internos de la propia china, donde su economía no es tan de color de rosa como se pinta. La tan anunciada burbuja inmobiliaria, que iba a reventar hace ya muchos años, sigue ahí, y el crédito y la deuda no dejan de crecer. La banca en la sombra es un monstruo del que apenas hay estadísticas fiables y el consumo privado del país no acaba de arrancar como fuerza tractora del crecimiento para suplir a una inversión que no puede seguir a los ritmos actuales. El proceso de transición de la economía, liderado por el autoritario gobierno de Beijing, trata constantemente de balancear ambos conceptos, tratando de aumentar la demanda de particulares y empresas y reducir el papel de la industria y construcción, pero ese es un proceso que ha llevado décadas en las economías occidentales y ha producido sobresaltos y problemas varios, a veces no esperados. Que China logre esa transición de una manera rápida, sencilla y ordenada es algo que todo el mundo da por imposible. La inexistencia de un estado de bienestar como el que conocemos aquí hace además que el chino medio tenga una tasa de ahorro muy elevada respecto a la nuestra, porque su futuro no está garantizado por el estado que le oprime en el presente, y eso frena muchas dinámicas de consumo que entre nosotros son vistas como naturales.

El estancamiento demográfico que se atisba en el horizonte es otro problema. Levantada la prohibición del hijo único, siguen naciendo pocos chinos, ahora porque los adultos no quieren tenerlos, en un proceso que sí ha copiado lo que se ha dado en nuestras sociedades, y eso puede hacer que el envejecimiento chino sea muy intenso en un futuro no muy lejano. Algunos analistas señalan los curiosos paralelismos entre la economía china actual y al de Japón en los ochenta, previa al estallido de su burbuja y posterior estancamiento secular. ¿Es China un Japón 2.0, condenada a repetir el mismo camino de auge y caída? Como teoría tiene un enorme atractivo y es indudable que existen paralelismos entre ambas naciones, pero la dimensión continental y el poderío global chino pueden trastocar esa similitud. Debiéramos prestar mucha más atención a este asunto, que condicionará nuestra economía y vida mucho más de lo que pensamos.

martes, febrero 12, 2019

Periodismo político


Una de las cosas más llamativas, y tristemente menos novedosas, de la manifestación del pasado domingo en Colón fue que el comunicado final (ramplón, lleno de inexactitudes) fue leído por tres periodistas muy afines a la convocatoria. ¿Qué es lo criticable? ¿A caso los periodistas no tienen derecho a tener ideología? Claro que pueden tenerla, y apuesto a que muy pocos, si los hay, carecerán de ella, pero no pueden dejarse nublar por su ideario para realizar su profesión, lo que sería algo más grave que una dejación de su trabajo. Cuando uno lea una crónica del tema que sea de alguno de esos tres periodistas ya sabe, antes de empezarla, cuál va ser la conclusión de la misma, y eso pervierte el artículo y el trabajo, que ya no es periodismo.

Lo malo es que lo del domingo no es sino el último ejemplo de una tendencia cada vez más exacerbada en nuestros medios de comunicación, que es vender como periodismo lo que no es más que propagandismo. Este mismo domingo leer la prensa era deprimente. El País, ABC, El Mundo o La Razón estaban convertidos en panfletos militantes que arengaban a las masas a acudir a la concentración de Colón so pena de no ser españoles si no se actuaba así o que calificaban como mínimo de sectarios y gilipollas a los que allí se iban a reunir. En los periódicos existe una sección llamada Opinión en la que se explaya la línea editorial del medio. Todos la tienen, sector y línea, y es lógico que así sea. El problema es cuando esa sección se extiende más allá de sus límites y la opinión inunda todos los demás aspectos del medio, convirtiéndolo en poco más que un tebeo. Observamos como normal que la prensa deportiva esté totalmente sesgada hacia uno u otro equipo, mediatizando de esta manera todo lo que suceda, usando las gafas de los colores del club de los amores como guía para juzgarlo todo. Esa aberración nos parece normal, y poco a poco esa misma aberración está llegando a la prensa seria, la no deportiva, y a todos los medios de comunicación, cuyos sesgos, simplezas y militancias empiezan a ser, en su mayor parte, insoportables. Y lo peor es que todos se venden como adalides de la objetividad y el periodismo cuando no hacen sino traicionar en cada momento el código deontológico de la profesión que dicen practicar. La radio es uno de los medios que más pluralidad posee, donde aún existen oasis de concordia, lucidez y pensamiento crítico, pero cada vez son menos. Ahora mismo, 08:02 de la mañana, la mayor parte de los popes de las ondas emiten sus editoriales, y ya sabemos que unos tienen como argumentario “hoy hay que defender al gobierno como sea” y el de otros es “hoy hay que criticar al gobierno como sea” y los forofos lo escuchan ansiosos de obtener su dosis diaria de placebo o inquina, según lo que se prefiera. Me parece tan asombroso como falso. Se llega a extremos de impudicia que cortan la respiración, como profesionales afines al PP (pongamos Carlos Herrera) que obtienen un programa en la tele pública cuando gobiernan los suyos mientras critican la mera existencia de un ente del que no les importa cobrar, o profesionales afines al PSOE (pongamos Miguel Ángel Oliver) que pasan de presentar un informativo un día para el siguiente ser nombrado secretario de estado de comunicación del gobierno de Sánchez. ¿Dónde está la objetividad de ambos profesionales? Cuando dejan esos cargos o puestos, ¿cómo pueden hace creer a los que no son “de los suyos” que su trabajo periodístico es ecuánime y riguroso? A escala, me recuerda a esos jueces que saltan de los banquillos a la política y luego vuelven a juzgar, como si no hubiera pasado nada, y todos los observamos con la admiración que se asocia al equilibrista pero casi nadie los denuncia por su condición de mercenario. Están invalidados para juzgar, pero les da igual y lo hacen. Así, muchos medios pervierten su función y se invalidan como tribunas de debate y foros de pensamiento.

Quizás parte de este sesgo infantiloide que vivimos provenga del infantilismo general de nuestra sociedad, del efecto que las redes de internet han generado en la divulgación de las noticias, del deseo de cazar clicks a cualquier medio y, desde luego, de la debacle financiera de las empresas periodísticas, que no pueden renunciar a cualquier euro, venga de donde venga, en medio del derrumbe de las ventas de las cabeceras y la despiadada lucha por una tarta publicitaria que cada vez tiene más competidores. Como diría Jose María Calleja, los medios están convirtiéndose en nichos que hacen felices “a los muy cafeteros”, a los suyos, pero que no son lo que dicen ser ni hacen la función que, tan necesaria, debieran ejercer. La crisis del periodismo es mucho más profunda que el enorme problema económico y tecnológico que acucia al sector.

lunes, febrero 11, 2019

Manifestaciones


Muchos miles de personas salieron ayer a la calle en Madrid a protestar contra el gobierno y a pedir elecciones anticipadas. ¿Cuantos? Cuarenta y cinco mil según Delegación del Gobierno (pro PSOE), más de doscientos mil según el PP (convocantes) y las estimaciones más precisas, usando tecnología moderna y accesible, sitúan en el entorno de los ciento diez o veinte mil los asistentes. Una buena cantidad de gente en un día de febrero cubierto y no muy riguroso. No les puedo dar sensaciones de primera mano de cómo fue el evento porque no estuve presente, y ese mismo hecho es lo que quería comentarles hoy, el de la irrelevancia de estar o no en la calle y en el sesgo viciado hasta el extremo de nuestra política actual.

Debo ser un tío ingenuo, pringado y tonto hasta el extremo, porque opino que el gobierno llegó la semana pasada hasta unos límites de ridículo y cesión intolerables y porque creo que el discurso convocante de la manifestación de Casado y algunos de sus acompañantes se sitúan en el mismo nivel de bochorno que la actuación de Sánchez. No defiende España quien se genuflexa ante los independentistas a cambio de unas migajas que le permitan mantenerse en el gobierno unos meses más ni quien, envuelto en la soflama, agita un discurso banal y lleno de improperios que descalifica tanto al orador como da oxígeno al contrincante. Y los extremistas tipo Vox son la peor de las compañías para ir a cualquier sitio, y destrozan la imagen de todo lo que se pueda llegar a hace en contra del actual gobierno. Sánchez perdió la semana pasada cientos de miles de votos, especialmente entre los suyos, pero me da que Casado ganó muy pocos. Y es que la táctica mutua de insultar y despreciar al votante contrario, practicada con entusiasmo por parte de la prensa afín (a ver si saco un día para comentar esto) es tan ridícula como improductiva, y sólo sirve para encrespar los ánimos y enturbiar aún más la convivencia diaria entre una formaciones políticas que, por fortuna, cada vez pesan menos en el devenir diario de la sociedad, pero que son las responsables de garantizar el funcionamiento y pervivencia de las instituciones que son de todos, y no pertenecen a siglas ni formaciones. El gobierno gobierna, guste o no, el anterior y este, y es legítimo salir a la calle a protestar contra él, como se hizo con el gobierno pasado y como se hizo ayer contra este. La legitimidad del gobierno la otorga el parlamento elegido en unas elecciones, y sólo él, el parlamento, la quita. Sánchez es tan legítimo presidente como lo fueron todos sus antecesores y los serán sus predecesores, porque un parlamento electo le ha votado. Así de sencillo. Las manifestaciones en la calle tienen el poder que tienen, el que queramos dárselo, pero no suplen a las instituciones. Marchas por la dignidad, rodear el Congreso, todos a Colón y lemas por el estilo pueden tener una enorme fuerza, pero no son sino movilizaciones de protesta que no contienen un germen de poder constitutivo ni nada por el estilo. A ciertos medios les pueden caer mejor unas manifestaciones que otras, y no ocultan cuáles prefieren, pero todas ellas poseen la misma legitimidad, a todas se les debe respeto, a todas se les debe exigir civismo y de todas se pueden sacar conclusiones, pero no pueden convertirse en movimientos de fuerza ni nada por el estilo. Algunos quizás envidien lo que sucede en Francia con los chalecos amarillos, formaciones alentadas por la extrema izquierda y derecha, que por algo son casi lo mismo, pero el caso francés es justo el modelo del que debemos huir como país para tratar de solucionar nuestros problemas. El acto de ayer, legítimo, fue lo que fue, y hoy será interpretado desde ese infantiloide sesgo partidista como un éxito o un fracaso. Y yo seré de los que creo que la semana pasada fue la del fracaso estrepitoso de Sánchez y la del fracaso oculto de Casado. Así de pringado soy.

La posición del gobierno, muy debilitada aunque no lo quieran ver ni él ni sus admiradores, puede quedar muy tocada si esta semana caen los presupuestos en la votación de las enmiendas a la totalidad del miércoles, pero puede continuar sin cuentas públicas. Sería quizás absurdo, pero factible. Sólo Sánchez tiene la potestad de convocar, y lo hará cuando crea que será mejor para sus intereses. El resto, una eterna campaña electoral que lleva meses, años en marcha, que tiene una cita segura en las municipales, autonómicas y europeas de mayo y una sombra permanente de elecciones generales que no se despeja. Y en medio de tanto ruido y furia, mi decepción.

viernes, febrero 08, 2019

Ladrones de ojos de ballenas


Debilitada, quizás enferma, e incapaz de hacer frente a las corrientes y temporales que estos días pasados azotaron la costa cantábrica, la semana pasada una ballena acabó en las playas de Sopelana, en la costa de Bizkaia, cerca de Bilbao. El ejemplar era muy grande, de más de quince metros y treinta toneladas de peso. No vivió mucho en el arenal y murió a las pocas horas de haber embarrancado allí. Retirarla fue una obra de ingeniería complicada dadas sus dimensiones, y fueron necesarias varias grúas y transportes especiales para sacarla de la playa y llevarla a un vertedero.

No es frecuente, pero tampoco una rareza, que un rorcual acabe en nuestras playas, y de producirse ese hecho suele darme más en invierno, dado que el mar en esa época es muy agresivo y los ejemplares mayores son los más dados a no soportar sus embates. Lo mismo nos pasa a los humanos en estos meses de frío y gripes. Siendo como es la ballena un mamífero muy especial, descomunal en su tamaño y de difícil estudio in situ, este suceso ha proporcionado una oportunidad única a los investigadores para hacerse con el cuerpo y tratar de averiguar más sobre su metabolismo y formas de vida. Uno de los principales órganos de estudio son los ojos, muy particulares, como los de cada especie, adaptados a condiciones muy concretas, y en este caso de enormes dimensiones. Y ha sido uno de los ojos de esta ballena el que ha proporcionado la noticia más absurda de esta semana y, quizás, la de mucho tiempo, aunque lo del relator no le va muy a la zaga. Resulta que el equipo de la UPV que pretendía estudiar los ojos de la ballena ha debido de hacerlo sólo con uno de ellos, porque algunos desaprensivos, en la madrugada posterior al arrumbamiento, robaron el otro. Sí, sí, alguien fue de noche, sólo o acompañado, a un arenal vizcaíno en medio de un temporal de invierno a robar un ojo de ballena, un órgano de cerca de veinte centímetros de diámetro que está en lo alto de uno de esos enormes cuerpos. Casi me cuesta tanto imaginarme la escena del hurto como la génesis del mismo. ¿A quién se le ocurre hacer semejante chaladura? ¿Se juntaron un grupo de pirados para lanzarse a la playa? ¿Fue fruto de una apuesta, un calentón, la derivada típica del “a que no hay huevos”?. Y ¿Cómo se extrae un ojo de una ballena? No se ustedes, pero mis conocimientos de veterinaria son escasos, y desde luego no tengo ni la menor idea de cómo se extrae semejante órgano, de qué forma se puede transportar y conservar y, claro, dónde guardarlo para que se mantenga en condiciones de ser visto, el pobre ojo. Supongo que fue más de uno el autor de semejante hazaña, que quizás ahora compartan orgullosos el fruto de su noche salvaje, sosteniendo el ojo en un bote, o en yo que se qué recipiente, sintiéndose observados por el espíritu del animal al que profanaron a las pocas horas de haber expirado. Más allá de la pérdida que supone para la investigación científica, que no es poca, la sola idea de la confabulación para el acto, la nocturnidad, el deambular por la arena, el arrancar el ojo (no se si eso es lo que habría que hacer) y llevárselo a todo correr supone una escena, en su conjunto, sacada de una novela de misterio o el argumento de una película que, quizás, sea rodada en el futuro, y puede que alguno de los autores de los hechos acudan satisfechos a verla, sabiendo lo que conservan en el altarcito que construyeron exprofeso en una lonja o lugar escondido de su posesión. Desde allí, el ojo de la ballena emula al de Sauron, pero sin anillo de fuego que lo circunde. Les observa, les pregunta por qué sin que haya una respuesta cabal que satisfaga la curiosidad animal, e inanimado, sus partes reflejan a los que un día le extrajeron de su dueño para coronar la estulticia humana.

Viendo las imágenes de la ballena en la arena y la gente arremolinada en su entorno también me vino a la mente un pensamiento curioso. Hace poco más de un siglo la ballena era la fuente de energía principal de la sociedad. Su grasa permitía alimentar a no pocos y hacer aceite que era usado para iluminar farolas y negocios. La industria ballenera fuer la precursora, a escala, de la petrolífera. En aquella época que una ballena varase en la costa era como si ahora montones de latas de gasolina, llenas, se hicieran accesibles a los paseantes del arenal. Las carreras para hacerse con ellas serías despiadadas, sin duda. El paso del tiempo y la tecnología han relegado, afortunadamente, a la ballena de recurso a ser sólo un animal. Pero el robo ha mostrado la rapaz que anida en nuestra psique. ¿Dónde estará ese ojo?

jueves, febrero 07, 2019

El relator que hunde a Sánchez


Cuando Chamberlain regresó a Londres de la cumbre de Munich en 1938 fue recibido con vítores por muchos como encargado de hacer y traer una paz duradera a una Europa atemorizada. Sólo Churchill, desde su escaño, osó rebelarse ante la opinión mayoritaria y pronunció una de sus frases míticas, esa de “os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”. La historia demostró, lamentablemente, que Churchill tenía razón, que Múnich fue una claudicación ante el nazismo y Chamberlain acabó hundido en el descrédito, y su nombre es hoy sinónimo de rendición y deshonra.

Todo paralelismo histórico es un juego de distorsión, en el que algo de lo que se refleja es cierto y algo no, por lo que la comparación que hago es fácil de criticar, pero Sánchez está jugando por el momento el perfecto papel de Chamberlain en la relación con los independentistas catalanes. Debilitado por su escasez de escaños, sometido a su chantaje para aprobar cualquier medida, sabedor de que sus presupuestos existirán sí y sólo sí Torra y los suyos lo permiten, su camino político está trazado por el deseo de los independentistas, y como es habitual en los políticos, puede en él mucho más el ansia de mantenerse en el poder que cualquier otra cosa. La aceptación de la figura del relator, me da igual la palabra que usen porque todas van a acabar significando lo mismo (postración) es el último, pero el más ruidoso e inútil, de los desplantes que Sánchez ha tragado en estos meses para mantenerse en el cargo, y lo sitúa en una posición en la que, pena para su carrera política, nada le va a reportar, sino más bien lo contrario. Con la aceptación de una figura que implica admitir que una parte del estado, el gobierno central, no es soberana respecto a otra, el gobierno de la Generalitat, en función de las competencias que la Constitución les atribuye a ambos, Sánchez espera obtener el aval a unos presupuestos que le permitan seguir todo el año 2019 en la Moncloa, pero, probablemente, lo único que consiga es un portazo a esos mismos presupuestos, un destrozo descomunal a su ya menguante figura y un roto difícil de arreglar en la familia socialista, que ayer se vio fracturada a cuenta de una decisión que ni es comprensible ni explicable ni justificable. La forma de llevar a cabo este acto ha sido nefasta, con una total pérdida de control de los tiempos y discursos por parte de una Moncloa carente de relato y de idea. La publicación simultánea por parte de los fantoches al servicio de Torra de los veintiún puntos secretos que él y Sánchez debatieron en navidades ha dejado, aún más a las claras, quién lleva el control de estas conversaciones, y desde luego quién es la parte más débil de las mismas, aunque porte el escudo de gobierno de España. Este cúmulo de errores, despropósitos y desastres ha dejado un flanco abierto al que ninguna oposición que como tal se llame dejaría de entrar con toda la caballería posible. PP y Ciudadanos huelen sangre de poder perdido, de herida en el gobierno, y tratan con todas las herramientas a su alcance de ahondar en esa brecha para tratar que el dañado gobierno no pueda recuperarse. Es lógica su actitud, cualquier opositor lo haría igual, y de hecho igual se han comportado ellos en el pasado con el PSOE y el PSOE y Podemos en el pasado cuando gobernaba el PP. Con unas formas más o menos discutibles, sereno Rivera, histriónico Casado, ambos ven una oportunidad que les puede dar el poder en caso de un adelanto electoral, a sabiendas de que el PSOE no podrá recuperarse fácilmente de decisiones tan absurdas como temerarias, y que el pacto “a la andaluza” será posible no sólo por afinidades en la derecha, sino porque también el PSOE y Podemos pueden obtener unos resultados tan “a la andaluza” en lo nefasto en el resto de España.

¿Y Sánchez? Silencioso, quizás consciente del enorme error que ha cometido, o no. ¿Y su equipo más próximo? Nada transmite. Imaginaba yo a Iván redondo, su jefe de gabinete y presunto cerebro gris de la llegada de Sánchez al poder y de su gestión diaria como alguien mucho más capaz, listo y equilibrado. Quizás adicto a las series televisivas, pensaba Iván, y con él su jefe, que todo se puede arreglar con un cambio de guion y, en todo caso, al llegar los títulos de crédito y el final del capítulo. Pero no, la vida real es mucho más retorcida que cualquier escena imaginada en la pantalla. El error, en fondo y forma, de Sánchez en su cesión al independentismo, puede ser letal para él y su partido (y quién sabe si para las ventas de su libro) y marcará un antes y después en su gobierno. Su crédito cae en picado entre muchos de los suyos, y es nulo entre tantos que su resistencia, muy a la Rajoy, dudo que le sirva en los meses que le quedan en el gobierno.

viernes, febrero 01, 2019

El efecto en el tráfico de quitar los taxis en Madrid


Uno de los grandes problemas de las ciencias sociales es la imposibilidad de hacer experimentos reales. La física o la química permiten crear situaciones particulares en las que hacer pruebas y poder experimentar si una teoría es cierta o no, pero en economía eso no es nada sencillo. Encuestas, grupos reducidos de personas o entornos simulados, necesariamente falsos, son las únicas vías posibles para hacer algo parecido a experimentación, pero no dejan de ser aproximaciones muy burdas, poseedoras de errores propios que distorsionan los resultados y las más de las veces inducen a la melancolía. Los cosmólogos se sienten igual que nosotros, perdidos en nuestras teorías.

Pero a veces la realidad ofrece ocasiones especiales en las que poder realizar experimentos naturales y suele ser algo tan interesante como sugestivo. En Madrid estamos viviendo estos días una de esas situaciones anómalas y ya ofrece conclusiones. La huelga de taxistas, que va por su décimo día y se encamina, poco a poco, a su fracaso total, ha quitado de las calles a estos vehículos, y el tráfico urbano ha mejorado de una manera espectacular. El comentario de varios de los que trabajan conmigo, y que vienen en coche a la oficina, era común desde hace unos días. “qué bien se viene desde que no hay taxistas”. Como no tengo coche aquí y no conduzco por la ciudad no tengo experiencia personal del antes y el ahora, pero algunos profesionales se han dedicado estos días a recopilar datos y métricas, y las conclusiones no dejan lugar a dudas. La sensación de mejora del tráfico en la ciudad no es una percepción errónea, sino una realidad palpable. Intensidades de tráfico medidas en distintos puntos de la ciudad semanas antes y los días de la huelga ofrecen valores muy diferentes, con una bajada circulatoria muy significativa desde que los taxistas dejaron de moverse por la ciudad. Si estamos hablando de un colectivo de unos miles de usuarios, en una ciudad de millones de coches y habitantes, ¿de dónde surge este efecto tan intenso? La respuesta es muy interesante, y no es otra que del ineficiente uso que se hace de este servicio y su forma de funcionamiento. Los taxis no están parados en sus paradas durante la mayor parte del día, sino que se mueven sin cesar por la ciudad buscando clientes, por lo que hacen algunos viajes de servicio, sí, pero muchos otros de merodeo, sumando kilómetros y kilómetros y generando tráfico sin cesar, por lo que un taxi equivale en realidad a decenas de vehículos privados que, muchos de ellos, realizan un viaje de ida y vuelta al día, de camino al trabajo y regreso a casa, Por tanto, eliminar de la circulación estos vehículos que tanto se mueven genera ese impacto tan desproporcionado en relación al número de taxis que operan sobre el parque total de vehículos. ¿Qué conclusiones podemos sacar de este experimento natural? Que vivimos mejor sin taxi sería una respuesta tan obvia como equivocada, pero lo cierto es que viviríamos mejor con otro sistema de taxi, en el que las flotas así denominadas y los servicios VTC funcionaran todos ellos mediante aplicaciones de demanda, y en el que las paradas de taxis aumentasen a lo largo de la ciudad, por lo que la proximidad de esos estacionamientos a los servicios demandados sería menor y con ello el tiempo de respuesta y la duración total del trayecto. El hacer del servicio algo demandable vía aplicaciones reduciría mucho ese deambular urbano que de poco sirve y mucho ocupa, y probablemente generase un incremento de los ingresos del sector, no tanto por la mayor facturación, sino por la evidente reducción de costes, porque cuando el taxi se mueve a la búsqueda de clientes gasta, consume, y supone costes para su dueño. Los datos, desde luego, avalan un cambio en el sector.

Nuevamente, estamos ante la evidencia de que las ganancias de eficiencia en la gestión de un mercado redundan en beneficios a los participantes del mismo y generan una externalidad positiva de la que se benefician todos aquellos que sean usuarios de la movilidad o no, vía reducción de tráfico, esperas, ruido y, desde luego, contaminación. La movilidad urbana, lo he dicho u montón de veces, afronta desde hace unos años una revolución imparable que puede alterarla por completo y, con ello, cambiar el paisaje de nuestras calles. Está por ver que sucederá, pero no es necesario que lleguen los futuristas coches autónomos para que, con la tecnología ya disponible, mejoremos mucho la calidad y reduzcamos la cantidad de tráfico que colapsa tanto nuestras urbes. Y recuerden, el transporte público siempre está ahí. Es suyo, úsenlo.

Subo a Elorrio el fin de semana y unos días de ocio. Si no pasa nada raro, nos leemos el jueves 7 de febrero. Abríguense