lunes, febrero 11, 2019

Manifestaciones


Muchos miles de personas salieron ayer a la calle en Madrid a protestar contra el gobierno y a pedir elecciones anticipadas. ¿Cuantos? Cuarenta y cinco mil según Delegación del Gobierno (pro PSOE), más de doscientos mil según el PP (convocantes) y las estimaciones más precisas, usando tecnología moderna y accesible, sitúan en el entorno de los ciento diez o veinte mil los asistentes. Una buena cantidad de gente en un día de febrero cubierto y no muy riguroso. No les puedo dar sensaciones de primera mano de cómo fue el evento porque no estuve presente, y ese mismo hecho es lo que quería comentarles hoy, el de la irrelevancia de estar o no en la calle y en el sesgo viciado hasta el extremo de nuestra política actual.

Debo ser un tío ingenuo, pringado y tonto hasta el extremo, porque opino que el gobierno llegó la semana pasada hasta unos límites de ridículo y cesión intolerables y porque creo que el discurso convocante de la manifestación de Casado y algunos de sus acompañantes se sitúan en el mismo nivel de bochorno que la actuación de Sánchez. No defiende España quien se genuflexa ante los independentistas a cambio de unas migajas que le permitan mantenerse en el gobierno unos meses más ni quien, envuelto en la soflama, agita un discurso banal y lleno de improperios que descalifica tanto al orador como da oxígeno al contrincante. Y los extremistas tipo Vox son la peor de las compañías para ir a cualquier sitio, y destrozan la imagen de todo lo que se pueda llegar a hace en contra del actual gobierno. Sánchez perdió la semana pasada cientos de miles de votos, especialmente entre los suyos, pero me da que Casado ganó muy pocos. Y es que la táctica mutua de insultar y despreciar al votante contrario, practicada con entusiasmo por parte de la prensa afín (a ver si saco un día para comentar esto) es tan ridícula como improductiva, y sólo sirve para encrespar los ánimos y enturbiar aún más la convivencia diaria entre una formaciones políticas que, por fortuna, cada vez pesan menos en el devenir diario de la sociedad, pero que son las responsables de garantizar el funcionamiento y pervivencia de las instituciones que son de todos, y no pertenecen a siglas ni formaciones. El gobierno gobierna, guste o no, el anterior y este, y es legítimo salir a la calle a protestar contra él, como se hizo con el gobierno pasado y como se hizo ayer contra este. La legitimidad del gobierno la otorga el parlamento elegido en unas elecciones, y sólo él, el parlamento, la quita. Sánchez es tan legítimo presidente como lo fueron todos sus antecesores y los serán sus predecesores, porque un parlamento electo le ha votado. Así de sencillo. Las manifestaciones en la calle tienen el poder que tienen, el que queramos dárselo, pero no suplen a las instituciones. Marchas por la dignidad, rodear el Congreso, todos a Colón y lemas por el estilo pueden tener una enorme fuerza, pero no son sino movilizaciones de protesta que no contienen un germen de poder constitutivo ni nada por el estilo. A ciertos medios les pueden caer mejor unas manifestaciones que otras, y no ocultan cuáles prefieren, pero todas ellas poseen la misma legitimidad, a todas se les debe respeto, a todas se les debe exigir civismo y de todas se pueden sacar conclusiones, pero no pueden convertirse en movimientos de fuerza ni nada por el estilo. Algunos quizás envidien lo que sucede en Francia con los chalecos amarillos, formaciones alentadas por la extrema izquierda y derecha, que por algo son casi lo mismo, pero el caso francés es justo el modelo del que debemos huir como país para tratar de solucionar nuestros problemas. El acto de ayer, legítimo, fue lo que fue, y hoy será interpretado desde ese infantiloide sesgo partidista como un éxito o un fracaso. Y yo seré de los que creo que la semana pasada fue la del fracaso estrepitoso de Sánchez y la del fracaso oculto de Casado. Así de pringado soy.

La posición del gobierno, muy debilitada aunque no lo quieran ver ni él ni sus admiradores, puede quedar muy tocada si esta semana caen los presupuestos en la votación de las enmiendas a la totalidad del miércoles, pero puede continuar sin cuentas públicas. Sería quizás absurdo, pero factible. Sólo Sánchez tiene la potestad de convocar, y lo hará cuando crea que será mejor para sus intereses. El resto, una eterna campaña electoral que lleva meses, años en marcha, que tiene una cita segura en las municipales, autonómicas y europeas de mayo y una sombra permanente de elecciones generales que no se despeja. Y en medio de tanto ruido y furia, mi decepción.

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