Muchos
miles de personas salieron ayer a la calle en Madrid a protestar contra el
gobierno y a pedir elecciones anticipadas. ¿Cuantos? Cuarenta y cinco mil
según Delegación del Gobierno (pro PSOE), más de doscientos mil según el PP
(convocantes) y las estimaciones más precisas, usando tecnología moderna y
accesible, sitúan en el entorno de los ciento diez o veinte mil los asistentes.
Una buena cantidad de gente en un día de febrero cubierto y no muy riguroso. No
les puedo dar sensaciones de primera mano de cómo fue el evento porque no
estuve presente, y ese mismo hecho es lo que quería comentarles hoy, el de la
irrelevancia de estar o no en la calle y en el sesgo viciado hasta el extremo
de nuestra política actual.
Debo
ser un tío ingenuo, pringado y tonto hasta el extremo, porque opino que el gobierno
llegó la semana pasada hasta unos límites de ridículo y cesión intolerables y
porque creo que el discurso convocante de la manifestación de Casado y algunos
de sus acompañantes se sitúan en el mismo nivel de bochorno que la actuación de
Sánchez. No defiende España quien se genuflexa ante los independentistas a
cambio de unas migajas que le permitan mantenerse en el gobierno unos meses más
ni quien, envuelto en la soflama, agita un discurso banal y lleno de
improperios que descalifica tanto al orador como da oxígeno al contrincante. Y
los extremistas tipo Vox son la peor de las compañías para ir a cualquier
sitio, y destrozan la imagen de todo lo que se pueda llegar a hace en contra
del actual gobierno. Sánchez perdió la semana pasada cientos de miles de votos,
especialmente entre los suyos, pero me da que Casado ganó muy pocos. Y es que
la táctica mutua de insultar y despreciar al votante contrario, practicada con
entusiasmo por parte de la prensa afín (a ver si saco un día para comentar
esto) es tan ridícula como improductiva, y sólo sirve para encrespar los ánimos
y enturbiar aún más la convivencia diaria entre una formaciones políticas que,
por fortuna, cada vez pesan menos en el devenir diario de la sociedad, pero que
son las responsables de garantizar el funcionamiento y pervivencia de las
instituciones que son de todos, y no pertenecen a siglas ni formaciones. El
gobierno gobierna, guste o no, el anterior y este, y es legítimo salir a la
calle a protestar contra él, como se hizo con el gobierno pasado y como se hizo
ayer contra este. La legitimidad del gobierno la otorga el parlamento elegido
en unas elecciones, y sólo él, el parlamento, la quita. Sánchez es tan legítimo
presidente como lo fueron todos sus antecesores y los serán sus predecesores,
porque un parlamento electo le ha votado. Así de sencillo. Las manifestaciones
en la calle tienen el poder que tienen, el que queramos dárselo, pero no suplen
a las instituciones. Marchas por la dignidad, rodear el Congreso, todos a Colón
y lemas por el estilo pueden tener una enorme fuerza, pero no son sino
movilizaciones de protesta que no contienen un germen de poder constitutivo ni
nada por el estilo. A ciertos medios les pueden caer mejor unas manifestaciones
que otras, y no ocultan cuáles prefieren, pero todas ellas poseen la misma
legitimidad, a todas se les debe respeto, a todas se les debe exigir civismo y
de todas se pueden sacar conclusiones, pero no pueden convertirse en
movimientos de fuerza ni nada por el estilo. Algunos quizás envidien lo que
sucede en Francia con los chalecos amarillos, formaciones alentadas por la
extrema izquierda y derecha, que por algo son casi lo mismo, pero el caso francés
es justo el modelo del que debemos huir como país para tratar de solucionar
nuestros problemas. El acto de ayer, legítimo, fue lo que fue, y hoy será interpretado
desde ese infantiloide sesgo partidista como un éxito o un fracaso. Y yo seré
de los que creo que la semana pasada fue la del fracaso estrepitoso de Sánchez
y la del fracaso oculto de Casado. Así de pringado soy.
La
posición del gobierno, muy debilitada aunque no lo quieran ver ni él ni sus
admiradores, puede quedar muy tocada si esta semana caen los presupuestos en la
votación de las enmiendas a la totalidad del miércoles, pero puede continuar
sin cuentas públicas. Sería quizás absurdo, pero factible. Sólo Sánchez tiene
la potestad de convocar, y lo hará cuando crea que será mejor para sus
intereses. El resto, una eterna campaña electoral que lleva meses, años en marcha,
que tiene una cita segura en las municipales, autonómicas y europeas de mayo y
una sombra permanente de elecciones generales que no se despeja. Y en medio de
tanto ruido y furia, mi decepción.
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