Uno
de los grandes problemas de las ciencias sociales es la imposibilidad de hacer
experimentos reales. La física o la química permiten crear situaciones
particulares en las que hacer pruebas y poder experimentar si una teoría es
cierta o no, pero en economía eso no es nada sencillo. Encuestas, grupos
reducidos de personas o entornos simulados, necesariamente falsos, son las únicas
vías posibles para hacer algo parecido a experimentación, pero no dejan de ser
aproximaciones muy burdas, poseedoras de errores propios que distorsionan los
resultados y las más de las veces inducen a la melancolía. Los cosmólogos se
sienten igual que nosotros, perdidos en nuestras teorías.
Pero
a veces la realidad ofrece ocasiones especiales en las que poder realizar
experimentos naturales y suele ser algo tan interesante como sugestivo. En Madrid
estamos viviendo estos días una de esas situaciones anómalas y ya ofrece
conclusiones. La huelga de taxistas, que va por su décimo día y se encamina,
poco a poco, a su fracaso total, ha quitado de las calles a estos vehículos, y
el tráfico urbano ha mejorado de una manera espectacular. El comentario de
varios de los que trabajan conmigo, y que vienen en coche a la oficina, era común
desde hace unos días. “qué bien se viene desde que no hay taxistas”. Como no
tengo coche aquí y no conduzco por la ciudad no tengo experiencia personal del
antes y el ahora, pero algunos
profesionales se han dedicado estos días a recopilar datos y métricas, y las
conclusiones no dejan lugar a dudas. La sensación de mejora del tráfico en la
ciudad no es una percepción errónea, sino una realidad palpable. Intensidades
de tráfico medidas en distintos puntos de la ciudad semanas antes y los días de
la huelga ofrecen valores muy diferentes, con una bajada circulatoria muy
significativa desde que los taxistas dejaron de moverse por la ciudad. Si
estamos hablando de un colectivo de unos miles de usuarios, en una ciudad de
millones de coches y habitantes, ¿de dónde surge este efecto tan intenso? La
respuesta es muy interesante, y no es otra que del ineficiente uso que se hace
de este servicio y su forma de funcionamiento. Los taxis no están parados en
sus paradas durante la mayor parte del día, sino que se mueven sin cesar por la
ciudad buscando clientes, por lo que hacen algunos viajes de servicio, sí, pero
muchos otros de merodeo, sumando kilómetros y kilómetros y generando tráfico
sin cesar, por lo que un taxi equivale en realidad a decenas de vehículos
privados que, muchos de ellos, realizan un viaje de ida y vuelta al día, de
camino al trabajo y regreso a casa, Por tanto, eliminar de la circulación estos
vehículos que tanto se mueven genera ese impacto tan desproporcionado en relación
al número de taxis que operan sobre el parque total de vehículos. ¿Qué
conclusiones podemos sacar de este experimento natural? Que vivimos mejor sin
taxi sería una respuesta tan obvia como equivocada, pero lo cierto es que viviríamos
mejor con otro sistema de taxi, en el que las flotas así denominadas y los
servicios VTC funcionaran todos ellos mediante aplicaciones de demanda, y en el
que las paradas de taxis aumentasen a lo largo de la ciudad, por lo que la proximidad
de esos estacionamientos a los servicios demandados sería menor y con ello el
tiempo de respuesta y la duración total del trayecto. El hacer del servicio
algo demandable vía aplicaciones reduciría mucho ese deambular urbano que de
poco sirve y mucho ocupa, y probablemente generase un incremento de los
ingresos del sector, no tanto por la mayor facturación, sino por la evidente
reducción de costes, porque cuando el taxi se mueve a la búsqueda de clientes gasta,
consume, y supone costes para su dueño. Los datos, desde luego, avalan un
cambio en el sector.
Nuevamente,
estamos ante la evidencia de que las ganancias de eficiencia en la gestión de
un mercado redundan en beneficios a los participantes del mismo y generan una
externalidad positiva de la que se benefician todos aquellos que sean usuarios
de la movilidad o no, vía reducción de tráfico, esperas, ruido y, desde luego,
contaminación. La movilidad urbana, lo he dicho u montón de veces, afronta
desde hace unos años una revolución imparable que puede alterarla por completo y,
con ello, cambiar el paisaje de nuestras calles. Está por ver que sucederá,
pero no es necesario que lleguen los futuristas coches autónomos para que, con
la tecnología ya disponible, mejoremos mucho la calidad y reduzcamos la
cantidad de tráfico que colapsa tanto nuestras urbes. Y recuerden, el
transporte público siempre está ahí. Es suyo, úsenlo.
Subo
a Elorrio el fin de semana y unos días de ocio. Si no pasa nada raro, nos
leemos el jueves 7 de febrero. Abríguense
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