viernes, febrero 01, 2019

El efecto en el tráfico de quitar los taxis en Madrid


Uno de los grandes problemas de las ciencias sociales es la imposibilidad de hacer experimentos reales. La física o la química permiten crear situaciones particulares en las que hacer pruebas y poder experimentar si una teoría es cierta o no, pero en economía eso no es nada sencillo. Encuestas, grupos reducidos de personas o entornos simulados, necesariamente falsos, son las únicas vías posibles para hacer algo parecido a experimentación, pero no dejan de ser aproximaciones muy burdas, poseedoras de errores propios que distorsionan los resultados y las más de las veces inducen a la melancolía. Los cosmólogos se sienten igual que nosotros, perdidos en nuestras teorías.

Pero a veces la realidad ofrece ocasiones especiales en las que poder realizar experimentos naturales y suele ser algo tan interesante como sugestivo. En Madrid estamos viviendo estos días una de esas situaciones anómalas y ya ofrece conclusiones. La huelga de taxistas, que va por su décimo día y se encamina, poco a poco, a su fracaso total, ha quitado de las calles a estos vehículos, y el tráfico urbano ha mejorado de una manera espectacular. El comentario de varios de los que trabajan conmigo, y que vienen en coche a la oficina, era común desde hace unos días. “qué bien se viene desde que no hay taxistas”. Como no tengo coche aquí y no conduzco por la ciudad no tengo experiencia personal del antes y el ahora, pero algunos profesionales se han dedicado estos días a recopilar datos y métricas, y las conclusiones no dejan lugar a dudas. La sensación de mejora del tráfico en la ciudad no es una percepción errónea, sino una realidad palpable. Intensidades de tráfico medidas en distintos puntos de la ciudad semanas antes y los días de la huelga ofrecen valores muy diferentes, con una bajada circulatoria muy significativa desde que los taxistas dejaron de moverse por la ciudad. Si estamos hablando de un colectivo de unos miles de usuarios, en una ciudad de millones de coches y habitantes, ¿de dónde surge este efecto tan intenso? La respuesta es muy interesante, y no es otra que del ineficiente uso que se hace de este servicio y su forma de funcionamiento. Los taxis no están parados en sus paradas durante la mayor parte del día, sino que se mueven sin cesar por la ciudad buscando clientes, por lo que hacen algunos viajes de servicio, sí, pero muchos otros de merodeo, sumando kilómetros y kilómetros y generando tráfico sin cesar, por lo que un taxi equivale en realidad a decenas de vehículos privados que, muchos de ellos, realizan un viaje de ida y vuelta al día, de camino al trabajo y regreso a casa, Por tanto, eliminar de la circulación estos vehículos que tanto se mueven genera ese impacto tan desproporcionado en relación al número de taxis que operan sobre el parque total de vehículos. ¿Qué conclusiones podemos sacar de este experimento natural? Que vivimos mejor sin taxi sería una respuesta tan obvia como equivocada, pero lo cierto es que viviríamos mejor con otro sistema de taxi, en el que las flotas así denominadas y los servicios VTC funcionaran todos ellos mediante aplicaciones de demanda, y en el que las paradas de taxis aumentasen a lo largo de la ciudad, por lo que la proximidad de esos estacionamientos a los servicios demandados sería menor y con ello el tiempo de respuesta y la duración total del trayecto. El hacer del servicio algo demandable vía aplicaciones reduciría mucho ese deambular urbano que de poco sirve y mucho ocupa, y probablemente generase un incremento de los ingresos del sector, no tanto por la mayor facturación, sino por la evidente reducción de costes, porque cuando el taxi se mueve a la búsqueda de clientes gasta, consume, y supone costes para su dueño. Los datos, desde luego, avalan un cambio en el sector.

Nuevamente, estamos ante la evidencia de que las ganancias de eficiencia en la gestión de un mercado redundan en beneficios a los participantes del mismo y generan una externalidad positiva de la que se benefician todos aquellos que sean usuarios de la movilidad o no, vía reducción de tráfico, esperas, ruido y, desde luego, contaminación. La movilidad urbana, lo he dicho u montón de veces, afronta desde hace unos años una revolución imparable que puede alterarla por completo y, con ello, cambiar el paisaje de nuestras calles. Está por ver que sucederá, pero no es necesario que lleguen los futuristas coches autónomos para que, con la tecnología ya disponible, mejoremos mucho la calidad y reduzcamos la cantidad de tráfico que colapsa tanto nuestras urbes. Y recuerden, el transporte público siempre está ahí. Es suyo, úsenlo.

Subo a Elorrio el fin de semana y unos días de ocio. Si no pasa nada raro, nos leemos el jueves 7 de febrero. Abríguense

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