Ayer
Carlos Franganillo entrevistó en TVE a Pablo Casado a la misma hora a la
que lo hizo a Pedro Sánchez hace una semana. Supongo que esto será suficiente
para acallar el ruido de los que hace siete días clamaban en las redes en
contra de la politización de TVE y el uso partidista de la misma por parte del
gobierno y su partido. Vivimos épocas de fanatismo en las que las que se
vuelcan odios viscerales a cada paso que se da. Ayer esos indignados estaban
aplacados, pero tranquilos, que otros surgirían, porque como dice la bola de
JotDown, en plan irónico, cualquier momento es buen para odiar, y cual excusa
resulta válida. Qué agotador debe ser vivir así todo el día.
Casado
llegó a la jefatura del PP hace pocos meses, y se le nota un alto grado de
bisoñez en su comportamiento y declaraciones. Es normal. Es una persona muy
joven que apenas ha tenido experiencia de gestión y de hacer frente a crisis y
problemas serios. Está al frente de una maquinaria, la del PP, engrasada desde
hace tiempo para comportarse electoralmente muy bien pero que adolece de
problemas de fondo que, de momento, no ha sido capaz de afrontar. El PP en su
conjunto no acaba de entender que la pérdida de votos y escaños que ha sufrido
durante las últimas elecciones no se debió a su gestión, buena o mala, sino a
los casos de corrupción que salpicaron esos años y a todos sus dirigentes. Era necesaria
una renovación de los mismos, y de ahí surge Casado, un candidato no esperado
tras el proceso de primarias del partido, donde dos mujeres eran las grandes
aspirantes, y acabaron siendo derrotadas por él. Si el contexto electoral que
vivimos fuera normal las posibilidades de victoria del PP, tras el proceso de
renovación, serían elevadas, pero nada es como era. La crisis catalana
condiciona el día a día de la política, empantana al país en un bucle melancólico
que ni Juaristi hubiera sido capaz de imaginar en toda su profundidad y ha
alterado, de manera profunda, las pautas de voto y los actores políticos. Por
primera vez a unas elecciones generales se presentan tres formaciones políticas
que se disputan el electorado del centro derecha, y ambas van a sacar
representación. El PP, que hasta hace no muchos años jugaba sólo en ese ámbito
de ideas, tiene dos serios competidores. Por un lado Ciudadanos, que ya le
arrasó en la propia Cataluña, donde nació, y que ha jugado a la transversalidad
para arañar votos desde una posición de centro. Por otro lado Vox, escisión de personas
provenientes del PP de toda la vida, que representa el discurso de extrema
derecha que tanto éxito tiene en otras naciones europeas en nuestros días y es
alentado (y financiado) por redes en las que participan sujetos como Steve
Bannon o Putin. Vox va a ser la no sorpresa electoral de abril, porque la duda
es cuántos escaños va a sacar, no si lo hará o no, y todos esos escaños antaño
estaban cobijados bajo un PP moderado, que era votado por algunos de los
actuales votantes de Vox con pinzas en la nariz ante la ausencia de
alternativa. Comido por todas partes, el PP y Casado se enfrentan a unas
elecciones que pueden ser para ellos muy lesivas en votos y escaños y, paradójicamente,
muy efectivas en el acceso al poder si la suma de las tres formaciones alcanza
los míticos 176 escaños de la mayoría absoluta. Pero sabe el PP, lo sabemos todos,
que la división del voto resta, que la asignación de escaños puede ser muy
cruel ante la existencia de muchas listas, que en la izquierda se está
produciendo un reagrupamiento de voto en torno al PSOE vista la debacle de
Podemos, y que el PP debe conseguir no perder votos para mantener las opciones
de victoria coaligad. Por eso fueron dos los grandes ejes de su discurso de
ayer. El enfrentamiento con Pedro Sánchez, como figura maligna necesaria para
movilizar al voto, y el del voto útil, el del PP como el lugar en el que ese
voto de descontentos, enfadados y temerosos del sanchismo deben acudir para
conseguir su objetivo. En este sentido la campaña del PP es más bien a la
defensiva, a tratar de minimizar las pérdidas de sufragios que, saben, se van a
ir a otras formaciones políticas.
¿Es
Casado el mejor líder para conseguir este objetivo? Su bisoñez es un problema,
y sus declaraciones, cambiantes y dominadas por la necesidad de generar
impacto, incurren en contradicciones y titulares gruesos que le acaban dejando
en mal lugar. Frente a una Soraya Saénz de Santamaría, que poseía experiencia y
no generaba rechazo en el votante moderado, Casado ha optado por implantar una
línea dura y “sin complejos” que le puede cercenar el mercado político mucho más
de lo que cree. Es un error, a mi entender, aproximar al PP a los postulados de
Vox, porque siempre, entre originales y copias, la gente vota a los originales
y los extremistas que se han unido a la moda Abascal no van a votar a Casado.
Se encuentra, por tanto, a un reto al que el PP nunca se ha enfrentado, y no
está claro cómo va a salir de ahí.
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