martes, febrero 26, 2019

Pablo Casado en TVE


Ayer Carlos Franganillo entrevistó en TVE a Pablo Casado a la misma hora a la que lo hizo a Pedro Sánchez hace una semana. Supongo que esto será suficiente para acallar el ruido de los que hace siete días clamaban en las redes en contra de la politización de TVE y el uso partidista de la misma por parte del gobierno y su partido. Vivimos épocas de fanatismo en las que las que se vuelcan odios viscerales a cada paso que se da. Ayer esos indignados estaban aplacados, pero tranquilos, que otros surgirían, porque como dice la bola de JotDown, en plan irónico, cualquier momento es buen para odiar, y cual excusa resulta válida. Qué agotador debe ser vivir así todo el día.

Casado llegó a la jefatura del PP hace pocos meses, y se le nota un alto grado de bisoñez en su comportamiento y declaraciones. Es normal. Es una persona muy joven que apenas ha tenido experiencia de gestión y de hacer frente a crisis y problemas serios. Está al frente de una maquinaria, la del PP, engrasada desde hace tiempo para comportarse electoralmente muy bien pero que adolece de problemas de fondo que, de momento, no ha sido capaz de afrontar. El PP en su conjunto no acaba de entender que la pérdida de votos y escaños que ha sufrido durante las últimas elecciones no se debió a su gestión, buena o mala, sino a los casos de corrupción que salpicaron esos años y a todos sus dirigentes. Era necesaria una renovación de los mismos, y de ahí surge Casado, un candidato no esperado tras el proceso de primarias del partido, donde dos mujeres eran las grandes aspirantes, y acabaron siendo derrotadas por él. Si el contexto electoral que vivimos fuera normal las posibilidades de victoria del PP, tras el proceso de renovación, serían elevadas, pero nada es como era. La crisis catalana condiciona el día a día de la política, empantana al país en un bucle melancólico que ni Juaristi hubiera sido capaz de imaginar en toda su profundidad y ha alterado, de manera profunda, las pautas de voto y los actores políticos. Por primera vez a unas elecciones generales se presentan tres formaciones políticas que se disputan el electorado del centro derecha, y ambas van a sacar representación. El PP, que hasta hace no muchos años jugaba sólo en ese ámbito de ideas, tiene dos serios competidores. Por un lado Ciudadanos, que ya le arrasó en la propia Cataluña, donde nació, y que ha jugado a la transversalidad para arañar votos desde una posición de centro. Por otro lado Vox, escisión de personas provenientes del PP de toda la vida, que representa el discurso de extrema derecha que tanto éxito tiene en otras naciones europeas en nuestros días y es alentado (y financiado) por redes en las que participan sujetos como Steve Bannon o Putin. Vox va a ser la no sorpresa electoral de abril, porque la duda es cuántos escaños va a sacar, no si lo hará o no, y todos esos escaños antaño estaban cobijados bajo un PP moderado, que era votado por algunos de los actuales votantes de Vox con pinzas en la nariz ante la ausencia de alternativa. Comido por todas partes, el PP y Casado se enfrentan a unas elecciones que pueden ser para ellos muy lesivas en votos y escaños y, paradójicamente, muy efectivas en el acceso al poder si la suma de las tres formaciones alcanza los míticos 176 escaños de la mayoría absoluta. Pero sabe el PP, lo sabemos todos, que la división del voto resta, que la asignación de escaños puede ser muy cruel ante la existencia de muchas listas, que en la izquierda se está produciendo un reagrupamiento de voto en torno al PSOE vista la debacle de Podemos, y que el PP debe conseguir no perder votos para mantener las opciones de victoria coaligad. Por eso fueron dos los grandes ejes de su discurso de ayer. El enfrentamiento con Pedro Sánchez, como figura maligna necesaria para movilizar al voto, y el del voto útil, el del PP como el lugar en el que ese voto de descontentos, enfadados y temerosos del sanchismo deben acudir para conseguir su objetivo. En este sentido la campaña del PP es más bien a la defensiva, a tratar de minimizar las pérdidas de sufragios que, saben, se van a ir a otras formaciones políticas.

¿Es Casado el mejor líder para conseguir este objetivo? Su bisoñez es un problema, y sus declaraciones, cambiantes y dominadas por la necesidad de generar impacto, incurren en contradicciones y titulares gruesos que le acaban dejando en mal lugar. Frente a una Soraya Saénz de Santamaría, que poseía experiencia y no generaba rechazo en el votante moderado, Casado ha optado por implantar una línea dura y “sin complejos” que le puede cercenar el mercado político mucho más de lo que cree. Es un error, a mi entender, aproximar al PP a los postulados de Vox, porque siempre, entre originales y copias, la gente vota a los originales y los extremistas que se han unido a la moda Abascal no van a votar a Casado. Se encuentra, por tanto, a un reto al que el PP nunca se ha enfrentado, y no está claro cómo va a salir de ahí.

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