Ya
no asombra, pero sigue siendo digno de admiración, y de inquietud, el que Trump
se muestre mucho más cómodo y distendido con sátrapas y dirigentes autoritarios
que con mandatarios electos. Está muy a gusto en su presencia, les dedica
gestos de cariño y comprensión que torna en reprimendas y posturas soeces para
sus congéneres democráticos. Más allá de lo que puede ser una táctica
negociadora para embelesar a quien lo requiere, no oculta Trump una envidia
manifiesta ante los que pueden ejercer el poder como él quiere, sin cortapisas,
sin controles, sin tener que sujetarse a burdos parlamentos, debates y tonterías
por el estilo. En el fondo Trump ansiaría ser dictador, y eso se nota cada vez
que se junta con otros de su estilo.
La
cumbre que se desarrolla estos días en Hanoi entre Trump y Kim Jon Un ha
ofrecido nuevamente imágenes de complicidad entre ambos que rozan lo esperpéntico.
Las
últimas crónicas del encuentro hablan de cancelaciones y discusiones, pero
hasta el momento lo que se ha podido ver es a un presidente norteamericano que
adula hasta el extremo al dictador norcoreano, alabando su país, el potencial
que posee y la posibilidad de hacer negocios juntos. ¿Aspira Trump a construir
una de sus torres en Pyongyang? No lo descarten. De lo mollar del encuentro, el
proceso de desnuclearización en Corea del Norte, poco ha trascendido. Ya saben que
yo soy de los que ven como algo utópico el que el régimen norcoreano renuncie
al arma que le ha dado la posibilidad de perpetuarse en el poder y convertirse
en un interlocutor respetado. Una vez alcanzada, la bomba te incluye en un club
respetable, un club regido por el miedo que impones a los que te rodean, y ese
miedo es el que, en última instancia, garantiza la perpetuación de la dictadura
infame que somete desde hace décadas a aquella nación. El objetivo internacional
puede ser el de encapsular el problema, acotar las aspiraciones del régimen, y
atornillarlo poco a poco con sanciones económicas que acaben provocando un levantamiento
interno de la población, y que esa sea la vía para que la dictadura caiga, pero
este guion clásico se topa con el oscurantismo y paranoia que se vive en la
sociedad más cerrada y militarizada del mundo, intoxicada hasta un extremo en
el que es realmente difícil saber no ya lo que piensa la población de su régimen,
sino si es capaz de pensar dada la opresión en la que vive. El caso norcoerano
es uno de los más difíciles, y potencialmente peligrosos, en una región que
cada vez acumula más potencial bélico, con un China convertida en superpotencia
local, un Japón declinante pero lleno de aspiraciones nacionalistas y un
conjunto de países, Vietnam entre ellos, que poseen aún el recuerdo de las
atrocidades que las distintas guerras orientales han causado en su territorio,
y observan con mucho recelo el expansionismo chino en sus mares. ¿Piensa Trump
en algo de todo esto? Evidentemente no, pero tampoco es necesario, para eso están
los asesores y expertos, y en este caso hay serias dudas sobre cuáles son las intenciones
reales de unos EEUU que ven en Corea del Norte un grave riesgo pero que parecen
tan perdido sobre cómo afrontarlo como el resto del mundo. De momento el que
está ganando con estos juegos de cumbres y respetabilidad es Kim, el sátrapa
gordito, que de ser despreciado internacionalmente ha pasado a ser visto como
un interlocutor necesario. Eso da oxígeno a su régimen y margen para seguir
hacia adelante, lo que en su caso es, básicamente, conservar el poder absoluto
y pegarse la gran vida a cuenta de la miseria de su nación. En los meses
transcurridos desde la primera cumbre no se ha dado un paso en el proceso
desnuclearizador, y sólo la mejora de las relaciones entre las dos Coreas ha
sido el fruto de este proceso negociador. No es poco, dado que técnicamente
siguen en guerra tras el armisticio de los años cincuenta, pero es muy
insuficiente. ¿Dara algo de sí esta cumbre? Y si se produce esa ruptura que ahora
se cuenta ¿Qué consecuencias tendrá?
De
mientras Trump alababa al gordito dictador en Hanoi, en Washington su exabogado
Michael Cohen rajaba de lo lindo ante el Congreso, calificando a su
anterior cliente de racista, estafador y mentiroso, lo que es sabido por todos,
pero relevante si así lo dice un estrecho excolaborador. Cohen presentó pruebas
sobre la compra del silencio por parte de Trump a antiguos escarceos, como el
de Stormy Daniels, y no pudo afirmarlo, pero cree en la posible connivencia entre
su antiguo jefe y los servicios secretos rusos. Si las cabezas nucleares
norcoreanas son difíciles de desactivar, la onda expansiva de Cohen puede ser
directamente irrefrenable. Pensarán los apocalípticos religiosos que cuánto mal
ha hecho EEUU para tener al castigo de Trump como presidente y ser él el que
encarne su presencia en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario