jueves, febrero 28, 2019

Trump, Kim y Cohen


Ya no asombra, pero sigue siendo digno de admiración, y de inquietud, el que Trump se muestre mucho más cómodo y distendido con sátrapas y dirigentes autoritarios que con mandatarios electos. Está muy a gusto en su presencia, les dedica gestos de cariño y comprensión que torna en reprimendas y posturas soeces para sus congéneres democráticos. Más allá de lo que puede ser una táctica negociadora para embelesar a quien lo requiere, no oculta Trump una envidia manifiesta ante los que pueden ejercer el poder como él quiere, sin cortapisas, sin controles, sin tener que sujetarse a burdos parlamentos, debates y tonterías por el estilo. En el fondo Trump ansiaría ser dictador, y eso se nota cada vez que se junta con otros de su estilo.

La cumbre que se desarrolla estos días en Hanoi entre Trump y Kim Jon Un ha ofrecido nuevamente imágenes de complicidad entre ambos que rozan lo esperpéntico. Las últimas crónicas del encuentro hablan de cancelaciones y discusiones, pero hasta el momento lo que se ha podido ver es a un presidente norteamericano que adula hasta el extremo al dictador norcoreano, alabando su país, el potencial que posee y la posibilidad de hacer negocios juntos. ¿Aspira Trump a construir una de sus torres en Pyongyang? No lo descarten. De lo mollar del encuentro, el proceso de desnuclearización en Corea del Norte, poco ha trascendido. Ya saben que yo soy de los que ven como algo utópico el que el régimen norcoreano renuncie al arma que le ha dado la posibilidad de perpetuarse en el poder y convertirse en un interlocutor respetado. Una vez alcanzada, la bomba te incluye en un club respetable, un club regido por el miedo que impones a los que te rodean, y ese miedo es el que, en última instancia, garantiza la perpetuación de la dictadura infame que somete desde hace décadas a aquella nación. El objetivo internacional puede ser el de encapsular el problema, acotar las aspiraciones del régimen, y atornillarlo poco a poco con sanciones económicas que acaben provocando un levantamiento interno de la población, y que esa sea la vía para que la dictadura caiga, pero este guion clásico se topa con el oscurantismo y paranoia que se vive en la sociedad más cerrada y militarizada del mundo, intoxicada hasta un extremo en el que es realmente difícil saber no ya lo que piensa la población de su régimen, sino si es capaz de pensar dada la opresión en la que vive. El caso norcoerano es uno de los más difíciles, y potencialmente peligrosos, en una región que cada vez acumula más potencial bélico, con un China convertida en superpotencia local, un Japón declinante pero lleno de aspiraciones nacionalistas y un conjunto de países, Vietnam entre ellos, que poseen aún el recuerdo de las atrocidades que las distintas guerras orientales han causado en su territorio, y observan con mucho recelo el expansionismo chino en sus mares. ¿Piensa Trump en algo de todo esto? Evidentemente no, pero tampoco es necesario, para eso están los asesores y expertos, y en este caso hay serias dudas sobre cuáles son las intenciones reales de unos EEUU que ven en Corea del Norte un grave riesgo pero que parecen tan perdido sobre cómo afrontarlo como el resto del mundo. De momento el que está ganando con estos juegos de cumbres y respetabilidad es Kim, el sátrapa gordito, que de ser despreciado internacionalmente ha pasado a ser visto como un interlocutor necesario. Eso da oxígeno a su régimen y margen para seguir hacia adelante, lo que en su caso es, básicamente, conservar el poder absoluto y pegarse la gran vida a cuenta de la miseria de su nación. En los meses transcurridos desde la primera cumbre no se ha dado un paso en el proceso desnuclearizador, y sólo la mejora de las relaciones entre las dos Coreas ha sido el fruto de este proceso negociador. No es poco, dado que técnicamente siguen en guerra tras el armisticio de los años cincuenta, pero es muy insuficiente. ¿Dara algo de sí esta cumbre? Y si se produce esa ruptura que ahora se cuenta ¿Qué consecuencias tendrá?

De mientras Trump alababa al gordito dictador en Hanoi, en Washington su exabogado Michael Cohen rajaba de lo lindo ante el Congreso, calificando a su anterior cliente de racista, estafador y mentiroso, lo que es sabido por todos, pero relevante si así lo dice un estrecho excolaborador. Cohen presentó pruebas sobre la compra del silencio por parte de Trump a antiguos escarceos, como el de Stormy Daniels, y no pudo afirmarlo, pero cree en la posible connivencia entre su antiguo jefe y los servicios secretos rusos. Si las cabezas nucleares norcoreanas son difíciles de desactivar, la onda expansiva de Cohen puede ser directamente irrefrenable. Pensarán los apocalípticos religiosos que cuánto mal ha hecho EEUU para tener al castigo de Trump como presidente y ser él el que encarne su presencia en el mundo.

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